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sábado, 23 de julio de 2011

XVII Domingo del T.O. (Mt 13, 44-52 ) - Ciclo A: NADAR Y GUARDAR LA ROPA



El refranero encierra una sabiduría de siglos. Un simple refrán como "nadar y guardar la ropa" sirve para dibujar un modo muy habitual de comportamiento poco humano. Cinco palabras. Así de breve, pero qué profundo.

Nadar es sostenerse flotando en un líquido, moverse en el agua o sumergirse en ella sin tocar fondo. El agua representa la inseguridad, lo inestable y movedizo. Para nadar y flotar es conveniente no tener ataduras ni peso añadido al del propio cuerpo. Hay que despojarse de ropa y abandonar la orilla firme, adentrándose en esa masa líquida que envuelve y amenaza. Nadar significa arriesgarse.

Guardar la ropa representa el polo opuesto: la seguridad. Guardar es sinónimo de custodiar, vigilar, conservar en seguro, no arriesgar, retener. La ropa es el símbolo de nuestra imagen exterior, de nuestra posición o situación en la vida ante los demás.

Nadar y guardar la ropa son los dos extremos de una situación vital: inseguridad, desnudez y riesgo frente a seguridad, vestido, tranquilidad. Este refrán une lo imposible en la práctica. Cada día, por desgracia, es mayor el numero de gente que hace de él su pauta de vida. Gente que pasa por la vida, interviniendo con astucia para beneficiarse del provecho que pueda producir cada ocasión, sin arriesgarse. Gente de poco fiar, que tira la piedra y esconde la mano.

Freud decía que la vida humana se debate entre dos polos: seguridad y libertad. A más seguridad, menos libertad; a más libertad, menos seguridad. El hombre se mide por su praxis de libertad, por su capacidad de riesgo. Es más quien más arriesga; quien no arriesga, no gana, dice el proverbio.

Y así está el mundo. Por no perder la seguridad, por salvar las apariencias, pocos se adentran de verdad en el agua del riesgo y de la libertad, de la claridad y de la transparencia. Los empresarios no invierten, dedicados a guardar la ropa-capital. Los políticos se han acostumbrado a decir "sí, pero..." La Iglesia, al menos un sector de ella, se ha tirado para el centro, si no para la derecha, para arriba más que para abajo. Mientras tanto, el pueblo, obligado a nadar, cada vez más desnudo y solo, se ahoga con el peso que todos le echamos encima.

Poco humana y menos cristiana es esta actitud tan corriente. Jesús de Nazaret no quería a su lado gente que practicase este refrán. En su reino no caben actitudes medias, ni personas no definidas. Es reino de riesgo, libertad y verdad. Para entrar en él hay que quedarse desnudos, pobres -sin ropa ni seguridad- hay que ser transparentes y cristalinos, tirarse al agua de la vida, mojarse, romper amarras.

"El Reino de Dios -decía Jesús- se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de Dios se parece a un comerciante de perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra".

Jesús exige al cristiano una renuncia radical: venderlo todo, romper amarras, arriesgarse, definirse para entrar en el Reino de Dios, un Reino donde está prohibido "nadar y guardar la ropa".

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