Por Lilián Carapia Cruz*
Publicado por FAST
Un educador es una persona que acompaña a otra para enseñarle alguna ciencia, arte, deporte u oficio hasta que ésta última consigue aprenderlo. De ahí que los educadores más idóneos sean los propios padres, pues es de esperarse que ellos sean los compañeros más cercanos y bienintencionados que el niño puede tener. Como los padres quieren la felicidad para su hijo, ellos, como nadie, pueden y deben enseñar al hijo la compleja ciencia de la vida. El papel de educador lo ejercen de modo secundario los otros miembros de la familia, los profesores y la Iglesia, porque también mantendrán relaciones cercanas con el niño.
Pero quien se entrega con esmero a la educación de los niños y los adolescentes sabe que necesita ser «disciplinado» para ejercer bien este acompañamiento… ¿Y qué es ser «disciplinado»? Antes de responder, observemos que el buen educador debe dar ejemplo; debe lograr, además, que su pupilo se convierta en una persona autodisciplinada, es decir independiente: una persona que ya no necesita que el educador le diga lo que debe hacer, porque aprendió a hacerlo por sí solo, y aprendió muy bien.
Cuida el orden…
La disciplina es sinónimo de orden. «Cuida el orden, y el orden te cuidará a ti», decían los antiguos grecorromanos, que por siglos mantuvieron un imperio de solidez y poderosa influencia, cuyos frutos disfrutamos aún hoy por ser la base de la civilización occidental. ¿Y cuando cayó este poderoso imperio? Cuando sus hombres abandonaron la disciplina. Nada consistente se logra ni se mantiene sin disciplina. Hay quienes no se disciplinan pero sueñan con tocar algún instrumento musical con maestría; o con ganar una medalla deportiva o alcanzar un título universitario legítimo. Cualquier atleta, músico profesional o profesionista ‒que no consiguieron serlo sino imponiéndose una importante disciplina‒ ¡se reirían de este contrasentido! Y esto mismo debemos trasladarlo a otros ámbitos, como el cuidado de nuestra vida espiritual, por ejemplo: no podremos crecer en las virtudes o llevar una vida santa si nos conformamos con vivir soñando en ello…
¿Qué es ser «disciplinado»? ¿Qué es la disciplina?
A las personas desordenadas les resulta molesta la sola idea de la «disciplina» o de «disciplinarse». Quizá esto se deba a que en algunos ambientes ‒como el militar, por ejemplo‒, para garantizar el orden se recurre a los castigos. Las personas que entienden así la disciplina se irritan cuando alguien les pide ser más ordenados, y se mofan con expresiones tales como: « ¡Qué! ¿Quieres militarizarme?» Pero la realidad es que las personas desordenadas no tienen idea de lo que significa la disciplina militar, ¡y no la soportarían ni por una semana…! De cualquier manera, no es de este tipo de disciplina de lo que hablamos aquí.
En el campo de la educación, la disciplina es la capacidad de actuar ordenada y perseverantemente para conseguir un bien. Se trata de conseguir el bien, no lo perdamos de vista. Para ilustrarlo, mostraré una de tantas escenas de incivilidad ya muy frecuentes a nuestro alrededor: cierto día, una ancianita quiso limpiar el rostro a una niña, como de seis años, la cual se lo ensució mientras estaba comiéndose un helado. En cuanto la anciana se acercó a la niña, ésta le grito: «¡vieja tonta!», y le sacó la lengua. La anciana, en una pieza, dijo: «Pero, ¡qué niña tan grosera!» Y la madre de la niña la tomó y respondió más bruscamente aún: «¡Mi hija no es grosera, es libre!»
Estas situaciones hacen pensar en la necesidad de la disciplina. Porque el respeto a los adultos es una regla básica de civilidad y, al vivirla, nos procuramos el bien los unos a los otros. Si no enseñamos a los niños cosas tales como hacer esfuerzos «ordenados y perseverantes» para comportarse bien con los adultos ‒como debió haber sido en el caso antes citado‒, a esos niños se les niega la única posibilidad que existe para adquirir virtudes, formarse un carácter que les garantice el éxito, el auto-control y un comportamiento aceptable… Si los propios padres llaman libertad a lo que es grosería, vulgaridad, prepotencia y otros vicios más… están garantizando a sus hijos la infelicidad para sí mismos, y a la sociedad le heredarán un monstruo que la dañará en su momento.
* Lilián Carapia Cruz es licenciada en Filosofía y religiosa del Instituto de Hermanas Misioneras Servidoras de la Palabra, en México
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