Por Pedro Miguel Lamet
Fuente exterior del Colegio Pedro Arrupe (Lisboa)
Fuente exterior del Colegio Pedro Arrupe (Lisboa)
Esta fuente, situada a la entrada del nuevo colegio Pedro Arrupe de Lisboa, no deja de ser original. Primero, porque es una fuente realizada con una foto, aquella que representa al que fuera testigo de la bomba atómica de Hiroshima, general de la Compañía de Jesús y verdadero profeta de los tiempos posconciliares, orando en su pequeña capilla personal, su “catedral” como él la llamaba.
Pero además es inspiradora. Porque ¿qué mejor manera de recordar a un hombre de fe, idealista y pegado a la realidad, roturador de caminos, sonriente y amigo de todos que una fuente? Una fuente en que se ha tenido especial interés en colorear las manos para que se distingan y recuerden que el amor evangélico es contemplativo y activo.
Como si el agua que mana continuamente de ella nos evocara, en medio de nuestras crisis, el optimismo inquebrantable de sus última palabras: “Para el presente amén, para el futuro, aleluya”.
El pasado no existe, ya pasó. Por tanto es inútil y paralizador todo sentimiento de culpa.
El futuro, quién sabe. “¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?”, decía sonriente siempre.
Sólo tenemos el ahora, presente, que taladra un agujero a la eternidad. Vivir en este momento en saberme uno con el Infinito, es comprometerme con la realidad, es estar siempre manando un agua “que salta a la vida eterna”.
Refresca el alma esta fuente del inolvidable Don Pedro.
Pero además es inspiradora. Porque ¿qué mejor manera de recordar a un hombre de fe, idealista y pegado a la realidad, roturador de caminos, sonriente y amigo de todos que una fuente? Una fuente en que se ha tenido especial interés en colorear las manos para que se distingan y recuerden que el amor evangélico es contemplativo y activo.
Como si el agua que mana continuamente de ella nos evocara, en medio de nuestras crisis, el optimismo inquebrantable de sus última palabras: “Para el presente amén, para el futuro, aleluya”.
El pasado no existe, ya pasó. Por tanto es inútil y paralizador todo sentimiento de culpa.
El futuro, quién sabe. “¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?”, decía sonriente siempre.
Sólo tenemos el ahora, presente, que taladra un agujero a la eternidad. Vivir en este momento en saberme uno con el Infinito, es comprometerme con la realidad, es estar siempre manando un agua “que salta a la vida eterna”.
Refresca el alma esta fuente del inolvidable Don Pedro.
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