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lunes, 24 de octubre de 2011

Enamoramiento 1 (Stendhal y Ortega y Gasset)



Introducción

Junto al amor de paternidad/filiación y → fraternidad se sitúa el enamoramiento, que la Biblia ha puesto en el principio de la gran “ruptura” humana, cuando dice que el varón, mirando por primera vez a la mujer, exclamó admirado ¡Ésta sí que es carne y sangre de mi sangre!, a lo que añade el comentador bíblico:

«Por eso dejará el varón a su padre y a su madre (y a sus hermanos de sangre) y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Y estaban ambos desnudos, uno con el otro, y no se avergonzaban» (Gen 2, 23-25).

Así se dice en la primera página de la Biblia, pero el hecho es que el enamoramiento hombre-mujer, como tema de reflexión teórica, resulta relativamente nuevo: las antiguas culturas apenas lo destacaban, los griegos lo ignoraron, y de forma sistemática lo impiden o reducen aquellos modelos de existencia humana que conciben al varón como señor de la mujer o toman el proceso económico-social como origen y meta de la existencia. Por circunstancias culturales, económicas y sociales, el enamoramien­to resultaba hasta ahora menos frecuente, al menos en un plano social. La familia y sociedad se apoyaban sobre otras bases. Pues bien, los cambios culturales de la actualidad pueden suscitar una eclosión de amor enamorado. Hasta ahora, a la gente se le ha enseñado a obedecer, a insertarse en la naturaleza, a transformar la sociedad, a trabajar la tierra… pero apenas se le ha enseñado a enamorarse. Sólo ahora ha surgido de verdad el ser humano, a través de una especie de salto cualitativo, como viviente especial que puede enamorarse.



La eclosión del amor enamorado me parece uno de los datos más significativos de la modernidad, aunque todavía algunos de los libros más leídos sobre el tema afirmen que estar enamorado es una especie de enfermedad que ha de pasarse. Muchos piensan que la verdadera vida de los hombres se realiza en otro plano (en el plano del deber, en el mundo de las ideas). Enamorarse sería como un juego, un pasatiempo de carácter engañoso y divertido que no puede fundamentar nuestra existencia, como han dicho, de forma clásica Stendhal y Ortega y Gasset. Ambos afirman que, si intenta comportarse de manera auténtica, un hombre debe enamorarse; pero luego, si quiere seguir siendo humano, ha de acabar tomando ese enamoramiento como un gesto pasajero, una aventura que no puede desviarle de la recta dela vida. Dejaque lo exponga con más calma.



Stendhal (=J. Beyle: 1783-1842)

suponía que estar enamorado implica hallarse sujeto a una especie de proceso de cristalización a través del cual atribuimos a la persona amada toda clase de valores ideales. «En las minas de sal de Salzburgo se arroja a las profundidades abandonadas de la mina una rama de árbol despojada de sus hojas por el invierno; si se la sacaal cabo de dos o tres meses está cubierta de cristales brillantes…». Algo semejante sucedería en nuestro caso. El enamorado se sitúa fuera de este mundo, como en un inmenso pozo, y no consigue ver las cosas. Su existencia se desliza en una especie de gran cueva de silencio y sombras. Pues bien, en medio de esa noche, al encontrar o imaginar a su amado/a el amante la transforma: proyecta en su figura nocturna todos los ideales de su vida, la recubre de diamantes y colores, de manera que al final el amado/a aparece como totalmente distinto, un ser de fantasía. Todo ese proceso se concibe como un encantamiento de equívoco y belleza.

El enamorado es incapaz de llegar hasta el amado/a, no puede tocarla, porque cuando quiere hacerlo, la reviste de su sueño y de sus ansias. Por eso, todo enamoramiento constituye una equivocación: es una especie de fraude semiincons­ciente que los hombres cometemos, una y otra vez, para animarnos a seguir enla existencia. En otras palabras, el enamoramiento es una mentira, una proyección idealista y equivocada. La existencia auténtica camina en otro rumbo, en plano de la visión crítica, de trabajo, de negocio. Sólo algunos, los artistas del amor, olvidan por un tiempo la verdad del mundo y edifican un lugar de fantasía, una especie de refugio particular donde vienen a esconderse, encandilados. Son los que se han enamorado.

Ortega y Gasset (1883-1955)



ha popularizado las ideas de Stendhal, intentando trazar otros caminos, pero situándose al fin en la misma línea, sobre los mismos presupuestos. El varón enamorado no idealiza, no proyecta fantasías y bellezas en la dama (o al contrario), sino quela descubre. Descubre su valor y reconoce su presencia. Hasta aquí todo es perfecto: más que invención engañosa, estar enamo­rado significa aceptar con sorpresa el valor de otra persona. Pero esto es sólo un primer paso. A juicio de Ortega, el enamora­miento se define como una «anomalía de la atención».

El hombre normal va por el mundo, ve las cosas, las observa con su fuerza, en su detalle. Pero en un momento posterior esa mesura y armonía en la atención se quiebra: quien se enamora ya no sabe mirar hacia una realidad, hasta deformarla: su atención está imantada de manera anómala y total en la persona a la que ama. Todos los restantes motivos se reducen o se angostan, pasan a segundo plano, le distraen: el hombre enamorado sólo sabe fijarse en una persona, tiene su atención de tal manera «pre­ocupada» y llena con su amada que el resto de las cosas no le importan, ni las ve siquiera. Pasan las personas, las mujeres atractivas; no las mira. Discurren los acontecimientos; no los siente. Sólo tiene ojos y oídos para el recuerdo interior o la presencia externa dela amada. El enamoramiento es, por lo tanto, una angostu­ra mental, un frenesí de enfermo grave.

«El alma de un enamorado huele a cuarto cerrado de enfermo…». Vive en una especie de obsesión, de encantamiento, de hipnotismo o de embriaguez que le separa de sí mismo y le encandila. En conclusión, el enamoramiento es una especie de droga primordial, un filtro arrebatado que nos saca de nosotros mismos y nos pierde, al menos de una forma pasajera.

Conclusión

Estas son dos teorías muy famosas sobre el tema. Según Stendhal, el enamo­rado se pierde, saliendo de sí mismo y entregándose en los brazos de una amada que es objeto de sus propias proyecciones engañosas; en el fondo, todo enamoramiento acaba siendo una equivocación, es un engaño. Ortega interpreta el enamoramiento desde la misma perspectiva: lo que cambia es que ahora el enamorado no se pierde en un objeto de su invención sino en una realidad externa que le hace perder su identidad y le subyuga. Según eso, el enamoramiento es como una enfermedad que hay que pasar, para que después el hombre o la mujer puedan hacia sí mismos y amar de un modo verdadero.

Pues bien, tanto en un caso como en otro, falta un dato que es radical. ¡Falta el descubrimiento de la dualidad!, el reconocimiento gozoso del valor de otra persona, el placer de vivir en compañía. Más allá de las proyecciones idealistas de Stendhal y de las anomalías de la atención de Ortega está la gran riqueza de la unión entre sujetos reales, un hombre, una mujer, dos seres humanos que se encuentran y al hacerlo descubren el valor de la existencia humana, hecha de carne y hueso, hecha de vida y alma compartida, como sabía Gen 2, 23-25. Cuando el encuentro se realiza, cuando un hombre ha descubierto a una mujer (un ser humano a otro humano) y se descubren los dos juntos en la compañía, el mundo cambia: emerge entonces una forma de existencia diferente, más perfecta y más gozosa, la existencia enamorada.

Cuando Stendhal y Ortega definieron el enamoramiento como enfermedad proyectiva o estre­chamiento de la atención, cuando ambos entendían al hombre a partir de otros factores, iban en contra del sentido del amor y destruían la verdad del ser humano. Pensaban que la vida ha de seguir expresándose en otros cauces, racionales, sensitivos o vitales. El amor enamorado era a sus ojos un engaño placentero. Pues bien, en contra de eso, hay que afirmar que enamoramiento constituye un espléndido proceso de encuentro interhumano: es un camino en el que un hombre, que antes se hallaba quizá como perdido quizá en inquietudes y sombras interiores, se despega de sí mismo y se abre en comunión a otra persona, descubriendo de esa forma que la vida es creadora, honda la tierra, valiosos los caminos que conducen al futuro.

Ciertamente, en el enamo­ramiento influyen otros factores: deseo sexual, apertura pasional, elementos proyectivos, fijaciones de atención y tensiones personales que se deberían describir con más cuidado. Pero en su fondo emerge un valor más alto: hay enamoramiento allí donde un ser humano se descubre atraído y potencia­do por otro ser humano, de manera que ambos se sienten llamados a descubrir y recorrer unidos todo el camino dela vida. Elsexo en cuanto tal queda en un segundo plano (a pesar de la intensidad de los encuentros sexuales), de tal forma que lo que importe es la presencia y poder de otra persona, un tú distinto. Ciertamente puede y debe seguir existiendo una pasión, pero en el fondo de ella emerge el descubrimiento y despliegue de la vida de dos seres humanos.

En su sentido más profundo, el enamoramiento se identifica con la revelación del otro en cuanto persona. El enamorado descubre que hay otro, un tú real, al que ama y de quien desea ser amado. Por vez primera, el enamorado sabe con toda su vida que es «alguien» para alguien, que son en compañía, deseando iniciar un camino compartido que le lleve hacia honduras mayores, estupor tras estupor, hasta un misterio que se expresa en forma de comunicación total. De esa forma aprende a vivir en compañía: ante los ojos y deseos, en las manos y en la entraña de otro ser humano, hombre o mujer, que ha entrado en su existencia.

El enamoramiento consiste, según esto, en el encuentro de dos seres humanos, que son al conocerse, uno en el otro y desde el otro, de tal forma que así viven juntos (en-amorados: en el amor) o no quieren vivir. De esa forma se establece un diálogo fuerte de vida, que conmociona las entrañas de los enamorados; es un diálogo en el que desembocan y se desarrollan las instancias naturales, los impulsos personales, los deseos y pasiones. Es como si toda la existencia se pusiera en movimiento, concentrándose y surgiendo allí donde se siente –se descubre y actualiza – el ser del hombre, el ser humano, como encuentro entre personas.

De ese modo, la existencia cambia de registro y se convierte en vida compartida. En un sentido, surge una quietud más alta: el tiempo se detiene en su tensión más alta y el amante tiene la impresión de que en el mismo despliegue de los días enamorados viene a realizarse el orden de lo eterno. Pero, en otra dimensión, sucede lo contrario: el pasado se diluye como espacio perdido de la vida y se ilumina un gran futuro de proyectos, creaciones, gracia. Todos los registros de la vida empiezan a sonar en otra clave. Al fondo del encuentro apasionado de esos hombres ha saltado un haz de vida; se ha sentido una erupción de todo el cosmos y el futuro se desvela de manera inesperadamente nueva. Es evidente que eso implica un cierto angostamiento: algunos detalles antiguos se olvidan o pasan a un segundo plano. Ciertamente, hay proyección: partiendo del amor se va tejiendo un nuevo espacio de armonía, de lucha y de belleza. Pero, superando el nivel en que se situaban Stendhal y Ortega, al fondo del amor etá emergiendo una verdad inconcebible, ilimitada: hay otro, otro a mi lado, que me importa, me enriquece, me acompaña.

[1] Cf. F. Alberoni, Enamoramiento y amor, Gedisa, Barcelona 1998; El misterio del enamoramiento, Gedisa, Barcelona 2004; J. M. Benavente, Hombre.-mujer. Sexo, enamoramiento y amor, Laberinto, Madrid 2002; P. Laín Entralgo, Teoria y realidad del otro I-II, Madrid 1961; H. de Lubac. El eterno femenino, Barcelona 1969; J. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Alianza, Madrid 2004; M. Onfray, Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica solar, Pre-textos, Valencia 2002; J. Pieper, Amor, en Las virtudes fundamentales, Madrid 1976, 435-­459, 489-502; X. Pikaza, Amor de Hombre, Dios enamorado. San Juan de la Cruz, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004; Stendhal (H. Beyle), Del amor, Alianza, Madrid 1998; E. Walter, Esencia y poder del amor, FAX, Madrid 1960, 7-28.

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