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domingo, 10 de julio de 2011

Domingo XV del Tiempo ordinario: Escuchar

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Publicado por Entra y Verás

Son muchos los sonidos que atraviesan nuestros pabellones auditivos cada día. Pocos se quedan, pocos germinan y nos hacen reflexionar. La vida con los otros nos obliga a estar atentos, a escuchar y no sólo a oír.

Resultaría sumamente complicado hacer un elenco del número de palabras que pronunciamos a lo largo del día, pero quizá no sea tan complicado ver cómo son esas palabras, a quienes van dirigidas, qué es lo que comunicamos con ellas. De siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre. Si se me permite la comparación, creo que hemos “cambiado” el perro por el teléfono móvil. Pues aunque es innegable su utilidad no es menos cierto que para muchos de nosotros se ha convertido en un compañero inseparable. No cabe duda que estamos en la era de las comunicaciones, cada vez más sencillas y rápidas. Sin embargo, a la vez que avanzan los medios para comunicarnos nos estamos volviendo más individualistas y cada vez resulta más difícil establecer un diálogo sincero y comprometedor, cara a cara, mirando a los ojos; una comunicación cercana, pausada, atenta, cálida. Gozamos hablando pero no escuchamos, somos cada vez más impermeables.

Las lecturas de este domingo nos presentan a Dios derramando su generosidad sobre nosotros. Muchas veces reflexionamos, leemos, acerca del inmenso amor que Dios nos tiene, de su misericordia, etc…; pero quizá no hayamos caído en la cuenta de su generosidad sin límite. Dios esparce su semilla sin medida sin preocuparse de la calidad del terreno. Dios no es avaro, ni cicatero, ni un usurero gruñón. Dios habla en medio del ajetreo diario, o de la paz del descanso. Somos nosotros los que debemos estar atentos para saber escuchar y hacer vida su palabra, dejarnos enriquecer por ella.

El ejemplo utilizado pro el profeta Isaías acerca del “empaparse” de la tierra puede sernos muy útil. En medio de las dificultades, la palabra, que anunciaba la vuelta del destierro, hizo la maravilla: el pueblo de Dios surgió de nuevo. La parábola del Sembrador compara la Palabra con la semilla. Es un ser vivo, capaz de crecer y multiplicarse al ciento por uno. No solamente es capaz de producir sino que produce de hecho: es eficaz. La semilla, sean cuales sean los obstáculos que se le opongan aquí en este mundo, ha de producir, ha de prosperar, pues es semilla de Dios, palabra de Dios: Dios hablando, Dios haciendo. Y Dios haciendo, hace por encima de todo. Dios supera todas las dificultades. El Reino de Dios ha de progresar.

A nosotros se nos llama hoy a la esperanza y el optimismo, a luchar y trabajar por un mundo mejor. En ocasiones se nos ha acusado de dejarlo todo para la otra vida que ese es nuestro consuelo. Sin embargo, estamos llamados a dar fruto aquí que es donde hemos recibido la semilla, donde hemos recibido la bendición y el favor de Dios. No todos damos ciento: unos dan sesenta e incluso treinta pero todos hemos de dar fruto. Las dificultades son muchas pero hemos de corresponder al amor de este Dios sembrador generoso, preocupándonos del otro, amándolo de verdad. Escuchándolo y acogiéndolo. Hemos de ser generosos con nuestro tiempo, con nuestra palabra y nuestra escucha. Pero esto especialmente en el terreno pedregoso y lleno de zarzas. No podemos caer en la tentación de dedicarnos solamente a “sembrar” en la tierra buena, donde sabemos que la cosecha va a ser abundante. Sin que esto pueda parecer un arrebato de mesianismo: los cristianos podemos también echar nuestra semilla en cualquiera de los terrenos de nuestra sociedad; sabiendo, eso sí, convivir con otras plantas.

Abrir nuestro terreno para que entre la palabra, la semilla. Abrirnos al diálogo sincero, al encuentro que haga germinar verdaderas relaciones. Llega el momento de dejar que nuestro corazón se esponje, se empape de evangelio y podamos producir frutos.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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