Publicado por Hesiquia
La “inquietud” pesa sobre el espíritu, sobre el corazón, sobre toda alma. Envenena la existencia.
Tengas lo que tengas que hacer, sean cuales sean tus responsabilidades materiales o espirituales, no enmarañes tu alma, y no permitas jamás que la inquietud te turbe.
Todo lo que tienes que hacer en religión es Su obra. Haz generosamente lo que puedas, sabiendo que el éxito no depende más que de Él, no de tus habilidades.
Si no buscas en ninguna cosa tu propia gloria, vivirás en una paz inalterable, aunque tengas mucho que hacer aún. Una sola cosa hay que temer: el pecado. Los caminos de Dios no son los nuestros. Jesús triunfa por el fracaso.
Nada ha cambiado desde hace veinte siglos. Sé diligente, y pon los medios: es la voluntad de Dios. Pero quédate persuadido de que nada tendrá éxito más que por Él. Si Él no lo quiere, acepta el fracaso, así como todas sus consecuencias humillantes y desagradables. Entonces, serás libre.
Hacer lo que Dios quiere: eso es lo que importa; no el tener éxito. ¡Es tan tranquilizante pensar que el Padre tiene en sus manos, el mundo y el corazón de todos los hombres! Todo ocurre porque Él quiere; nada se hace que Él no lo permita.
¿Por qué angustiarse con vanas preocupaciones? Pon por obra lo que está en tu mano, pero a su tiempo. Rehúsa reflexionar en el momento que pertenece a Dios: oración, lectura, gran silencio de Completas a Prima.
Si no, se acabó la serenidad de tu alma. Contempla la calma admirable de Jesús ante una tarea que abarca la Tierra entera y de todo el género humano. Él ilumina con pocas palabras. Él salva por la inmovilidad y el silencio de la Cruz.
Toda la prudencia humana no invalidará Su palabra: “Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré todo hacia Mí” (Jn 12, 32 )
Los Apóstoles, los grandes “convertidores”, los santos no han sacrificado jamás, por apresuramiento, su coloquio con Dios. Confiaban todo a su Providencia, y jamás dudaban de Él.
Las realizaciones, incluso temporales, de los verdaderos contemplativos son admirables, tanto como es la estéril idea de la agitación de los negocios que a Él no se ordenan.
El puro amor de Dios es un filtro. Expulsará de tu alma no sólo todo lo que le es contrario, sino lo que no la alimenta. Se opondrá a todo ruido capaz de sofocar o alterar Su voz:
“Un silencio lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todo poderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos” (Sab 18, 14-15).
Dios viene cuando todo duerme sobre la tierra, todo lo que es de la tierra.
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