Publicado por Pastoral SJ
Ven, Señor.
Sigue viniendo.
No te canses de venir, en espíritu, en palabra, en verdad y vida.
Ven a este mundo que hambrea sentido y de esperanza.
Ven a habitar cada horizonte.
Ven a sacudir las inercias, a avivar los amores apagados, a calentar los hogares fríos, ven.
Ven, de nuevo niño, a mostrarnos esa fragilidad poderosa del Dios niño.
Sigue viniendo, contra viento y marea, contra escepticismos y rutinas, contra dudas y atrofias.
«Cuando te llamo, respóndeme Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste holgura, ten piedad de mí, escucha mi oración.» (Sal 4,2)
Te necesitamos, Señor.
NECESITAMOS EL AMOR, así, con mayúsculas, que Tú nos das. Necesitamos redescubrirte, en espacios que a veces parecen vacíos. Por eso te llamamos, en voz baja o gritando. Cada uno con nuestro acento, suben hasta ti las voces del niño con sus primeras preguntas, del joven con sus primeras angustias, del adulto con inquietudes que van echando raíz, del anciano, que vuelve a ser un poco niño, pero más sabio.
Te llamamos, a veces con desesperación, y otras con euforia. Desde la soledad o desde la plenitud que aún aspira a más.
¡VEN!
¡Ven, Señor! A nuestra vida, a nuestro hoy. ¡Ven!
Un buen mantra para este Adviento.
-----> ¿Cuál es hoy mi grito, mi llamada, mi necesidad de Dios?
«Cambiaste mi luto en danza, me desataste el sayal y me ceñiste de fiesta.» (Sal 30,12)
Cuando llegas todo cambia. Llenas los vacíos. Tranquilizas al espíritu inquieto. Nos levantas si es que andamos caídos, y quizás nos bajas los humos cuando vivimos de espaldas a ti como si fuéramos dioses. De golpe una palabra, o una parábola, o una imagen, se convierte en grito vivo para nosotros. No siempre es fácil hacerte sitio, y lo sabes, en medio de nuestras vidas superpobladas. Hay que quitarse muchas capas para acabar desnudos ante Ti, para que tu Verdad ponga un poco de sentido en nuestras seguridades y para que tu evangelio nos mueve hacia el prójimo. No es fácil. Pero las veces que ocurre, todo parece mejor. Así que no desistas.
-----> Cuando Dios ha entrado de lleno en mi vida, ¿qué ha cambiado?
Sigue viniendo.
No te canses de venir, en espíritu, en palabra, en verdad y vida.
Ven a este mundo que hambrea sentido y de esperanza.
Ven a habitar cada horizonte.
Ven a sacudir las inercias, a avivar los amores apagados, a calentar los hogares fríos, ven.
Ven, de nuevo niño, a mostrarnos esa fragilidad poderosa del Dios niño.
Sigue viniendo, contra viento y marea, contra escepticismos y rutinas, contra dudas y atrofias.
1. NECESIDAD DE DIOS
«Cuando te llamo, respóndeme Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste holgura, ten piedad de mí, escucha mi oración.» (Sal 4,2)
Te necesitamos, Señor.
NECESITAMOS EL AMOR, así, con mayúsculas, que Tú nos das. Necesitamos redescubrirte, en espacios que a veces parecen vacíos. Por eso te llamamos, en voz baja o gritando. Cada uno con nuestro acento, suben hasta ti las voces del niño con sus primeras preguntas, del joven con sus primeras angustias, del adulto con inquietudes que van echando raíz, del anciano, que vuelve a ser un poco niño, pero más sabio.
Te llamamos, a veces con desesperación, y otras con euforia. Desde la soledad o desde la plenitud que aún aspira a más.
¡VEN!
¡Ven, Señor! A nuestra vida, a nuestro hoy. ¡Ven!
Un buen mantra para este Adviento.
-----> ¿Cuál es hoy mi grito, mi llamada, mi necesidad de Dios?
TE ESTOY LLAMANDO
Amor
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.
Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.
Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte
Amor
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.
Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.
Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte
(Idea Vilariño)
2. LO TRANSFORMAS TODO.
«Cambiaste mi luto en danza, me desataste el sayal y me ceñiste de fiesta.» (Sal 30,12)
Cuando llegas todo cambia. Llenas los vacíos. Tranquilizas al espíritu inquieto. Nos levantas si es que andamos caídos, y quizás nos bajas los humos cuando vivimos de espaldas a ti como si fuéramos dioses. De golpe una palabra, o una parábola, o una imagen, se convierte en grito vivo para nosotros. No siempre es fácil hacerte sitio, y lo sabes, en medio de nuestras vidas superpobladas. Hay que quitarse muchas capas para acabar desnudos ante Ti, para que tu Verdad ponga un poco de sentido en nuestras seguridades y para que tu evangelio nos mueve hacia el prójimo. No es fácil. Pero las veces que ocurre, todo parece mejor. Así que no desistas.
-----> Cuando Dios ha entrado de lleno en mi vida, ¿qué ha cambiado?
La cuchilla
Ven, Dios. Acércate. Quisiera hablarte humanamente hoy.
No te parezca osada
esta inversión de términos. Debiera ser mi paso
en tu sendero, pero esta niebla pertinaz que gira...
Pero acércate. Llega hasta mí. Tú puedes.
Mírame
investida de Ti
y tiritando siempre por la vida.
Pero acércate aún más, penetra, sí, aquí,
donde tuve algún tiempo corazón,
hoya ya materia orgánica, que late, ¿para qué?
-tus designios, ¡oh Dios!-,
para seguir en pie y apuñalándote.
Pero mira, mira despacio el filo que te hiendo.
Está húmedo y rojo. Acaso
ya travesó mis venas antes que tu costado.
Si Tú quisieras, Dios.
Si alargaras los brazos un poquito,
no sería tan fácil...
Con tu mano piadosa
-que yo sé que es piadosa, aunque las gentes digan... esas gentes
que al parecer vocean y te escupen-
podrías alcanzar esta cuchilla
amarga
que nos hiere a los dos.
Ven, Dios. Acércate. Quisiera hablarte humanamente hoy.
No te parezca osada
esta inversión de términos. Debiera ser mi paso
en tu sendero, pero esta niebla pertinaz que gira...
Pero acércate. Llega hasta mí. Tú puedes.
Mírame
investida de Ti
y tiritando siempre por la vida.
Pero acércate aún más, penetra, sí, aquí,
donde tuve algún tiempo corazón,
hoya ya materia orgánica, que late, ¿para qué?
-tus designios, ¡oh Dios!-,
para seguir en pie y apuñalándote.
Pero mira, mira despacio el filo que te hiendo.
Está húmedo y rojo. Acaso
ya travesó mis venas antes que tu costado.
Si Tú quisieras, Dios.
Si alargaras los brazos un poquito,
no sería tan fácil...
Con tu mano piadosa
-que yo sé que es piadosa, aunque las gentes digan... esas gentes
que al parecer vocean y te escupen-
podrías alcanzar esta cuchilla
amarga
que nos hiere a los dos.
(Maria Elvira Lacacci)
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