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sábado, 3 de septiembre de 2011

XXIII Domingo del T.O. (Mt 18,15-20) - Ciclo A: Compartir la Fe



1. Situación

Hemos puesto el acento en la personalización de la fe. Pero ésta es inseparable de la vocación a ser Iglesia, a compartir la fe con otros creyentes. En los domingos del Tiempo Pascual, especialmente, hemos insistido en ello. Allí, a nivel radical, la novedad que trae el Espíritu del Resucitado. Aquí, a nivel práctico.
¿Qué significa para ti compartir con otros la fe? Porque hay muchas formas concretas: asistencia a la Eucaristía de la parroquia, reunirse semanalmente con otros cristianos para profundizar la propia fe, comprometerse en un proyecto definido de «comunidad» (diversidad de movimientos: comunidades de base, neocatecumenales, etc.).

¿Has pensado que tu primera comunidad cristiana es tu familia, o tu fraternidad religiosa?


2. Contemplación

El texto evangélico recoge dichos de Jesús sobre la corrección fraterna, la autoridad del Enviado y la oración comunitaria, retocados, sin duda, por las comunidades cristianas y puestos por el evangelista en un contexto preciso, el «discurso eclesiástico». Los tres dichos expresan aspectos esenciales de la realización de la vida cristiana en comunidad:

- La corrección fraterna presupone una dinámica de corresponsabilidad y establece el criterio que ha de configurar la autoridad v las relaciones: el amor fraterno. Incluso en caso de conflicto, el modo cristiano de abordar lo ha de ser «de abajo arriba», de ningún modo dictatorial.

- La autoridad se fundamenta en la misión y, por lo tanto, no reposa en el poder, sino en el servicio. Paradójicamente, exige que las relaciones con la autoridad estén iluminadas por la fe en la misión que reciben algunos. Sin fe en la mediación eclesial, entramos en la lógica de la rivalidad. Sin referencia al único Señor, Jesús, la autoridad degenera en abuso, tanto más cuanto pretende basarse en Dios.

- El encuentro fraterno, siendo plenamente humano («ponerse de acuerdo»), es signo eficaz de la presencia del Resucitado. Importancia decisiva de la oración comunitaria.


3. Reflexión

¿No será el momento de plantearse el modo concreto de vivir la fe en comunidad? Algunas pistas o criterios.

Comencemos por lo ordinario. Tu primera comunidad es la familia (en caso de institución religiosa, la fraternidad local). Ha sido llamada con frecuencia «la Iglesia en pequeño» o «primera célula de la Iglesia». Hay que recuperar su valor central como ámbito primero de educación en la fe, de oración en común, de diálogo abierto con el mundo, de aprendizaje de amor compartido a través de los conflictos, etc. No idealicemos la familia y, sobre todo, no caigamos en la tentación de confundirla con un «nido protegido», cerrado sobre sí mismo.

Junto a la familia, tu comunidad local, la parroquial, el ámbito en que te sientes Iglesia, celebrando la Eucaristía. Esta participación ordinaria es más importante que otros posibles compromisos parroquiales (servicios múltiples, catequesis...). A veces hay que pasar por ciertas tareas parroquiales para enterarse de lo que es pertenecer a la comunidad cristiana. Sin duda, tu espíritu crítico tiene razón cuando ve en todo ello mucho resto sociológico del pasado; pero no caigas en la tentación de juzgar como mediocridad esta medianía humana parroquial. No son los «puros», que juzgan a los demás por encima, los que perciben mejor la presencia del Reino.

Nada de lo anterior quita la conveniencia de reunirse en pequeños grupos de reflexión, oración y tarea. Lo ideal sería saber combinar distintos ámbitos de participación. Así se evita, simultáneamente, la rutina de la masa y el espíritu de secta. Por otra parte, los psicólogos sociales dicen que esta capacidad de integrar, sin oposición, distintos ámbitos de relación es señal propia de las sociedades postindustriales.


4. Praxis

A la luz del Evangelio, señala en tu comunidad los problemas más significativos, fuente de conflictos o de anquilosamiento. Piensa un poco qué se podría hacer. Antes de repartir culpabilidades, mira los condicionamientos objetivos que dificultan una verdadera vida comunitaria. ¿Qué podrías hacer tú en concreto para mejorar la situación?

Cuando participes en la Eucaristía o asistas a una reunión o te reúnas en familia, recuerda: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre...».

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