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sábado, 2 de julio de 2011

XIV Domingo del T.O. (Mt 11,25-30) - Ciclo A: DEMASIADO COMPLICADO


Por Jesús Pelaez

Me da la impresión de que con la Religión pasa como con el circo. Hay en ella una especie de juego de trapecio, de triple salto mortal donde lo que vale es “el más difícil todavía”. Lo sencillo, lo ordinario no tiene mérito, no parece tener valor.

En tiempos de Jesús no bastaba con cumplir los Diez Mandamientos. Para ser un buen judío había que observar 613 preceptos, de los que 365 eran prohibiciones -una por cada día del año- y 248 mandamientos positivos -tantos cuantas partes integraban el cuerpo humano según la medicina vigente.

No era fácil ser una persona como Dios manda. Sólo quien tenía cultura y tiempo para estudiar leyes y “escrutar las Escrituras" podía conseguirlo. La religión, que debía ser para todos, era patrimonio de abogados, teólogos y laicos cultos y pudientes (doctores de la ley, escribas, fariseos y saduceos). El pueblo sencillo, dado lo complicado del sistema, se distanciaba cada vez más de Dios. No sabía de leyes, ni entendía de teología ni de derecho canónico. No tenía tiempo ni medios para dedicarse a ello. La Biblia, enciclopedia del saber religioso, estaba escrita en hebreo, lengua culta y muerta, ininteligible para el pueblo que hablaba arameo y, por lo demás, en su gran mayoría no sabía leer. Como en los tiempos de la misa en latín.

Por si esto fuera poco, los abogados (doctores de la ley) habían desarrollado una ingente casuística, rayana en lo ridículo y absurdo, en torno a cada uno de los 613 preceptos, dando lugar a una jurisprudencia de cinco mil mandamientos aproximadamente.

Demasiados mandamientos. Demasiados preceptos. Excesivas leyes y reglas. Todo demasiado complicado.

También hoy. Los mandamientos de la Ley de Dios y los de la Iglesia; normas para el ayuno, la abstinencia y la penitencia cuaresmal. Decretos de la Santa Sede, de las Sagradas Congregaciones romanas, de las Conferencias Episcopales... Cuántos hijos hay que tener, cómo hay que vivir, cómo hay que vestir (no olvidemos los gloriosos tiempos en los que la moral y la decencia se medían por los centímetros de mangas y escote), qué hay que hacer en cada momento... Todo ha estado -y sigue estando- regulado, legislado, codificado.

El pueblo, ante esta barahúnda de leyes, hoy -como ayer- ha terminado por no entender. Cansado y agobiado por el peso de una Religión para élites se ha separado de la Iglesia. No entiende la teología escrita en clave para iniciados, ni le sirve. Eso sí, soporta sobre las espaldas de su conciencia esos fardos leguleyos que le han colocado los eclesiásticos. Como los judíos, también los cristianos lo hemos complicado todo.

Lo de Jesús de Nazaret era más sencillo. Un día reunió a la gente y le dijo: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Fue una convocatoria revolucionaría, dirigida contra el sistema religioso y teológico de su tiempo -y de hoy-.

El yugo de la Religión-Ley era insoportable. Jesús lo alivió simplificándolo. Los 613 mandamientos y la innumerable casuística creada en torno a cada uno de ellos quedaron reducidos a uno: "Amaos como Yo os he amado". Así de fácil. Lo suficientemente difícil como para no complicarlo más.

Adiós a la Religión como sistema del "más difícil todavía", patrimonio de los menos. No hace falta ser ni culto, ni sabio, ni teólogo para ser buen cristiano. Basta con amar como Jesús. Lo que sucede es que de amor entienden sólo los sencillos. Quienes no lo son, saben de leyes. "Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla...

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