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jueves, 29 de septiembre de 2011

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: XXVII Domingo del T.O. (Mt 21,33-43) - Ciclo A


Publicado por Dominicos.org

“Por sus frutos los conoceréis”

“Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,20), afirma el evangelio de Mt hacia el final del Sermón del Monte. Dos mil años más tarde de este sermón, es interesante hacer balance y ver cuáles han sido los frutos de dos milenios de existencia del cristianismo. Aún sin prestar oídos a los profetas de calamidades que ahogan toda esperanza, observamos cómo la sociedad mundial ha evolucionado hasta el actual sistema socio-económico global de neoliberalismo feroz que está llevando a la humanidad a situaciones extremas en todo orden, especialmente de pobreza y miseria. Como bien conocen los expertos, este sistema ha sido generado y aventado en las sociedades occidentales, aquellas que han sido tradicionalmente cristianas. ¿Es este el fruto el que esperaba Jesús? ¿Hay alguna razón que explique cómo hemos podido llegar a producir tales frutos desde el evangelio de Jesús? Probablemente hay muchas y, a la vez, ninguna.

Fray Ángel Romo Fraile


Comentario Bíblico

Primera lectura: (Isaías 5,1-7)

Marco: El contexto son los oráculos sobre Judá e Israel (1,1-12,6) con dos secciones: oráculos de condenación y salvación, que culminan con la vocación de Isaías y oráculos que se han convenido en llamar “el libro del Enmanuel”. La lectura recoge la bella imagen de la viña como símbolo de Israel para describir su existencia y su misión y los cuidados que Dios le dispensa.

Reflexiones

1ª) ¡Canto de amor a la viña del amigo!

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado... La imagen de la viña o la cepa, para significar el pueblo, es frecuente en la Escritura (incluso en otras culturas próximas a Israel). Tanto Jeremías como Ezequiel recurren también a esta imagen (Jr 2,21). Los cantores de Israel, los salmistas, utilizan el mismo tema convirtiéndolo en oración y alabanza a Dios, o de exhortación y advertencia al pueblo, como los profetas (Sl 80,9ss).

El recurso del profeta a esta imagen de la vid para simbolizar al pueblo de Dios evoca un símbolo entrañable para significar el conjunto de realidades que reflejan el sentido del bienestar. La fuerza de la imagen está en relación con la proximidad de la cepa o la parra. Sabemos por la Escritura que cuando se quiere expresar el bienestar y la tranquilidad se afirma, más o menos, que es como llevar una vida tranquila debajo de la higuera y de la parra. Y cuando se quieren magnificar las bondades de la tierra prometida se afirma que es una tierra que mana leche y miel, es decir, tierra de pastos (leche de las ovejas y cabras alimento fundamental) y de viñedos (por el vino y por los panes de pasas tan apreciados en la antigüedad). Y todavía cuando se quiere describir la alegría suma se recurre al banquete en el que abunda el vino que alegra el corazón del hombre.

El profeta indica la viña estaba plantada en fértil collado; Dios realizó con ella los esmerados cuidados de un labrador solícito que entrecava, descanta y mima. Por parte de Dios su actuación por el pueblo es de exquisita solicitud. La obra ha quedado completa por su parte.

Hoy, como ayer, es necesario anunciar que Dios cuando proyecta algo para el hombre lo hace de modo acabado y pleno para que el hombre sea feliz. Dios no se deja vencer en detalles y en generosidad. En un mundo en el que las relaciones se hacen cada vez más distantes y más frías e interesadas, es necesario insistir en esta labor delicada y gratuita de Dios con el hombre. Y los creyentes han recibido la misión de hacerlo creíble y aceptable. ¡Dios lo hace todo bien para del hombre!

2ª) ¡Increíble respuesta de un pueblo a tanto derroche de bondades y finezas!

Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones... ¡Con qué fuerza de imágenes y con qué profunda decepción habla el profeta!... Isaías es el profeta que más insiste en la santidad y en la fidelidad de Dios, por eso recoge con más intensidad los lamentos del viñador por la respuesta infiel a tanto derroche y esmero. La grandeza y belleza de las imágenes que describen los cuidados del viñador se convierten en decepción profunda en la segunda parte que cristaliza en las amenazas. Pero como el amor de Dios por su viña es eterno, las amenazas son una advertencia y una solicitación insistente a convertirse y a cambiar de actitud frente a las relaciones con él.

Esta imagen recoge admirablemente la dolorosa y desconcertante historia de la salvación realizada por Dios con su pueblo. La simbología a que recurre el profeta es la traducción en imágenes de la realidad trágica de Israel. El profeta termina identificando la viña con el pueblo de Israel. Esta presentación en dos movimientos recoge admirablemente la gratuidad y suma delicadeza de Dios y la respuesta tosca, ruda y rebelde de un pueblo que no sabe acoger los dones gratuitos con responsabilidad y disfrutarlos en la fidelidad.

Hoy, como ayer, Dios sigue teniendo proyectos de paz y de bienestar y no de aflicción para con los hombres. Dios sigue tomando muy en serio a los hombres, imágenes y semejanzas suyos y, por medio de Jesús, sus hijos. Es necesario seguir proclamando esta realidad fundamental y consoladora. Que Dios no abandona al mundo. Que su proyecto es para todos y para siempre. En nuestra predicación y en nuestro testimonio, podemos ofrecer una imagen de nuestro Dios atrayente e irrepetible. Dios no puede ser suplantado por nada, porque nada ni nadie quiere más sinceramente el bien del hombre y de todos los hombres que él.

Segunda lectura: (Filipenses 4,6-9)

Marco: Seguimos proclamando la carta a los Filipenses. El fragmento proclamado hoy recoge algunas exhortaciones concretas.

Reflexiones

1ª) ¡Es necesario el sosiego interior fruto de la esperanza y confianza en Dios!

Nada os preocupe... Pablo centra ahora la atención en el sosiego y la paz que debe reinar en cada uno y entre todos. Pablo, que es un ejemplo acabado de oración, sabe de las riquezas que se derivan de la misma. Podría parecer sorprendente que en una persona de la actividad de Pablo se diera a la vez la honda riqueza del diálogo permanente con Dios que es su más breve y mejor definición.

Pablo insta a los Filipenses a que nada les preocupe, cuyo sentido matizado equivaldría a decir que no es conveniente anticiparse a los acontecimientos o vivir en una solicitud angustiosa, ni tampoco una actitud de cálculo exagerado que condujera al desasosiego interior, a la desconfianza o al abandono de la confianza. Pablo quiere que los filipenses eviten toda preocupación y angustia que se adelantasen a los acontecimientos. En el fondo interpreta el consejo del Maestro: ¡Cada día tiene bastante con sus propios problemas! (Mt 6,13s). Y, sobre todo, la imagen de las aves del cielo y las flores del campo. También allí el evangelista utiliza la misma expresión: no os preocupéis, no os inquietéis, no os angustiéis, no os adelantéis a los acontecimientos.

Pero Pablo exhorta a ocuparse sosegadamente en las tareas fundamentales del reino y de una vida humana correcta. Como ya lo había indicado también el Maestro: las aves del cielo no almacenan, no cosechan pero todo el día buscan incasablemente el alimento. Están ocupadas todo el día en lo que es propio de su naturaleza. Siempre buscadoras pero sin angustia.

Hoy, como ayer, esta palabra invita a contemplar la actividad humana, en todos los órdenes y planos, como una urgencia de la propia naturaleza social del hombre, pero es necesario corregir el exceso de activismo también en todos los órdenes. Esta palabra de Pablo es una llamada de atención para ocuparse y poner todos los dones en acción, pero con sosiego y con alegría.

2ª) ¡Buscad siempre lo verdadero, lo noble, lo amable, lo virtuoso!

Todo lo que aprendisteis ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros. Estos pensamientos los comparten también otros autores del Nuevo Testamento (1Tm 2,1-3; 2Pe 1,5-8). Desde su origen, la Iglesia tuvo que estar muy atenta a los movimientos gnósticos que no tenían aprecio por el compromiso ético. Y, en concreto, Pablo los tuvo cerca. Y lo mismo los responsables de las Iglesias que vivían de la tradición joánica. Para los gnósticos el Evangelio no implicaba ningún compromiso moral o social.

Ya el Maestro nos advirtió insistentemente que nos conocerían por los frutos. Y estableció el mandamiento del amor fraterno a la altura del amor a Dios. Huir del compromiso moral o social en todos los planos y en todos los órdenes nos alejaría de la voluntad de Dios. Hoy como ayer los creyentes debemos insistir una y otra vez en el compromiso moral y social: haciendo posible la justicia, facilitando a todos el conocimiento de la verdad, promoviendo la paz y la solidaridad, trabajando por la dignidad y respeto de la persona humana.

La Iglesia nunca ha abandonado esta preocupación, renovada recientemente con insistencia singular. El creyente, en medio del mundo, no está eximido de su responsabilidad social para construir el reino de Dios que entraña siempre un mundo mejor para todos los hombres. La esperanza final del reino trascendente prometido no exime del quehacer temporal e histórico sino que, por el contrario, urge trabajar y asumir esta tarea con empeño y solicitud. El hombre es un rico complejo integrado en la historia con todas sus consecuencias mientras, y a la vez, abierto a la esperanza en un nuevo y definitivo reino donde la paz y la comunión de todos será una realidad gozosa y para siempre.

Evangelio: (Mateo 21,33-43)

Marco: Seguimos en la última semana de la vida de Jesús centrada en su actividad misionera en Jerusalén. El rechazo del Mesías en Jerusalén se agrava cada día. El fragmento proclamado hoy es una parábola a través de la cual Jesús exhorta de manera urgente a los dirigentes de Israel. La parábola está incluida naturalmente en un diálogo polémico en el que Jesús inicia la ofensiva contra los sumos sacerdotes y senadores. Describe su situación dramática.

Reflexiones

1ª) ¡Nueva advertencia sumamente grave a los dirigentes espirituales!

Había un propietario que plantó una viña... El relato, en sus líneas principales, es natural y realista por lo que resulta muy verosímil, si tenemos en cuenta las condiciones del país en aquel tiempo. Sabemos que las fincas importantes estaban a menudo en manos de extranjeros, por lo que podemos suponer que el descontento agrario iba de mano con el sentimiento nacionalista. Se daban, pues, todas las condiciones para que la negativa a pagar la renta fuera el preludio del asesinato y de la ocupación violenta de la tierra por el campesinado.

La parábola puede tomarse como una muestra de lo que pasaba en Galilea durante el medio siglo anterior a la rebelión general del año 66 d.C. La finalidad de esta parábola, como la de otras muchas, es la de justificar por qué el Evangelio es ofrecido a los pobres. Vosotros, los viñadores, los jefes del pueblo, no habéis querido recibir el mensaje evangélico, habéis acumulado rebeliones contra Dios; rechazáis, incluso, a su último Enviado; por eso, el Dueño entregará su viña a otros (Mc 12,9).

Es muy posible que ésta parábola haya sido dirigida a los sanedritas. Porque a partir del texto de Is 5,1-7, la viña es una imagen ya consagrada para significar el pueblo de Israel. Puesto que Jesús no habla de la viña, sino sólo de los viñadores, se puede pensar que no habla al pueblo, tomado en su conjunto, sino a sus responsables. También hoy esta referencia tiene especial sentido para los responsables encargados de llevar adelante la evangelización y la vida de la Iglesia. Es necesario tomar en serio las propias responsabilidades para el crecimiento en la fe auténticamente evangélica.

2ª) ¡La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular!

Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?... Las parábolas de Jesús terminaban habitualmente con un interrogante explícito o implícito, porque una de las características de las parábolas de Jesús es suscitar en los oyentes la reflexión y la entrada en juego de lo que se pretende decir o enseñar con la parábola. Lo que sigue son reflexiones de la comunidad cuando aplicaba las parábolas a los que habían abrazado la fe. Jesús quiere que sus oyentes, los senadores y los sumos sacerdotes, entren en el desarrollo narrativo de la parábola y, desde la narración, al sentido.

Ellos eran los dirigentes del pueblo, de la viña del Señor. ¿Qué habían hecho con la viña? ¿Cómo habían cumplido la misión que se les había encomendado como dirigentes del pueblo? Necesitan reflexionar detenidamente. El relato les ha puesto ante la realidad desnuda de sus vidas y de su ministerio. La misión de Jesús, a la que se habían opuesto unos y otros, está llegando a su fin. Él representa la última oferta de Dios a su pueblo y a los hombres. Es necesario reaccionar con sabiduría y pronto. Es necesaria la vigilancia y la decisión.

Hoy, como ayer, esta parábola sigue siendo una denuncia a cuantos ostentan una misión de dirigentes en la sociedad y, especialmente, en la Iglesia. Es necesario leer esta parábola desde nuestra situación e interrogarnos qué estamos haciendo con el carisma y la misión recibidos en favor de los hombres y mujeres que constituyen la Iglesia, la viña del Señor.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)


Pautas para la Homilía

Resulta de particular interés indagar a quién va dirigido un texto bíblico. En el caso concreto del evangelio de hoy, el texto forma parte de una diatriba que Jesús mantiene con los sacerdotes y los maestros de la ley. Los capítulos 21 a 23 de Mt constituyen una unidad que comienza con la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén, cuando es identificado como el “profeta Jesús” (Mt 21,11), como el auténtico profeta de Dios contrapuesto a los falsos profetas, aquellos que “ni entran en el reino de los cielos ni dejan entrar a los que quieren entrar” (Mt 23,13), y cuyos frutos de hipocresía conducirán a la ruina de Jerusalén (Mt 23, 38). Dos textos significativos respecto a esto preceden al evangelio de hoy: el rechazo del Templo y su culto, declarado “cueva de ladrones” (Mt 21, 12-13); y el rechazo de los estudiosos de la ley, de los “sabios”, en la imagen de una higuera (símbolo del estudio en Israel), que Jesús maldice (“nunca más brote de ti fruto alguno”), pues no da más que “hojas” (palabras vacías) y no frutos (auténtica fe) (Mt 21, 18-22).

Y he aquí que la parábola del evangelio de hoy, junto a los textos anteriores, está dirigida a un público formado por los “jefes de los sacerdotes y los fariseos” - según reza el versículo final omitido en la liturgia de hoy (Mt 21,45) - así como lo que sigue en los capítulos 22 y 23 y que culmina con la ruina de Jerusalén. En otras palabras, todas estas acusaciones de Jesús no van dirigidas al pueblo, sino a sus líderes, particularmente a sus líderes espirituales, al culto y a la ley, esto es, a la expresión y a la interpretación de la Revelación de Dios. Jesús no culpa al pueblo de la ruina de Jerusalén – de la ruina de la fe – sino a los sacerdotes y a los “teólogos” del momento, porque no dan fruto e impiden a otros darlo.

La clave es darse cuenta de que esos “frutos” que Jesús reclama son frutos de fe, es decir, personas con fe, con auténtica fe. La ruina de la religión –esto es, de la relación de la humanidad con su Dios-, y con ella, de la sociedad, se debe a la falta de personas, hombres y mujeres con auténtica fe. Y Dios ha confiado en manos de algunos - “los labradores arrendatarios” - cultivar esa fe, cultivar a las personas en la fe auténtica. Pero ni el culto, ni la teología, ni la moral, ni el derecho canónico,… son garantía de ese cultivo en la auténtica fe. Aún más, como obra de manos humanas que son, tienden, en demasiadas ocasiones, a ocultar, envueltos en excesos de gestos y palabras, lo que debieran hacer patente, secuestrando así “la herencia”, los frutos que debieran ser para Dios. Cuántas veces tantos y tantos constructos elaborados a lo largo de la historia del cristianismo – también hoy - no han conseguido que la fe de los hombres y mujeres, que debía llegar hasta Dios mismo, se haya quedado en las excesivas mediaciones humanas que los labradores han puesto entre medias, impidiendo, más que facilitando, la entrada en el reino de los cielos, como Jesús denuncia. Ante tanto abandono de la Iglesia, ¿acaso podemos culpar a nuestros hermanos de deserción?

¿Y cuál es la propuesta de Jesús? Él mismo; Él es el heredero; Él es el camino, la verdad, la vida. Si matamos al heredero, ya no habrá camino, ni verdad, ni vida; ya no habrá herencia.
Pero, ¿cuál es esa alternativa que plantea Jesús, en sí mismo, frente al Templo y a la Ley, para que el fruto verdaderamente fructifique, para que hombres y mujeres alcancen, mediante la auténtica fe, a su verdadero Señor, que es Dios mismo? Sólo una observación: Jesucristo se ha encarnado en esta tierra, en hombres y mujeres, en realidades y proyectos, en comunidades e individuos, haciendo de nuestra realidad vital, la mediación definitiva de Dios. Empañar o desviar la atención de esta revelación de Dios encarnado en las realidades del mundo, es “matar al heredero”. Aún con todo, la sangre del heredero derramada en esta tierra ha abonado las realidades de este mundo para que produzcan frutos de verdadera fe: a nosotros, el pueblo “de Dios”.

En tanto, y para que no se me tilde de profeta de calamidades, aún en la situación actual, estoy convencido de que Dios se ha valido para que, a pesar de tantos obstáculos interpuestos a la entrada en su reino, éste continúe creciendo y engrosándose en una sociedad que igual crece en descristianización que en pobreza y miseria. Porque, en definitiva, ¿acaso no es el reino de Dios de los pobres? Y, bien sabemos, pobres siempre tendremos entre nosotros. Es más cada día crece su número de forma exponencial, gracias a la sociedad que procede del cristianismo.

Un “mea culpa” escapa de mis labios, pues, aunque parte de ese pueblo que busca la fe auténtica, no me puedo excluir de mi condición de “labrador arrendatario”.

Fray Ángel Romo Fraile

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