San Pablo en su segunda carta a los cristianos de Corintio habla de la siembra, la del agarrado que lo hace con puño cerrado y la del generoso que esparce la semilla sin escatimarla. Esto que ocurre en las labores del campo, puede suceder y en realidad sucede en la vida real.
Si uno empieza a medir el esfuerzo que le va a suponer hacer tal o cual trabajo o servicio, y se deja llevar por la ley del mínimo esfuerzo, pocos serán los que podrán beneficiarse del mismo. Al contrario, aquel que no repara en lo que le va a costar ser generoso en su quehacer o en su entrega a los demás, ni que los que se beneficien de su servicio, no sepan reconocer su generosidad sentirá la paz interior del deber bien cumplido y de haber hecho felices los demás y Dios Padre, que lee en el interior de los corazones se lo tendrá en cuenta en el juicio final y podrá oír del justo Juez: “Bienaventurado siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
Si uno empieza a medir el esfuerzo que le va a suponer hacer tal o cual trabajo o servicio, y se deja llevar por la ley del mínimo esfuerzo, pocos serán los que podrán beneficiarse del mismo. Al contrario, aquel que no repara en lo que le va a costar ser generoso en su quehacer o en su entrega a los demás, ni que los que se beneficien de su servicio, no sepan reconocer su generosidad sentirá la paz interior del deber bien cumplido y de haber hecho felices los demás y Dios Padre, que lee en el interior de los corazones se lo tendrá en cuenta en el juicio final y podrá oír del justo Juez: “Bienaventurado siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
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