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domingo, 4 de septiembre de 2011

MI PADRE ME QUIERE, MIS HERMANOS ME NECESITAN


XXIII Domingo del T.O. (Mt 18,15-20) - Ciclo A

Es parte de una recopilación de "dichos del Señor", que reúne tres mensajes completamente diferentes:

o La corrección fraterna
o Atar y desatar
o La oración en común

Los tres son frases más bien sacadas de sus contextos, y ninguno de los tres tiene la trascendencia teológica que a veces se les ha dado. Vamos a comentarlos muy brevemente:

La corrección fraterna

Algunas comunidades la han aplicado estrictamente así: en privado, con testigos, ante toda la comunidad. Puede ser un uso habitual de la comunidad de Mateo pero ciertamente no es un precepto funda-mental de Jesús. Su aplicación o modificación en nada afecta a los grandes mensajes del Evangelio.

Atar y desatar

Lo único que puede interesarnos de este dicho es que se dirige a todos los discípulos, no solo a Pedro ni siquiera a los Doce. Esto nos lleva a reflexionar sobre la ligereza con que puede cimentarse el Primado de Pedro en un texto sin tener en cuenta otros paralelos, pero también a recordar que para Jesús es fundamental que sus discípulos, la Iglesia, tienen el compromiso de hacer presente en el mundo el Espíritu de Dios.

La oración en común

Aplicar este texto de modo indiscriminado a la eficacia de la oración, como si se nos ofreciera un conjuro poderoso por medio del cual conseguimos que Dios haga en todo nuestra voluntad, no tiene nada que ver con la oración de Jesús ni con la aceptación de la voluntad de Dios. Es sin más una exhortación a la oración en común.

Solemos utilizar este texto en nuestras reuniones: Jesús en medio de la comunidad de creyentes. No por una presencia mítica o fantasmal, sino porque nos reunimos como creyentes, y hacemos presente el espíritu de Jesús, que es lo que nos une, lo que nos hace comunidad.

REFLEXIÓN

Los textos del evangelio ofrecen hoy escasa materia de reflexión. Nos dedicamos al comentario de la segunda lectura, que presenta un tema tan básico.

Algunos piensan hoy que, al insistir en la caridad, hemos ablandado la religión: antes todo era pecado, ahora ya nada es pecado; antes había infierno, ahora ya no lo hay; antes Dios era Juez, ahora resulta que perdona a todos … Quien piense así no se ha enterado de nada. Lo que está proponiendo Jesús no es un ablandamiento de la Ley sino un cambio de motivación. Y resulta que los nuevos motivos son mucho más exigentes. El amor es mucho más exigente que la Ley. La Buena Noticia es, a la vez, lo más tranquilizador y lo más exigente del mundo.

La definición misma del ser humano depende de su relación con Dios y, por tanto, del conocimiento de Dios. La esencia de La Buena Noticia es la revelación de Dios. Dios = Abbá lo cambia todo. Juan lo expresa en el terreno de los conceptos: Dios es amor.

Jesús no lo dijo así, sino con una parábola: Dios es mi Abbá. Abbá indica qué clase de amor es el de Dios: el de los padres que por puro amor ponen a un ser en el mundo, lo sacan adelante y lo quieren más cuanto más les necesita. Como siempre, la parábola expresa mucho más que el concepto.

La parábola de Abbá define también al ser humano: es hijo. Le hace falta saberlo y, a partir de ahí, comportarse como tal. Hijo, no asalariado: responsable de las cosas de su padre, porque son las suyas. No trabaja por miedo, ni por deseo de premio ni por temor de castigo. La revelación "soy hijo" cambia la motivación de su vida. El padre y los hermanos definen su personalidad.

En una relación ideal padre-hijo-hermanos no hay lugar para cumplimientos ni para mínimos. El amor entre las personas hace que las obligaciones, lo mandado, sean expresión del cariño. El amor mutuo hace que lo obligatorio sea siempre mucho menos de lo que se desea hacer por los otros. No hay padres que se limiten a cumplir sus obligaciones. No hay relaciones entre hijos y hermanos que se basen en la justicia.

El resumen de la Buena Noticia es por tanto un gozoso descubrimiento: "Mi padre me quiere, mis hermanos me necesitan". Y, al contrario, yo necesito de ellos, de padre y de madre y de hermanos: y sé que puedo contar con su cariño. Eso es, precisamente eso, una comunidad cristiana, formada por su fe en Abbá, que produce amor fraternal.

Cuando decimos que todos los mandamientos se resumen en "Amar a Dios y al prójimo" lo expresamos con una fórmula torpe. Amar a Dios no es un mandamiento; amar al prójimo no es un mandamiento; amar no puede ser nunca Ley, a no ser que se entienda como una ley física o biológica, una necesidad que va con nuestra misma naturaleza. Sentirse amado por Dios, sentirse hijo, se convierte para el creyente en su ley biológico-espiritual, su manera de ser: es un motor para vivir de otra manera, que podemos especificar así:

§ Respecto a Dios: con una inmensa confianza. Desapareció el miedo. Nadie teme a su madre. Lo único que temo es disgustarle, porque le quiero. Es hora de que enterremos al dios/juez, que tan útil es para amenazar, y tan inoperante para motivar a una persona humana.

§ Respecto a mí mismo: con un inmenso sentido de la dignidad y la responsabilidad. No me conformo con menos, no hago lo que no es digno de mi padre. Y "las cosas de mi padre" son mis cosas. Ésta es la fundamentación sana de la ascesis, de mejorar día a día, de no conformarse con los propios pecados. Dar la talla, ser un hijo que colme la expectativas de mi padre.

§ Respecto a los demás: les quiero como hermanos, aunque no me caigan bien. No se trata de apreciarlos por sus cualidades. Les quiero. Por ellos, cualquier cosa. Porque mi padre no está; a él, a su cariño, no puedo responderle directamente. Pero sus hijos, mis hermanos, sí que están. Y para lo que necesiten, ahí estoy yo.

Si alguien ha pensado alguna vez que fundar la religión en el amor es menos eficaz que fundarla en el miedo, no se ha enterado de nada. Y sin embargo, algunas concepciones pastorales parecen plantearse de modos muy lejanos a éste. Ortodoxia, diez mandamientos (sin insistir en su resumen) y cumplimiento del culto. Cumplido esto, premio. No cumplido, castigo.

Otras pastorales, o al menos convicciones de gente que se dice cristiana, fundan su mediocridad en la bonachonería del Padre. Más que Padre es un juez olvidadizo y manga ancha.

Los dos extremos son caricaturas. El primero subraya la exigencia, pero la funda mal. El segundo cree entender a Dios, pero lo deforma.
Jesús es el modelo de Hijo. Conoce a Abbá, se siente hijo, se da a los hermanos. ¿Podemos pensar en Jesús trabajando por deseo de premios o temor de castigos? ¿Necesita Jesús el “no matarás”, “no fornicarás”, “no robarás”, “no mentirás” … ?. Realmente, en Jesús se hace visible que todos los mandamientos se resumen en amar al Padre y a sus hijos.


O R A C I Ó N

De la carta a los romanos. (8:19-26; 31-38)

La creación entera aspira a la revelación de los hijos de Dios
con la esperanza de ser liberada, ella también,
de la esclavitud de la corrupción,
para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.

En efecto, nosotros lo sabemos:
toda la creación hasta este día gime como en trance de parto.
Y no sólo ella:
nosotros mismos que poseemos las primicias del Espíritu,
gemimos también interiormente
esperando la redención de nuestra vida.

¿Qué decir después de esto?
Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?.
El, que no ha escatimado a su propio Hijo
sino que lo ha entregado por todos nosotros
¿cómo no nos va a conceder con El todo favor?

¿Quién será el acusador de los que Dios ha elegido?
A los que Dios justifica, ¿quién los condenará?.
¿Acaso Jesús, el que ha muerto, qué digo muerto,
el que ha resucitado y está a la diestra de Dios
e intercede por nosotros?
¿Quién nos separará del amor de Jesús?
¿La tribulación, la angustia, la persecución,
el hambre, la desnudez, ,los peligros, la espada? ....
Pero en todo esto, no tenemos la menor dificultad en triunfar
por Aquel que nos ha amado.

Sí, estoy seguro, ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades,
ni presente ni futuro ni poder alguno,
podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.


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