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sábado, 20 de agosto de 2011

¿QUÉ DICE TU VIDA DE MÍ?: XXI Domingo del T.O. (Mt 16, 13- 20) - Ciclo A



Como el domingo pasado se sitúa la escena fuera del territorio palestino. Otra vez Jesús se retira con sus discípulos; ahora a la región de Cesarea de Filipo.
La razón para Mateo, es que se van a tratar temas que desbordan la problemática judía, y por eso Mateo coloca la escena en territorio gentil, fuera de una concepción del Mesías demasiado nacionalista, para dar a entender que estamos en una apertura a los gentiles. Ni lo que dice sobre Jesús, ni lo que dice sobre la Iglesia podía ser aceptado por un judío normal

Dos temas nos proponen hoy las lecturas: Quien es Jesús y el poder de las llaves.

Quien es Jesús

Lo primero que hay que tener en cuenta es que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y por lo tanto reflejan, no lo que Jesús pensó, dijo e hizo, sino lo que las primeras comunidades pensaban de él. ¿Acaso podían hacer otra cosa las primeras comunidades cristianas que preguntarse quién era ese hombre?

También es lógico que se preocuparan por la estructura de la nueva comunidad: Quién iba a ser su representante, con qué asistencia contaba, etc.

El texto expresa ideas que, solo se desarrollaron después de la experiencia pascual. Esto no le quita importancia sino que se la da, porque se trata de la experiencia de la primera comunidad que quiere expresar así su fe en Jesús.

Es significativo que se quiera diferenciar la opinión de la gente de la de los discípulos. La gente entiende a Jesús desde la perspectiva del AT: Un gran profeta. Es verdad que demuestran una gran estima por la figura de Jesús, pero no se han dado cuenta de la novedad que la figura de Jesús aporta.

A los discípulos les costó Dios y ayuda dar el paso de una interpretación nacionalista del Mesías, a la del verdadero mesianismo que encarnaba la figura de Jesús. Sólo después de Pascua dieron el paso.

Antes de esa experiencia, Pedro nunca pudo decir a Jesús que era el Hijo de Dios. (Marcos dice escuetamente: tú eres el Mesías y Lucas: el Mesías de Dios).

Los judíos ni siquiera tenían un concepto de Hijo de Dios en sentido estricto. Para un judío lo más que se podía decir de un ser humano es que era el Ungido, es decir Mesías. Los griegos (y también otras culturas) sí tenían un concepto de Hijo de Dios. Ellos sí podían decir de una persona que era hijo de Dios.

Cuando el cristianismo se instaló en la cultura griega, quisieron decir de Jesús lo máximo: Hijo de Dios. Si los judíos emplearon alguna vez la palabra hijo, tendría que ser con el significado de imitador, réplica, copia exacta de lo que era el Padre.

También se conocía en el AT la idea de hijo de Dios, pero era para expresar una especial cercanía a Dios. Se llamaba hijo de Dios al rey, a los ángeles e incluso a pueblo judío como conjunto

Jesús no pudo decir a Pedro, “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”; porque a Jesús nunca le pasó por la cabeza el fundar una Iglesia. Él era judío por los cuatro costados y no podía pensar en una religión distinta. Lo que quiso hacer con su predicación, fue purificar la religión judía de todas las adheren­cias que la hacían incompatible con el verdadero Dios.

Tampoco los primeros seguidores de Jesús pensaron en apartarse del judaísmo. Fue el rechazo frontal de las autoridades judías, sobre todo de los fariseos después de la destrucción del templo, lo que les obligó a emprender su propio camino.

La respuesta a la pregunta ¿quién es Jesús? no fue fácil; prueba de ello es la diversidad de respuestas que dieron las primeras comunidades. Cada una fue descubriendo lo que Jesús era desde sus características y peculiaridades.

Unas resaltaron el aspecto de salvador futuro y definitivo; la parusía sería la plenitud de su obra.

Otras se fijaron más en su aspecto de taumaturgo: la fuerza de Dios se manifestaba en las obras maravillosas que realizó.

Otras comunidades se fijaron más en él como Maestro, mensajero de la Sabiduría, comunicador de la ciencia que puede llevar al hombre a la verdadera salvación.

Otras cristologías se fijaron en él como el crucificado resucitado, estas se llaman cristologías pascuales. Poco a poco, se fueron integrando todas en esta pascual, y terminó por elaborarse la única cristología que ha llegado a nosotros a través del NT.

La respuesta que pone Mateo en boca de Pedro parece, a primera vista, certera, aunque no supone ninguna novedad, porque todos los evangelistas lo dan por supuesto desde las primeras líneas. Está claro que el objetivo del relato es afianzar una profesión de fe pascual.

Si Pedro hubiera pronunciado esa frase antes de la experiencia pascual, lo hubiera hecho pensando en un “hijo de Dios” en el sentido que lo entendían los judíos; es decir, como persona muy cercana a Dios o que tiene un encargo especial de su parte. Mientras vivió con Jesús ni Pedro ni los demás discípulos pudieron pensar en el “Hijo de Dios” del dogma.

El poder de las llaves

Respecto a la segunda cuestión, tenemos que aclarar algunos puntos.

En primer lugar, los textos paralelos de Marcos y de Lucas no dicen nada de la promesa de Jesús a Pedro. Es este un dato muy interesante, que tiene que hacernos pensar. Marcos es anterior a Mateo. Lucas es posterior. Tanto la confesión de “Hijo de Dios vivo” como la promesa de Jesús a Pedro, es un texto exclusivo de Mateo.

Si tenemos en cuenta que Mateo y Lucas copian de Marcos, descubriremos el verdadero alcance del relato de Mateo. Lo añadido está colocado ahí con una intención determinada: revestir a Pedro de una autoridad especial frente a los demás apóstoles. Seguramente pensando en la situación peculiar de su comunidad judeocristiana.

Es la primera vez que encontramos el término “Iglesia” para determinar la nueva comunidad cristiana. Utiliza la palabra que en la traducción de los setenta se emplea para designar la asamblea (ekklesian).

El texto intenta afianzar a Pedro en la presidencia de esa organización, pero es exagerado deducir de él la absoluta infalibilidad de los sucesores de Pedro. Hay que tener en cuenta que existe otro texto paralelo, también de Mateo, que leeremos dentro de dos domingos, que puede aclarar un poco el tema. En él se dice:

“Si tu hermano peca, repréndele a solas,... si no te hace caso, llama o otro u otros dos..., si los desoye díselo a la comunidad; y si también desoye a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Porque lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.

No se entiende muy bien, que en dos lugares tan próximos del mismo evangelio dé el poder de atar y desatar a Pedro y a la comunidad. Si ponemos atención al contexto, veremos que los dos textos no se contradicen, sino que se complementan. La última palabra la tiene siempre la comunidad, pero esta tiene que tener una persona que la represente.

Pedro o el sucesor de Pedro, cuando hablan en nombre de la comunidad y expresando el común sentir de la comunidad, tienen la garantía de acertar en los asuntos importantes para la misma comunidad.

Por tanto no es la comunidad entera la que tiene que doblegarse ante lo que diga una persona, sino que es el representante de la comunidad el que tiene que saber expresar el común sentir de esta. Este es el verdadero sentido del dogma de la infalibilidad, en nada parecido a lo que hoy piensa la mayoría de los cristianos.

Mateo trata de poner las bases de la nueva comunidad. En esa confesión de fe, podemos descubrir un horizonte que enmarcará la andadura de la Iglesia. Pero ha sido un verdadero error que la iglesia haya creído que se podía definir con dogmas, quién es Jesús, y haya dejado de hacerse la pregunta. Lo que es y lo que significa Jesús para nosotros, nunca lo descubriremos suficientemen­te.

También hoy, la pregunta fundamental que debe hacer todo aquel que se acerca a Jesús, tiene que ser: ¿quién es este hombre?

Lo malo es que todo intento de responder con fórmulas cerradas no solucionará el problema. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Mi vida es la que tiene que decir lo que Cristo es para mí.

Del esfuerzo de los primeros siglos por comprender a Jesús, debe quedarnos, no las respuestas que dieron, (siempre limitadas) sino las preguntas que se hicieron.

No se trata de responder con formulaciones teológicas cada vez más precisas, se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es Jesús. Y vosotros, y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí?

Hubo un tiempo en que hemos creído que lo importante era la respuesta. Hoy sabemos que lo importante es que sigamos haciéndonos la pregunta. Como la respuesta ya estaba dada (ahí están todos los dogmas cristológicos para demostrarlo), hemos dejado de hacernos la pregunta, y eso es grave.

Desde el punto de vista doctrinal la historia se encarga de demostrarnos que nunca nos aclararemos del todo. O exageramos su divinidad convirtiéndole en un extraterrestre o afianzamos su humanidad y entonces se nos hace muy difícil el compaginar que sea plenamente hombre y a la vez divino.

Una vez más tenemos que decir que la solución nunca la encontraremos a nivel teórico. Sólo desde la vivencia interior podremos descubrir lo que significa Jesús como manifestación de Dios. Sólo si nos identificamos con Jesús y hacemos nuestra su misma vivencia de Dios comprenderemos lo que fue Jesús.



Meditación-contemplación


Y tú, ¿quién dices que soy yo?
Ser cristiano significa responder a esta interpelación de Jesús.
No de manera teórica y aprendida,
sino con las actitudes vitales que él me exige hoy.
……………

En el momento que deje de hacerme la pregunta,
he dejado de ser cristiano.
Si tengo ya la respuesta definitiva,
me he colocado fuera del camino del seguimiento.
……………

“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”,
es la profesión de fe de los primeros cristianos.
Es el fruto de toda la experiencia pascual.
……………….

Descubrir en Jesús la presencia de Dios
y hacer que los demás la descubran en mí;
esa es la única tarea que me convertirá en cristiano.
………………..

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