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domingo, 10 de julio de 2011

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. ¡Buena cosecha!


“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca”.

La Palabra de Dios de este Domingo se concentra en imágenes propias del tiempo de verano en el mundo rural, cuando los segadores, ataviados con zagones, zoquetas y hoces, marchaban de sol a sol a segar la mies sazonada, para después, en carros o a lomo de caballerías, acarrear los haces hasta la era, colmando de olor a trigo maduro los caminos. Es un privilegio haber pertenecido a la cultura agrícola que fue referencia permanente para los escritores sagrados.

Desde un contexto de recogida de frutos, se entona la oración del salmo, que canta a quien es el Dador de todo bien: “Tú preparas los trigales: riegas los surcos, igualas los terrenos, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes. Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría. Los valles se visten de mieses que aclaman y cantan”

Los textos no sólo llevan a imaginar una época ya pasada de trabajos agrícolas, sino que son ejemplo para invitar a trabajar interiormente la tierra del propio corazón, para que sea tierra profunda, húmeda, que reciba la semilla de la Palabra y dé el fruto de una cosecha abundante en la medida del don recibido.

Un corazón endurecido como el pedregal, un corazón repleto de afectos y de dependencias, enredado en deseos y evasiones, un corazón frívolo, colocado al borde de todos los caminos, que se ofrece al mejor postor, no es tierra buena para la Palabra.

Las lecturas de hoy nos invitan a acoger la Palabra, a guardarla y meditarla, como sucede en el proceso de la siembra y de la germinación, cuando, después de los duros trabajos que exigen fidelidad, se exulta de alegría por los frutos maduros. “Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno.”

Cuando el labrador tiene en su mano el trigo limpio, recién aventado, y lo ha acarreado a la troje, a resguardo de posibles amigos de lo ajeno, las palabras del Apóstol San Pablo toman realismo: “Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”.

¿Cómo ha sido tu cosecha, del treinta, del setenta, del ciento por uno?

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