NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

sábado, 2 de julio de 2011

XIV Domingo del T.O. (Mt 11,25-30) - Ciclo A: Para el Señor nada es demasiado poco



Un asno que desatar

No es que tuviera que contentarse con el asno, dado que no había otra opción, dado que no tenía nada mejor a su disposición.
Es que quiso expresamente el asno, una cabalgadura modesta, rechazando el caballo, del que no podían prescindir los príncipes guerreros y los conquistadores orgullosos.
La elección del asno adquiere un significado concreto. Indica una orientación de fondo: la adopción de un estilo de humildad y sencillez, el rechazo de todo triunfalismo, de todo exhibicionismo, de toda manía de grandeza, de toda muestra de poder.
Este rey, que es ciertamente victorioso, no tiene ningún empeño por imponerse, por asombrar, por aparecer como un dominador, ni mucho menos por asustar y atemorizar a la gente.
Jesús realizó plenamente la profecía de Zacarías. Revistió con absoluta naturalidad y convicción aquella imagen que, según nuestras medidas, le iría demasiado estrecha. Se encontró perfectamente a gusto montado en aquel asno.
Quizás seamos nosotros los que no hemos comprendido todavía que aquella opción, además de expresar un gusto particular del Señor, intentaba ofrecer una indicación concreta, una lección siempre válida.
Enseguida hemos procurado hacer que desaparezca el asno. Lo hemos quitado de la circulación. Como si fuera una vergüenza. Demasiado engorroso. «No idóneo» para la gloria de nuestro Rey. Quizás porque, cuando se trata de honrar al Señor, tenemos la presunción de establecer nosotros mismos lo que es «idóneo», sin tener nunca en cuenta sus preferencias, a pesar de que las manifestó varias veces de manera inequívoca.
Decimos muchas veces: «Para el Señor nada es demasiado», «por la causa de la fe nada es demasiado». Y la ambición, la vanidad, el ansia de competir en el plano del espectáculo nos sugieren ostentación, escenarios pomposos, medios clamorosos, técnicas de vanguardia. Pero el asno nos recuerda que para el Señor nada es demasiado poco...
La causa de la fe no progresa con lo que es «demasiado», sino con lo que es «poco».
El lujo de medios humanos es impedimento más que posibilidad. Jesús avanza, gana terreno en el mundo, silenciosamente, lentamente, discretamente. Quiere dominar «de mar a mar» sin forzar las cosas, sin exhibiciones grandiosas, sin batallas (tampoco publicitarias). Le va bien el ritmo lento del asno.
El asno significa también fatiga, paciencia, receptividad, obstinación, tareas ingratas, mortificaciones en serie.
A los hombres no se llega con la prisa. Las distancias no se superan con la velocidad supersónica.
La victoria de Cristo exige el precio de la tenacidad, de la entrega cotidiana, del sacrificio, del trabajo oscuro.
Su dominio es real cuando no es aparatoso. Su poder se establece sin recurrir al poder.
Sus conquistas son seguras cuando no se proclaman a los cuatro vientos.
El es el más fuerte porque no recurre a la fuerza.
La escena descrita por Zacarías y que Cristo interpretará fielmente en su entrada (muy poco «triunfal») en Jerusalén (pero no sólo en aquella ocasión) debería grabarse para siempre en la memoria histórica de la Iglesia.
El trotar callado del borrico por la tierra blanda puede ser, en esta época de ruido y de bullicio estrepitoso, una música muy bella. Capaz quizás de abrir algún corazón. Ciertamente más que esas flechas disparadas por el arco de la guerra (incluido ese arco en versión moderna que se llama altavoz, y del que tantas veces parten invectivas, condenaciones, denuncias, proclamas, desafíos...).
¡Presentémosle armas, es decir, hagámoslas desaparecer!
Si viniera hoy y tuviéramos que preparar su venida, quizás se nos ocurriera consultar el pasaje de Zacarías (primera lectura), al que se atuvo rigurosamente Cristo.
Quizás le haríamos la única declaración que le agrada a nuestro rey: la renuncia a todos los sueños de grandeza en clave terrena. Quizás nos acordaríamos de rendirle el homenaje de nuestra promesa de caminar por el mismo camino de pequeñez, de discreción, de modestia, de respeto a los demás.
Quizás lograríamos hacer un gesto que mostrase nuestra voluntad de paz, dejando a sus pies todas las armas que todavía tenemos (empezando naturalmente por la lengua), encendiendo a su paso hogueras que destruyesen el rencor, la malquerencia, el odio, la sospecha, las envidias, las ambiciones, las polémicas.
Quizás le manifestaríamos aquella decisión esencial, en la que insistía Pablo (segunda lectura): vivir según su Espíritu. Y combatir la única guerra que nos permite salir vencedores, con la cabeza bien alta, gracias al poder de la resurrección: la guerra contra el pecado. Pero lo malo es que probablemente no haríamos más que repetir los mismos gestos de siempre. Nos empeñaríamos en levantar escenarios colosales, adecuados a la circunstancia (desde nuestro punto de vista).
No sacaríamos el asno, ni siquiera el caballo. Hemos inventado algo mucho más espectacular (bien como escaparate, bien como medio de transporte).
No nos preocuparían los gastos y entonces, paradójicamente, nos saldría la cosa bastante barata. Siempre es más fácil organizar espectáculos exteriores que hacer algún ajuste interior.
Los decorados, aunque sean suntuosos, siempre salen más baratos que un poco de transparencia.
Es más fácil organizar una manifestación «inolvidable» que olvidar una ofensa.
Es más gratificante hacer cuentas y mencionar obras que lograr reprimir una palabra que humilla al adversario.
Es más cómodo jactarse de empresas gloriosas que pedir perdón. Apuesto cualquier cosa a que tendríamos incluso la desfachatez de hacerle desfilar entre dos pelotones de soldados en traje de gala, presentando solemnemente armas. Sin que se nos ocurriera pensar que quizás él prefiere que se le presenten armas de la única forma capaz de rendirle honores, es decir, quitándolas de la vista, destruyéndolas («romperá los arcos guerreros»).
No tengo ningún parentesco con el profeta Zacarías, pero tengo motivos para sospechar que quizás él nos pediría que fuésemos a desatar el asno fiel.
Si no eres capaz de jugar, no has entendido nada
Intentemos aclarar las cosas.
No es que a los sabios y los inteligentes les sea algo difícil entender; es que no entienden nada de nada.
Es que Dios les ha escondido algunas «cosas», se las ha quitado para que las encuentren otros.
Algunos quizás crean que son cosas difíciles de entender.
En realidad no son fáciles ni difíciles. Sencillamente, están escondidas.
Al ver que algunos individuos presumen de saberlo todo y que se engañan al pensar que la verdad debe obtener necesariamente su visto bueno y pagar un tributo obligado a su cerebro, el Padre, burlando sus controles tan rigurosos como ridículos, ha desvelado sus secretos, casi de contrabando, a los «pequeños»
Al constatar cómo esos sabiondos se toman terriblemente en serio, Dios se burla de ellos.
No existe ninguna explicación lógica para este comportamiento. Cristo reconoce: «Sí, Padre, así te ha parecido mejor». Como si dijera: así has querido divertirte; es que tienes ganas de jugar.
Dios no se deja conmover por las «cabezas pensantes» («cuando son solamente cabezas pensantes»). Se diría incluso que le gusta hacer que salten por los aires sus esfuerzos intelectuales, y Cristo, el Hijo bueno que practica la obediencia, está de acuerdo en esto con el Padre: «Te doy gracias, Padre...».
Dios se entrega únicamente a los «limpios de corazón». Naturalmente, también los sabios pueden llegar a entender «estas cosas».
Pero no lo conseguirán exhibiendo el certificado de «sabios y entendidos», sino haciéndose pequeños, humildes, intentando purificar e inflamar su corazón.
Será oportuno recordar, a este propósito, la severa advertencia que san Bernardo dirigía al docto y sutil Abelardo: «Un corazón frío no puede percibir en lo más mínimo un lenguaje de fuego».
Manteniéndose con altivez al margen, los llamados «entendidos» se quedan fuera de juego.
Naturalmente, no están obligados a abandonar sus libros ni sus estudios serios. Lo que han de hacer simplemente es aprender a jugar. Sin olvidarse de rezar.
Sin embargo, sería poco correcto sacar la conclusión de que los sabios comprenden menos que los demás.
Se trata, más bien, de convencerse de que para captar las realidades más secretas del mundo de Dios no se trata de realizar esfuerzos intelectuales, de acabar una carrera universitaria, sino de... algo distinto.
El misterio encuentra su colocación (y su manifestación) más segura en la pequeñez.
De todas formas, es difícil decir quiénes son esos pequeños, confidentes de Dios.
La pequeñez, desde un punto de vista evangélico, es sencillez, naturalidad, ausencia de complicaciones y pretensiones, espontaneidad, capacidad de asombro, disponibilidad para recibir, gratitud, y cosas por el estilo.
Personalmente, yo no me olvidaría de hablar del candor y de la ingenuidad.
Todas estas cosas no se aprenden en los pupitres de la escuela; no están escritas en textos oficiales.
Pero Cristo nunca dijo: «Estudiad y luego, cuando seáis mayores y estéis debidamente preparados, presentaos a mí ...».
Nos ha hecho comprender que, mientras no seamos «pequeños», bastante pequeños, no hay nada que hacer.
Mientras no hayamos reducido al mínimo las dimensiones de nuestro orgullo y de nuestra presunción, no estaremos en disposición de «comprender» (o sea, literalmente, de recibir).
Lo que no podemos aprender de los demás
Hay dos materias, evidentemente fundamentales para él, que Jesús se ha reservado para sí.
«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Hay virtudes que podemos aprender con otros maestros.
Pero la mansedumbre y la humildad de corazón son tan importantes en el programa de formación del cristiano, que Cristo quiere que las aprendamos de él, maestro y modelo al mismo tiempo.
Por eso, si queremos saber qué es la humildad, qué significa ser sencillos, tenemos que escucharle y verle a él. Y hacer que nos repita continuamente la lección.
Es inútil hacerse ilusiones (aunque hoy no faltan por desgracia indicaciones en este sentido): la mansedumbre y la humildad no son materias facultativas, no están superadas ni mucho menos, no han pasado de moda en medio de las situaciones que hoy nos toca arrostrar. Hay algunos, en el campo cristiano, que quisieran quitarlas del «plan de estudios» -o mejor, del plan de «vida»-, haciendo este razonamiento capcioso: en un mundo como el de hoy, donde prevalecen los violentos, los orgullosos, los astutos, no hay que dejarse aplastar, hay que hacerse valer, no hay que acobardarse.
Si no nos imponemos, si no infundimos respeto, acabarán prevaleciendo las fuerzas del mal.
Pero el hecho es que Cristo había ya definido, de manera realista, la sociedad en donde habrían de actuar sus apóstoles como un mundo de «lobos». Y no les dijo: puesto que tenéis que enfrentaros con lobos, actuad como ellos, no queráis ser menos que ellos, haced también vosotros de lobos, morded antes de que os muerdan.
Sino que les dijo: «Os mando como ovejas en medio de lobos».
Observando ciertos comportamientos, tengo la impresión de que algunos han entendido mal estas palabras. Y las han traducido en el lenguaje corriente, con cierta desfachatez y libertad, de esta manera: «Os mando como lobos disfrazados de ovejas». Y a veces algunos se olvidan incluso del disfraz.
Quizás haya que poner en escena, junto a las ovejas, también al borrico.
... Que siempre está disponible (aunque me parece que no ha sido muy utilizado desde aquel día).
¿A quién se le habría ocurrido que la zoología puede ser una rama de la teología?
¿Y que, para superar ciertos exámenes, es necesario pasar... por el establo?

No hay comentarios: