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jueves, 25 de agosto de 2011

XXII Domingo del T.O. (Mt 16, 21- 27) - Ciclo A: Encontrar la vida en Cristo



Un día apareció un hombre que tocaba la flauta tan maravillosamente que todo el pueblo acudía a la plaza a escucharle.
Un día un joven que conocía a un anciano que era sordo y que pedía limosna quedó sorprendido al verle todos los días en la plaza. No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas para el anciano. ¿Qué vienes a hacer aquí si eres sordo? ¿Qué te extasía tanto si no puedes apreciar la música?
El anciano le contestó: Mira al centro de la plaza, levanta la vista, ¿qué ves?
Una cruz, respondió el joven.
Es la cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja iglesia. Cierto, no oigo nada, pero me extasía pensar que algún día la música de la verdad crucificada fascine y cautive a los hombres y pongan sus ojos en la cruz, la de Jesús.

Algo muy anunciado son las pastillas, esas píldoras maravillosas que curan toda enfermedad y toda impotencia. Pero todas producen efectos secundarios.

El evangelio de Jesús es también una pastilla maravillosa que nos da la salvación eterna. ¿Va acompañado este anuncio de algún efecto secundario?

Sí, hermanos, Jesús nos lo dice muchas veces y de muchas maneras. ¿Quieres salvación y felicidad y vida eterna? Carga con la cruz y sígueme.

Hay una cruz para Jesús y hay una cruz para usted.

La cruz es el efecto secundario del seguimiento de Jesús.

¿Recuerdan la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo?

Pedro habló inspirado por Dios y tuvo un gran día. Jesús le cambió el nombre y le entregó las llaves.

El evangelio no lo dice pero ¿no se imaginan a Pedro dando una gran fiesta para celebrarlo?

Hoy, Jesús quiere poner los puntos sobre las íes y les dice: el Hijo del hombre tiene que subir a Jerusalén, ser matado y resucitar.

Jesús es un aguafiestas. ¿Por qué habla de sufrimiento y muerte? Ahora que lo estamos pasando pipa nos anuncias tristeza.

Pedro que ya veía brillar las llaves del poder le dice: Jesús no te pongas dramático, nada de desgracias, no te pasará nada, al menos mientras yo esté contigo.

Pedro quería la gloria pero no la cruz.

Quería el triunfo pero no el sacrificio.

Quería la salvación pero no la sangre.

Quería a Jesús a su manera humana pero no la voluntad de Dios Padre.

Quería un Jesús superestrella pero no un Jesús humillado.

El querer humano siempre tiene una mezcla de egoísmo, de vanidad, de carne y sangre, de placer y de odio a todo lo que nos lleva la contraria y nos hace sufrir.

Por eso Jesús le dice: Pedro, tú quieres como quieren los hombres, no como quiere Dios.

Tú piensas como piensan los hombres, no como piensan los hijos de Dios. Apártate de mí, Satanás.

Jesús pone precio a sus discípulos. “El que quiera seguirme que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga”.

Jesús es un aguafiestas.

Jesús viene a poner unas prioridades en la vida de sus seguidores: la renuncia, la cruz, el seguimiento, el compromiso, el sufrimiento, el amor…

Frente a las prioridades del mundo: el placer, la frivolidad, el egoísmo, la comodidad, a mí que me dejen tranquilo, me basta mi grupo…

La vida de Jesús tuvo un precio y no fue precisamente 30 monedas de plata.

El precio fue: aprender a obedecer sufriendo, revestirse de carne, amar sin límites a todos, dar su sangre por todos, cargar con la cruz hasta el Calvario… Y el premio, la resurrección.

La vida del cristiano tiene también un precio. Sólo lo pagan los que como el profeta Jeremías se dejan seducir por Dios, y se atreven a ser diferentes “no os ajustéis a este mundo”.

Esto exige: sufrimiento, oración y lucha.

Premio: encontrar la vida en Cristo.

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