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domingo, 10 de julio de 2011

Dueños de nuestra vida

...
Por Bernardo Baldeón

Domingo 15 T.O. – 10 de Julio de 2011
Lecturas: Is 55, 10-11. Rm 8, 18-23. Mt 13, 1-23

Desde las instituciones políticas, sociales, sindicales, religiosas… nos llegan cada vez más “palabras”. Cada día creemos menos en ellas. En su mayoría no cambian nada y están destinadas a mantener el poder del grupo que las dice.

Un viejo problema

No es algo nuevo. El problema viene de muy atrás. Por eso hace 26 siglos el profeta Isaías intentaba diferenciar la Palabra de Dios de otras palabras: “la palabra que sale de mi boca no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55, 11).

Su palabra “se hace carne”, se hace vida, grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto. Por eso es eficaz.

El problema surge cuando esa palabra nos llega mediatizada por instituciones que piensa en sí mismas, más que en la misma palabra, y se la comen los pájaros, la quema el sol o la ahogan las zarzas.

Cuando la Iglesia se considera más “guardiana e intérprete” que trasmisora de la palabra, con frecuencia la hace infecunda.

Palabra de libertad

Hoy, en la segunda lectura, Pablo nos dice que “la creación entera vive con la esperanza de verse liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la libertad de los hijos de Dios” (Rom 8, 20-21).

La palabra de Dios, hecha carne en Jesús de Nazaret es germen de libertad. Si la convertimos en instrumento de dependencia o esclavitud, estamos traicionando su sentido más profundo, traicionamos la encarnación de Jesús y la acción del Espíritu.

Cuando el horizonte de la vida cristiana deja de ser la libertad, la palabra de la Iglesia deja de ser semilla. Se convierte en algo estéril. Deja de ser Palabra de Dios.

Volver a escuchar y comunicar la Palabra de Vida

Jesús afirma en el evangelio de hoy que “muchos miran sin ver y escuchan sin oír y aprender” (Mt 13, 13).

El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir.

Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha.

Se trata de situarse en la vida con un sentido nuevo de pertenencia una vez superada la tentación del individualismo egocéntrico. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo mimo, con los demás y con las cosas.

El problema de fondo

No sería justo reducir el problema a la actitud de las instituciones. Hay un nivel de decisión personal que está por encima de todo.

La cuestión más importante pasa por preguntarse si en verdad quiero ser libre, asumiendo y cargando con las consecuencias que supone el vivir en libertad. En ese caso escucharé la Palabra de Dios y seré tierra fértil.

Muchos optan (más de hecho que de palabra) por renunciar a la libertad: que sean otros los que me digan lo que tengo que hacer. Eso me libera supuestamente de toda responsabilidad, aunque me impida disfrutar de lo más gozoso de la vida.

Y hay quienes eligen “dejarse llevar” por el río de la vida, parece lo más placentero, pero terminas ahogándote en el mar o te quedas atrapado por alguna rama en el camino o estampado contra una roca.

Necesitamos releer la parábola de hoy. En ella se nos plantea qué queremos hacer con nuestra vida. No es una cuestión menor. Somos dueños de nuestra vida.

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