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domingo, 25 de septiembre de 2011

XXVI Domingo del T.O. (Mt 21,28-32) - Ciclo A: Dos hijos


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Érase una vez dos hermanos gemelos que discutían y se peleaban un día sí y otro también. Cuando su madre les mandaba hacer algún recado, había uno que siempre gritaba y protestaba, pero terminaba haciendo lo mandado; el otro se callaba y seguía haciendo sus cosas. Este último era yo. Eso lo solía contar mi madre para mi vergüenza y elogio de mi hermano que siempre gozó de peor fama.
Jesús nos cuenta hoy una historia parecida, la de los dos hijos, para que nos asomemos a la mente y al corazón de Dios.

Historia sencilla y enseñanza escandalosa. La verdad es que todos podemos contestar a la pregunta que nos hace Jesús: ¿Cuál de los dos hermanos hizo la voluntad de su padre?

La respuesta es obvia, el primero.

Pero lo que no es obvio, lo que escandalizó y sigue escandalizándonos es la respuesta de Jesús.

“Amén, yo os digo que los publicanos y las prostitutas os precederán en el Reino de Dios”.

Tenemos que reconocer que los dos hijos eran malos. Ninguno de los dos dio un sí claro y gozoso a su padre.

El primero le dio un no, pero lo pensó mejor y lo convirtió más tarde en un sí.

El segundo le dio un sí que se convirtió en un eterno no. Ambos hijos decepcionaron al padre, pero uno le decepcionó más que el otro.

Aquel lejano día Jesús se dirigía a los líderes judíos, los sabios de la religión, los perfectos, los cumplidores de la Ley, hermosos por fuera, podridos por dentro. Estos no dijeron ni sí ni no, simplemente ignoraron a Jesús.

Los publicanos y las prostitutas, los pecadores de siempre, vivieron un tiempo haciendo sus cosas, de espaldas a Dios, pero escucharon el mensaje de la conversión predicada por Juan Bautista y cambiaron de corazón. Son el hijo, los hijos pródigos, que terminan dando su sí al Señor.

El padre, tremenda contradicción, no tiene poder coercitivo para obligar a sus hijos a obedecer. Sólo tiene el poder del amor. El padre invita, señala el camino y la tarea que hay que hacer en la viña, este mundo enmarañado con la violencia de la naturaleza y de los hombres, para trabajarla y transformarla.

Muchos de los hijos de ayer y de hoy obedecen por miedo, para salvar el pellejo, y su parcela. Unos pocos obedecen por puro amor, éstos abrazan el mundo y, olvidándose de sí mismos, luchan y lo hacen más humano, mejor. Es su sí a la voluntad del padre que se olvida también de sus derechos y nos pide que defendamos los derechos de la tierra y de los hombres.

Nosotros, los que hoy hemos escuchado esta Palabra ¿qué clase de hijos somos?

Ojalá no fuéramos ni el primero ni el segundo.

El Padre tiene un tercer hijo que conoce la voluntad de su Padre, que no necesita órdenes, que no sabe de miedos, que se pone manos a la obra, y poco a poco, con paciencia y amor, transforma la viña, mejora su ambiente y recrea la iglesia y el mundo.

Este tercer hijo, con el que sueña Dios, es el cristiano que ora en la comunidad cristiana, lucha en el mundo y obedece por amor. Este hijo no será precedido por nadie en el Reino de Dios.

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