NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

domingo, 4 de septiembre de 2011

XXIII Domingo del T.O. (Mt 18,15-20) - Ciclo A: Ganar al hermano



¿Qué responsabilidad?

Es muy fácil decir: «Corresponsabilidad en la Iglesia». ¿Pero de qué responsabilidad se trata?

Hay que limpiar el terreno de equívocos y evitar toda visión seductiva o distorsionada de esa responsabilidad.

Por ejemplo, no se trata simplemente de asegurar el orden, la disciplina, la solidez exterior, la uniformidad, el funcionamiento, el consenso de fachada.

A este propósito será oportuno tener presentes las preguntas que hizo Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?... ¿qué has hecho de él?» (Gén 4, 9-10).

Estamos llamados a responder de una persona, no de una estructura. La preocupación debe ser asegurar el bien de un hermano, garantizar su vida, tutelar su libertad, y no hacer que funcione una máquina burocrática.

Dios no nos pregunta si está todo en orden, sino dónde está el otro, el lugar que ocupa en mi corazón.

Y entonces hay que tener también presente la advertencia de Pablo (segunda lectura): «A nadie le debáis nada más que amor...». El hermano, especialmente el que ha faltado o el que creo que ha faltado, es alguien a quien debo amor.

Cualquier hermano tiene derecho a exigir de mí amor, y no a escuchar solamente quejas, reproches, amenazas, advertencias.

La caridad no es ni mucho menos una táctica para hacerme más fácilmente con el otro, para doblegarlo a mi voluntad, para hacerle entrar en mi visión de las cosas, para imponerle mi proyecto.

La caridad es el contenido del mismo mensaje, el ofrecimiento principal, la «demostración» fundamental.

Si dejo que falte el amor, no podré «probar» ninguna culpa del hermano. Todo lo más, «probaré» mi falta. O sea, mi falta de amor. «Porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley», sigue diciendo Pablo.

La observancia de la ley queda garantizada cuando se practica la caridad.

Yo aseguro la salvación de mi hermano cuando lo «pongo a salvo» en mi corazón.



El difícil oficio de centinela

Una vez dicho esto, podemos examinar las dos formas de corresponsabilidad, tal como nos las indican respectivamente Ezequiel (primer lectura) y el evangelio:

-la función de centinela

-la corrección fraterna.


En muchos casos estas dos perspectivas pueden ir juntas. Puntualicemos algunas cosas.

1. Aunque hay centinelas por así decir institucionales, no significa que cualquier creyente no pueda, en ciertos casos y en determinadas situaciones, desempeñar en la Iglesia esta tarea por deseo imperioso del Espíritu y sonar la debida alarma cuando sea necesario. El centinela, habitualmente, recibe un encargo desde arriba (es decir, de la autoridad constituida).

Pero a veces puede ocurrir que alguno, desde abajo, sin ninguna investidura oficial, a no ser la fundamental de su amor a la Iglesia y al evangelio, levante la voz para advertir, amonestar, inquietar e incluso protestar.

Pablo denunció abiertamente ante Pedro una línea de conducta que le parecía contradictoria. Catalina de Siena, Bernardo de Clairvaux, Pedro Damiani no vacilaron en dirigirse al papa para expresar sus quejas, incluso con una áspera franqueza.

Una monja de no muchos alcances como Ursula Benincasa partió de Nápoles en 1582 y se presentó ante Gregorio XIII para transmitirle un mensaje poco lisonjero: Dios estaba ya harto de los pecados de los cristianos, seglares y eclesiásticos de todo tipo (por tanto, Dios parecía darle la razón, al menos en parte, a Lucero...).


2. El centinela, en todos los niveles, está expuesto a una cierta deformación profesional. La costumbre de vigilar a los otros puede llevarlo insensiblemente a no tener abiertos los ojos sobre sí, sobre su propio terreno doméstico, a no reparar en sus propias culpas, a dar por descontado que, en su propio radio de acción, todo marcha perfectamente.

Y entonces debería agradecer que alguien, a pesar de que no es algo agradable, le dijera que, para descubrir el mal, no siempre hay que mirar a lo lejos...


3. El centinela corre además el riesgo de preocuparse sólo a un tipo de peligros. Y de estar casi obsesionado por ellos, de tener la manía de denunciarlos.

Así, llevado del sagrado furor contra la indocilidad, las amenazas a la ortodoxia, las «infidelidades», no se da cuenta de que habría que hacer sonar también vigorosas alarmas contra el servilismo, la adulación, el halago lisonjero, el afán de hacer carrera, la ocultación de la verdad, el conformismo, el descaro de hacer negocio so capa de rendir un servicio «a la causa», la hipocresía de una obediencia formal o de declaraciones solemnes de fidelidad que sirven de parapeto a comportamientos en contraste chirriante con el evangelio, la inmodestia de ciertas reivindicaciones de primogenituras, los climas de sospecha que se crean en torno a los que se niegan a aplaudir por orden del jefe.


4. Más aún, el centinela puede pensar que ha cumplido con su tarea, no cuando ha gritado, cuando ha hecho sonar la sirena ritual, cuando ha expresado su indignación, cuando ha lamentado lo que ocurre, sino cuando ha logrado despertar la conciencia de los demás: La función del centinela no es sustitutiva. Algo así como: yo vigilo por ti, yo decido por ti, me escandalizo en lugar tuyo, te ofrezco las ideas y las repugnancias «justas», te cocino a los enemigos preparados ya para el consumo.

Lo que hay que hacer es que cada uno sea centinela de sí mismo. Responsabilizar. Activar defensas dentro de los individuos. Educar el sentido crítico. Dar a comprender que la fe es compatible con una cabeza que piensa, que la obediencia no es enemiga de la creatividad, que la fidelidad es también riesgo, búsqueda, capacidad de abrir caminos nuevos.


5. El centinela debería sentir el deber y el gozo de señalar el bien (o al menos, de hacer sospechar su presencia), y no solamente el mal. Ayudar a descubrir los gérmenes de verdad presentes en el campo adversario.

El centinela no puede reducir su trabajo a «alarmar», acusar, condenar, poner en guardia contra los enemigos (que no hay que confundir con los propios fantasmas o las propias fobias), indagar, reprender.

Tiene también la tarea de estimular, sostener, confortar, apreciar, favorecer la vida, respetar la diversidad.

No se trata solamente de «sonar la trompeta» (Os 8, 1), sino de «devolver el aliento» a las personas.


6. Y es también una prueba extrema para el que tiene esa responsabilidad. No basta con hacer todo lo posible para evitar que se pierda el hermano. Hay que estar dispuesto a «perderse» para que el hermano se salve. Pablo (Rom 9, 3) confiesa su deseo de ser considerado él mismo como «anatema», separado de Cristo, con tal de salvar a los israelitas.


7. Todo el que tenga una tarea de vigilancia (o sea, cada uno de nosotros) debería someterse a frecuentes controles de la vista. Para evitar que ciertas vigas presentes en nuestros ojos asuman proporciones tan gigantescas que no puedan ya percibirse y que las pequeñas motas albergadas o imaginadas en el ojo de los hermanos provoquen la distorsión óptica del inquisidor de profesión.

Sobre todo, es necesario purificar nuestra mirada pidiendo socorro al corazón. El ojo más limpio y penetrante es el que está iluminado y guiado por el corazón.



Antídoto contra la murmuración

Las sugerencias que ofrece Cristo para llegar a recuperar al hermano que sea culpable de algo no indican ciertamente un procedimiento de tipo jurídico que haya que seguir al pie de la letra. Pero no cabe duda de que sirven para poner de relieve que se trata de una operación necesaria y delicada que hay que hacer con discreción, dulzura, paciencia y tacto.

Se trata de una praxis que, evidentemente, es todo lo contrario a la murmuración, desgraciadamente mucho más difundida que la «corrección fraterna».

Con frecuencia las habladurías ocupan el sitio de aquel lenguaje -franco y caritativo a la vez- que debería caracterizar las relaciones dentro de la comunidad, especialmente cuando ocurre algún hecho desagradable.

«Repréndelo a solas». Hemos de admitir que no siempre tenemos la lealtad de hablar primero con el propio interesado. Preferimos acudir a chismorrerías inútiles y perjudiciales, sembrar sospechas, hacer insinuaciones, celebrar procesos sumarios, condenar, asegurándonos de que entre el público curioso no esté presente el único con el que deberíamos precisamente hablar cara a cara.

«Si te hace caso, has salvado a tu hermano».

¡Este es el premio, la grande e incomparable recompensa! No es cuestión de prevalecer sobre el otro, de humillarlo.

Se trata, más bien, de «ganar» al hermano en cuanto hermano. No la mezquina satisfacción de haber tenido razón, sino el gozo de constatar que la fe paga. La fe en el otro, no sólo en Dios.

«Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos... ». Para la empresa de recuperar al que no podemos salvar solos, hay que movilizar a un grupo de individuos capaces de respetar, de comprender, de escuchar las razones del otro, de amar.

Una vez más: no se trata de un proceso, ni de un interrogatorio, sino de un intento apasionado de aclarar las cosas, de disipar los malentendidos, de restablecer una comunión, de atestiguar juntos la solicitud por un hermano, de demostrarle que es un bien precioso, un tesoro insustituible al que la comunidad no quiere renunciar.

Sobre todo, la actitud de esos «dos o tres» no debe ser la de unos jueces, sino la del que deja entender: también nosotros somos pecadores como tú. La culpa es también nuestra. Tenemos algo de qué pedirte perdón.

Si se puede hablar de proceso, éste ha de ser un proceso de revisión, de conversión de las dos partes. Nadie permanece en sus propias posiciones. Todos se ponen en discusión. Todos salen transformados.

«Si tu hermano peca...». Pero muévete, hazte presente (solo o con otros), intuyendo quizás que el hermano se siente solo, desanimado, cansado, no apreciado, herido por juicios desfavorables, criticado, envilecido después de algún trato poco respetuoso de su dignidad.

Todos los miembros de la comunidad tienen que impedir que se haga el vacío a una persona que, por cualquier motivo, se encuentra en dificultades.

Y luego, ¿por qué moverse solamente cuando uno comete un error, y no también en los casos en que «comete» algo bueno y hermoso? ¿Por qué acudir al culpable para decirle que se ha equivocado, que la comunidad tiene quejas de él, y no acudir también al «culpable» de ser generoso, de trabajar oscuramente, de entregarse silenciosamente, de servir con fidelidad y modestia, para declararle que estamos contentos de él, que le agradecemos su esfuerzo?

Sucede con bastante frecuencia que alguien está arrinconado, «excomulgado», porque ha tenido éxito, porque se ha distinguido en algo, porque ha trabajado en terrenos inhóspitos para todos los demás.

La envidia produce efectos devastadores en el entramado comunitario.

Hay quienes se ven dolorosamente aislados, mantenidos al margen, considerados con sospecha o abierta hostilidad, sólo porque se han hecho reos de haber obtenido frutos que resultan indigestos a algunos estómagos, capaces quizás de absorber las desgracias de otros, pero dispuestos a alegrarse por un bien que no es de la propia cosecha. Sin embargo, en estos casos, siempre hay alguien que se complace de haber «perdido» al hermano.


«Si dos de vosotros se ponen de acuerdo... »

Sobre el tema de lo hermoso que es el ponerse de acuerdo entre creyentes en la oración, me gustaría citar estos versos de un poeta:

«Una voz que canta sola conmueve la casa o el bosque,

pero puede hacernos sentir todavía más solos;

la voz de dos que cantan

puede componer ya una melodía que disipe toda soledad;

pero sólo la voz de muchos, el gran coro,

llena los cielos y hace palpitar las estrellas...» (D. M. Turoldo).

No hay comentarios: