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domingo, 2 de octubre de 2011

SED DE VENGANZA


Con tanta frecuencia es “noticia” en los medios de comunicación la venganza, que fácilmente ya nos pasa desapercibida. Es como si vistiéramos una coraza ante la barbarie, como lo hacemos ante la hambruna, la corrupción política o el silencio ante los culpables reales de los desajustes económicos mundiales.
Sin embargo en esta semana especialmente teñida por noticias que piden ajusticiamiento de culpables, nos hiere de forma insoportable el caso de Troy Davis.
Troy tenía 42 años y había pagado ya 20 años de reclusión en una prisión del Estado de Georgia (uno de los estados más segregacionistas de EEUU), condenado desde 1991 a ser ejecutado con la inyección letal acusado de la muerte de un policía. Siete de los nueve testigos que declararon en su contra se habían retractado reconociendo que tuvieron presiones por parte de la policía en sus declaraciones iniciales. Sin muestras de ADN que le inculparan, sin pruebas fiables de balística sobre el arma en cuestión. Posiblemente inocente, o quizás, culpable de esa locura.

Pero, ¿qué nos pasa a los seres humanos que para ejercer la justicia necesitamos de la venganza y la crueldad sobre los que consideramos culpables? Hemos avanzado de forma deslumbrante en miles de aspectos de nuestra humanidad y nuestra inteligencia es capaz de llegar a lugares recónditos, sin embargo seguimos anclados en mecanismos tan destructivos que avergonzarían a cualquier animal no racional si tuviera la capacidad de analizarnos.

Unos días antes de la ejecución, tuve el desagrado de ver en el telediario al hijo y a la esposa del Mark Savannah, el policía que murió supuestamente a manos del joven de 22 años, Davis, de raza negra. Había tanto odio en sus ojos y en los de la madre; los dos deseosos de asistir a la ejecución, para por fin descansar.

Me pregunté quién les educó en la venganza, haciendo de ellos dos seres atados al resentimiento, o el odio, ligando la satisfacción de su vida a la ejecución de alguien.

¡Cuánto sufrimiento inútil! ¡Qué absurdo acrecentar el dolor inevitable que ya la vida nos va poniendo en el camino! ¡Qué desastre moral y psicológico el tener que recurrir a los tormentos, las torturas, las ejecuciones de culpables o de inocentes (lo mismo da), el someter a los que consideramos culpables, en definitiva, al linchamiento social!

Anoche pensando en Troy, intentaba comprender qué ha supuesto en un chico de 22 años llegar a hacerse un hombre de 42 entre rejas, en la más absoluta y cruel privación de la libertad. Sin familia, sin relaciones afectivas, sin apenas, o quizás ningunas, llamada telefónica de una amiga o amigo para contarle cuatro tonterías y reírse un rato. Sin poder ver las hojas de los árboles caer preparando el otoño, sin contemplar los tonos de verde que la luz del sol va marcando según se hace presente entre la naturaleza. Sin ver el mar cómo acaricia la arena suave o bruscamente. ¡Qué poco habrá reído, abrazado, besado! Ya llevaba 20 años muriendo diariamente ante el único testigo de las injusticias de las prisiones: sus muros. No necesitaban matarlo por su supuesta monstruosidad; veinte años de prisión han de haber hecho su propia labor.

Quisiera lanzar un grito fuerte a la sociedad que convocara a jueces, psicólogos, psiquiatras, educadores sociales, pedagogos, sanadores humanos de la profundidad, mujeres y hombres inteligentes y preocupados por la humanidad sin otro interés que ese: buscar juntos cómo dar respuestas sanas a los que no se comportan sanamente con sus semejantes y dañan. Que buscásemos entre todos caminos nuevos para la redención.

No quiero negar el desánimo que socialmente siento ante estas noticias. Esta mañana Amnistía Internacional me mandaba un mensaje que titulaba: “Una muy mala noticia”, y dentro, un lema: Yo también soy Troy Davis. Es cierto, hemos muerto algo todos los humanos. Hemos perdido otra batalla de nuestra altura moral y de la razón. Los que matan a sus semejantes siempre mueren en sus asesinatos.

En estos momentos rememoro la Palestina del tiempo de Jesús y su injusticia y me pregunto cómo supo Jesús ver entre el desastre y la injusticia opresora que algo nuevo surgía y estaba presente: el Reino de un Dios solo Justicia y Amor que era promesa y anuncio de esperanza, pero también realidad.

Y he sentido que ese Reino sigue presente y vivo en medio de nuestros dolores y sinsentidos, creciendo lentamente entre las firmas de petición de perdón, entre los que han pasado la noche con velas encendidas para hacerse más presentes, o en tantas otras luchas que no son noticia, pero que están. En los pasos diarios que todos podemos dar para que cambien las cosas.

Este puede ser un medio para animar a tantas y tantos que han marchitado vidas entre prisiones de amargura y escuchar sus dolores; que tomen la palabra y hablen ellos. Así sabríamos de sus propias bocas qué inútiles son esos mecanismos para ejercer la justicia, cómo rompen las vidas, cuántos inocentes caen en sus trampas. Quizás entenderíamos que solo repara, que solo reinserta, que solo equilibra y regenera la libertad, el per-dón, el don de la oportunidad, aun inmerecida, pero siempre nueva oferta de oportunidad.

Faltan esos testimonios en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las webs, en cualquier espacio que dé lugar para crear reflexión. Debemos obligarnos a buscar entre todos nuevas formas de tratar lo que daña y hace mal a otros, pero sin represión, sin coerción. Desde parámetros nuevos reinventados y escuchando a los que lo han vivido en sus carnes y quizás puedan aportar otros modos.


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