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sábado, 10 de septiembre de 2011

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal: XXIV Domingo del T.O. (Mt Mt 18,21-35) - Ciclo A



TEMAS Y CONTEXTOS

EL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO
Ya conocemos este libro, del que hablamos en el Domingo 6º. El fragmento de hoy desarrolla preceptos del Levítico (19,17) y el Éxodo (23,4) sobre la venganza y el perdón.

LA CARTA A LOS ROMANOS
Un hermoso texto, frases especialmente conocidas y utilizadas en las liturgias de difuntos. Vivir y morir para el Señor.

EL EVANGELIO DE MATEO
Esta parábola no tiene paralelos en los otros evangelios, y su forma es profundamente aramea, Galilea. La proposición de Pedro es ciertamente generosa. Siete veces es ya un número simbólico (todos los números suelen serlo en la Escritura), que indica abundancia, generosidad. Pero generosidad con límite legal: después de perdonar siete veces, ¿qué pasará con la ofensa número ocho?
La respuesta de Jesús "setenta veces siete", no significa cuatrocientas noventa veces sino "siempre". Son los modos, concretos y plásticos de expresarse de aquel tiempo.
Significa que mi disposición a perdonar es permanente, no depende del número de las ofensas recibidas.
El mensaje de la parábola no está en la manera de actuar del señor sino en la manera de actuar del siervo "malvado", como retrato negativo. Es importante hacer esta precisión, en ésta y en todas las parábolas, si no queremos sacar de ellas consecuencias no queridas por Jesús. Las parábolas, no nos cansemos de recordarlo, no son alegorías en las que todo detalle tiene su significado: son historietas con muchos detalles que sólo dan colorido a la narración, para sacar UNA CONCLUSIÓN, UN MENSAJE. Aquí, la conducta del señor es solamente un detalle de la narración, sin significado. Lo vemos claramente en que el Señor no perdona más que una vez al siervo malvado, - no “setenta veces siete” - cuando Dios sí que perdona. Sacar de esta parábola la conclusión de que Dios acaba castigando con el fuego eterno está en contradicción con toda la enseñanza de Jesús. Es la imagen del siervo, perdonado en lo mucho e incapaz de perdonar en lo poco, lo que constituye el centro del mensaje.
El texto que leemos tiene una conclusión: “Así lo hará Dios con vosotros, si no perdonáis a vuestros hermanos”. La hemos omitido del texto porque es más que dudoso que la conclusión sea de Jesús. Jesús suele dejar las parábolas “abiertas”. Una vez concluida la narración, “el que tenga oídos que oiga”. Pero no pocas veces, el uso de las parábolas en las catequesis y en las eucaristías les ha ido añadiendo moralejas y consecuencias, que no pocas veces representan más las reflexiones de la comunidad que las palabras de Jesús. La “conclusión” de la parábola de hoy parece ser un ejemplo claro de esto.


R E F L E X I Ó N

El perdón es uno de los centros neurálgicos de la Buena Noticia, y es un buen test de la sinceridad y también de la madurez de nuestra fe. Jesús habla del perdón de muchas maneras. En sus dichos: "perdonad y seréis perdonados", "la parábola del hijo pródigo", "perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores"... Y muy especialmente en sus hechos, en su manera de comportarse con las personas: la adúltera, la mujer que le unge los pies en casa de Simón, la rehabilitación de Pedro, el Buen ladrón, y el “perdónales porque no saben lo que hacen”.
La parábola de hoy muestra el fundamento último de nuestro talante de perdonar.
Perdonamos porque Dios perdona, y esto, a dos niveles. Ante todo, el que ha conocido a Dios, a Abbá, sabe que está perdonado de antemano, que Dios es un permanente perdón, una acogida inquebrantable. Es la aplicación concreta de lo que vimos ya el domingo pasado: me siento querido y respondo queriendo; me siento perdonado y respondo perdonando.
Pero no solamente como una obligación sino, ante todo, como una conversión, un cambio de corazón. He experimentado que estoy vivo gracias a que Dios no pasa factura. He experimentado que puedo existir a pesar de mis errores. He experimentado en mí mismo cómo es el modo humano de vivir: dándose una y otra vez oportunidades, no exigiendo de nadie la perfección sino el afán de mejorar a pesar de los fallos. Lo he experimentado en mí, en cómo se porta Dios conmigo, y vivo así, portándome así con todos. No por exceso de misericordia, sino porque esa es la verdad, la condición humana, limitada y caminante. Dios es así, Dios acierta, yo quiero ser así.
La parábola del hijo pródigo muestra bien la esencia de la relación paterno-filial. El hijo vuelve, y es considerado otra vez como hijo. La justicia misericordiosa le habría admitido como criado. El padre le reconoce como hijo. De ahí que el hijo se sienta urgido en el futuro a portarse como hijo. Esa es la fuente de nuestro amor a Dios y a los demás, la fuente del perdón que dispensamos siempre.
Jesús, en el momento de ser crucificado, se porta como Hijo. No se porta como los que le están crucificando. No les devuelve el mal que le hacen. Se porta como Hijo, sigue queriendo su salvación. Se porta como Dios, su Padre.
Quizá la expresión más atrevida de este clima es la que propone el Padrenuestro. "Perdónanos como nosotros perdonamos". Si se considera como una proposición a Dios, invitándole a que su perdón sea respuesta al nuestro, es un suicidio. La realidad debería ser la opuesta: "haz que perdonemos como nos Tú perdonas". Pero no se trata de un pacto, de un comercio. Se trata de expresar nuestra condición de hijos, de reconocer que estamos dispuestos a instalarnos entre nosotros en el mismo clima de perdón en que cada uno se sitúa delante de Dios.
No debemos omitir sin embargo un aspecto extraordinariamente delicado en la aplicación de todo lo anterior a las circunstancias concretas. Si unos pocos de la sociedad perdonan siempre todo, y los demás siguen ofendiendo. Si los ladrones son perdonados sin más, si los políticos corruptos son perdonados sin más, si los terroristas asesinos son perdonados sin más, si los poderosos siguen explotando a los débiles y son perdonados sin más... la sociedad canoniza a sus mismos destructores, deja inermes a las personas y se destruye a sí misma. El perdón no es un salvoconducto para obrar mal, ni significa que lo mal hecho no tenga importancia.
Dicho de manera quizá demasiado tajante, aspiramos a que sea posible una sociedad basada en el perdón. Pero no estamos en ella. El perdón radica en la conversión. El mundo del pecado no deja sitio al perdón; puede aspirar como mucho a imponer la justicia. Y hay muchas circunstancias en el mundo en que no podemos aspirar a otra cosa que a la justicia. Sin embargo, los que siguen a Jesús no se conforman con que se haga justicia, aunque esto sea evidentemente necesario: aspiran a la reconciliación cordial de las personas. Aspiran a que sea posible el perdón, pero esto no depende sólo de ellos. Tendrán que limitarse a hacer justicia, aunque, si son seguidores de Jesús, añorando no poder condonar la deuda sin más.
La cumbre del perdón, lo más difícil e incluso incomprensible, es el amor a los enemigos. En esto, como en todo, el modelo perfecto es el mismo Jesús. Mientras le crucifican, Jesús ora por los que le están clavando. Evidentemente, no es que le caigan bien, no es que sienta amistad por ellos. Pero sí es que por su parte no les desea mal. Ellos son enemigos de Jesús, pero Jesús no es enemigo de ellos. Pero este "amor a los enemigos" no le ha impedido a Jesús atacar, ridiculizar y agredir verbalmente a los escribas y fariseos, y expulsar del Templo latigazos a los traficantes de ganado. Y también a todos esos les ama Jesús y desea su salvación. Tampoco los considera enemigos. Pero les desenmascara, les ataca, les excluye. El fondo de todo esto está sin duda en una disposición interior, en un deseo de ser hermano de todos y de portarse como tal. Son mis pecados y sus pecados los que pueden hacerlo imposible. Y cuando es imposible de hecho, cuando mis o sus pecados, o ambos, nos obligan a descender al terreno de la simple justicia, el corazón cristiano deberá sangrar. Alegrarse del castigo puede significar renunciar a la compasión, manifestando así que nuestro corazón no es fraternal, no es como el de Jesús.


PARA NUESTRA ORACIÓN.

1.- Contemplar la maravillosa perfección con que Jesús cumple lo que dice. Jesús es insobornable, no transige con nadie, insulta en público a Herodes y a los escribas y fariseos, limpia el Templo a latigazos… y es absolutamente misericordioso con los pecadores, come con ellos … El problema está en que “otros” no quieren comer con él.
2.- Mirarme hacia dentro, mirar mi disposición hacia la gente que me cae mal, mirar si deseo poder ser hermanos de corazón, o deseo en el fondo su mal. Comparar mi corazón con el corazón de Jesús. Pedir a Dios la conversión.
3.- Hoy es día para orar por todos los pueblos acosados por guerras, venganzas, terrorismo. Es día de soñar que podamos ser hermanos. Es día de pedir conversión de todos, cada uno de sus propios pecados. Es día de pedir que desaparezca la intransigencia, el fanatismo, el desprecio de la vida, los deseos de venganza. La paz sólo puede nacer si hay justicia, pero no sólo con justicia, sino con justicia y reconciliación. Pedir a Dios que todo esto sea posible.

NUESTRA ORACIÓN DE HOY NO PUEDE SER OTRA QUE LA DE JESÚS, LA DE LOS HIJOS: LOS DISCÍPULOS SE ACERCARON A JESÚS Y LE PIDIERON: “ENSÉÑANOS A ORAR”. DESDE AQUEL DÍA, LOS QUE SIGUEN A JESÚS SABEN ORAR COMO HIJOS, Y LEVANTAN EL CORAZÓN HACIA SU PADRE.

Haremos esta oración dialogando el texto: respondemos todos con las frases del Padre Nuestro.
Porque hay a quien dirigirme. Porque estás ahí y eres el que me quita el miedo.
Porque dirigirme a Ti es levantar el corazón, no machacarlo, porque levanto mi mano y hay una Mano mayor que me la coge. Porque Jesús, el Hijo, me informó de quién soy y de Quién eres.
Por eso puedo levantar la vista, alzar la frente, mirarte a los ojos y decir:

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO
Ésta es la vida eterna, que te conozcan, que te quieran. Si todos te conocieran ¡se acabarían tantas oscuridades!. No te conocen, se han fiado en caricaturas de Ti. Por eso te ignoran, te niegan, blasfeman de Ti. Bendito seas Señor, que todos los pueblos te conozcan y te quieran
SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
Tienes que reinar. Entre nosotros reina ahora la violencia, el exceso de los ricos, la humillación de los pobres, reina la necesidad de consumir, reina la locura contra el planeta entero. Reina la oscuridad. Eso es lo que ahora reina.
Queremos que reine la libertad, que reine la confianza, que reine la solidaridad, que reine el perdón, que reine la dignidad de tus hijos. Queremos que reines Tú.
VENGA A NOSOTROS TU REINO
Sabemos cuál es tu voluntad, porque te conocemos: tu voluntad es que todas las personas sepan que son hijos, que todos vivan como hijos, que todos vivan para siempre. En el cielo y en la tierra. Allí quedarán cumplidos tus planes; aquí seguimos peleándonos con las tinieblas. Que se cumpla, Señor, tu voluntad, tu voluntad de que la tierra sea como el cielo, tu voluntad de que haya luz y desaparezcan las tinieblas.
HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO
Tú sabes bien de qué barro nos hiciste. Nos consta que sabes lo que necesitamos. Yo tengo pan, muchos no tienen pan. Yo tengo el Pan de tu Palabra, muchos no lo tienen. Yo tengo el Pan de Jesús, muchos no lo tienen. Porque no vivimos sólo del pan que se mastica, sino también – y mucho más – del pan de la esperanza, del pan del perdón, del pan de la justicia. Hoy pensaré en la Eucaristía que me estás dando tu Pan y desearé que nunca me falte. Y pediré que nunca me falte. Y pensaré en el hambre de mis hermanos, faltos de Pan y de Palabra. Y pediré que te acuerdes de te necesitamos. Que no nos falte, Señor, tu Pan.
DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA
Ofensas, fea palabra. Nunca ha pasado por mi mente ofenderte. Si alguien te ha ofendido es porque no te conoce. Sabes que no son ofensas, que son errores y esclavitudes. Yo sé que así lo sabes, pero es que necesito excusarme ante Ti, mi Padre, por ser tan poco hijo. Yo sé que vivo gracias a que Tú me conoces y me comprendes. Yo sé que esa manera tuya de comprender y perdonar está en mis hermanos, tus otros hijos. Sé que ellos me conocen y me comprenden, y me siento bien, conocido y comprendido. Quiero vivir en ese ambiente, quiero comprender y perdonar, quiero vivir perdonando y perdonado.
PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN. Tentación. Toda mi vida es una enorme tentación. Te confesaré que no me apetece el Reino. Me tienta el dinero, me tienta la venganza, me tienta el prestigio, me tienta todo. Tu Reino, tan fascinante, me atrae menos que muchas otras cosas, más cercanas, más tentadoras. El Reino se me convierte en una puerta estrecha, en un camino empinado, en un ojo de aguja difícil de acertar. No me abandones, no retires de mí tu Santo Espíritu, no permitas que mis ojos prefieran tesoros que roe la polilla, no me dejes servir a otros señores, no me dejes en manos de mí mismo. Que tu vara y tu cayado me conduzcan mientras camino por oscuras cañadas.
NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN
¿Por qué has dejado suelto tanto mal? ¿Es que no sabes que el mal nos impide creer en Ti? ¿Es que no miras el dolor de tantos hijos? ¿Es que van ser nuestros males más poderosos que Tú, es que nos van a impedir creer en Ti? Yo sueño con un mundo de Hijos que no sufren. Yo sueño con un mundo en no haya que creer en Ti, un mundo en que seas evidente. Me parece que estamos atados, agobiados, sometidos, al poder de las tinieblas que nos impiden verte, al poder de la tierra que nos atrae mucho más que el cielo. Líbranos, tú que eres poderoso, tú que pusiste a tu hijo el nombre de “El Libertador”, en esta vida y para siempre, líbranos.
Y LÍBRANOS DEL MAL
TODO ESTO ES SIN DUDA UNA OSADÍA, QUE EMPIEZA POR DIRIGIRNOS A TI CON TAN DESCARADA CONFIANZA. PERO JESÚS NOS ENSEÑÓ A ORAR ASÍ. Y POR ESO, FIELES A SU ENSEÑANZA, NOS ATREVEMOS A DECIR:

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO
SANTIFICADO SEA TU NOMBRE.
VENGA A NOSOTROS TU REINO.
HÁGASE TU VOLUNTAD
ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO.
DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA.
PERDONA NUESTRAS OFENSAS
COMO TAMBIÉN NOSOTROS
PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN.
NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN.
Y LÍBRANOS DE MAL.

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