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domingo, 9 de octubre de 2011

XXVIII Domingo del T.O. (Mt 22, 1-14) - Ciclo A: "¡Todo está listo, vengan a la boda!"



La parábola de hoy está cargada de símbolos: un Padre, su Hijo, una Boda, una Fiesta, unos invitados que se niegan a ir, las consecuencias de dicho rechazo, la invitación que se generaliza a todos y un personaje anónimo que por no llevar traje de fiesta es expulsado del banquete.

La figura de la boda es común a todas las culturas, siempre como signo de alegría y esperanza, amor y entrega confiada. Los profetas para anunciar la acción gratificante y salvífica de Dios, lo mostraron como el novio que se desposa con su novia: “como un joven que se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62,5). Jesús igualmente, nos mostró la relación con Dios por medio de signos que expresan alegría, misericordia y perdón: el Padre que recibe lleno de alegría a su hijo pródigo, el pastor que encuentra a su oveja perdida, la señora que encuentra la moneda y llama a sus vecinas para que compartan su alegría… y no podía faltar la figura de la boda.

Y con la boda, el banquete. En aquella situación que le tocó vivir a Jesús, la comida era uno de los grandes problemas sin resolver. Hoy el mundo hay más de 960 millones de seres humanos que padecen hambre, según denuncia de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO). La situación más grave la viven los llamados países del tercer mundo donde hay más de 907 millones de seres humanos que padecen hambre, desnutrición y sus consecuencias. Comer para muchos es un lujo, y un banquete algo que tan sólo pueden imaginar.

La Parábola, al igual que todo el nuevo testamento, con una redacción marcada por la resurrección y la concepción de Jesús como el Hijo de Dios, nos muestra al Padre Dios alegre por la celebración de la Boda de su Hijo. Las comunidades cristianas vieron en Jesús al Verbo encarnado enviado para desposarse con ellas y entregarles todo el amor de Dios. Descubrieron cómo con él se veían realizadas las promesas hechas a sus padres y a los profetas, porque rescató el Proyecto de Yahvé, dándole un impulso renovador y universal, buscando el bien común y rompiendo todas sus cadenas. No quería ver a su Pueblo esclavo, cansado y extenuado, triste y encorvado; lo quería ver como la esposa de su Hijo: alegre, bienaventurada, plena y realizada.

En el presente relato encontramos a unos primeros invitados: el pueblo de Israel, en especial sus autoridades encargadas de llevar la batuta. Pero estos no aceptaron la invitación, es más: maltrataron y mataron a los que insistían en invitarlos al banquete. Algo que ellos consideraban más importante les impidió ir a la fiesta: sus tierras y sus negocios que en aquella época eran los medios de producción y las estructuras de comercio. Elementos básicos para el desarrollo de un pueblo cuando están al servicio de la sociedad; o también, el complemento para manipular la economía, aumentar los ingresos de los poderosos y la desgracia de los empobrecidos víctimas del egoísmo, la codicia y la explotación humana.

Jesús no excluyó a nadie; reconoció que era muy importante contar con estas personas para construir su Proyecto. De esta manera, las autoridades civiles y religiosas, los medios de producción y el mercado, estarían al servicio de la vida. Su aporte era muy importante para construir una nueva humanidad y celebrar el gran banquete de bodas.

Pero no fueron. Bien decía Marco Tulio Cicerón: “No solamente es ciega la fortuna, sino que de ordinario vuelve también ciegos a aquellos a quienes acaricia.” En vez de poner su vida y sus bienes al servicio del Reino, prefirieron continuar con su egoísmo. Se auto excluyeron del banquete y eso generó caos, muerte, tanto para ellos como para el resto de la humanidad. Los anhelos de justicia se vieron truncados por el egoísmo y la voracidad de los que manipulaban el mundo contemporáneo de Jesús.

¿Porque ellos no quisieron unirse al Reino todo se acabó? ¿Porque los poderosos sólo quisieron más poder y los ricos más riqueza, no se pudo trabajar por el Reino? ¡De ninguna manera! Dios no se dio por vencido. La Boda estaba lista, el Reino no podía detenerse. Buscó otro camino, un plan B que resultó mejor: construir su Reino desde abajo, desde otro lugar social, con la gente del común, con los que andaban a pie por los cruces de los caminos, malos y buenos. El montón de gente que el mundo desechaba, los no invitados al banquete, los que no gozaban del “mundo de privilegios”, y los gentiles que no pertenecían al “pueblo de Dios”. Ellos aceptaron mejor la invitación, no porque fueran mejores, sino sencillamente porque no tenían nada que perder, su condición los hacía más asequibles a la propuesta. “Y la sala del banquete se llenó de comensales”.

La última parte de la parábola fue introducida por el redactor final del evangelio; la versión lucana (Lc 14,15-24) no la tiene. Pero alguien no tenía traje de fiesta…y fue echado del lugar. Alguien podía preguntar: ¿pero cómo iba a tener traje de fiesta si lo encontraron en el camino y lo invitaron al banquete? Pero tiene su sentido simbólico. Para realizar su proyecto Jesús no cobró derechos de autor, lo ofreció gratuitamente a toda la humanidad e invitó a todos a construirlo, pero exigió una transformación de vida. El evangelio no defiende de manera romántica y paternalista a los pobres, no quiere generar dependencia e irresponsabilidad, al contrario quiere despertar las conciencias.

Tenemos varios textos donde se nos habla del traje para la fiesta, sobre todo en el libro del Apocalipsis: el vestido blanco (Ap 3,4-5.18) o el vestido de lino fino deslumbrante de blancura (19,8) “en todos estos pasajes el vestido blanco o el vestido de la vida y de la gloria que nunca envejece ni pasa, es símbolo de la justicia dada por Dios (Is 61,10), y el hecho de revestirse con este vestido es símbolo de la pertenencia a la comunidad de los redimidos… conversión en el sentido de Jesús, es el vestido de boda y la luz que arde (Mt 5,16), es el rostro ungido con óleo (6,17), es la música y el baile (Lc 15,25), es la alegría, la alegría del hijo que puede volver a casa y la alegría de Dios, mayor que la tiene por noventa y nueve justos. Pero el regreso a casa sólo es auténtico cuando renueva la vida”. (Joachim Jeremías).

Este Evangelio es la llamada universal para hacer parte de la justicia del Reino y sus consecuencias: alegría, fraternidad, comunión con el amor de Dios que da vida en abundancia, bienaventuranza eterna, simbolizados en el banquete de bodas. La invitación para disfrutar el banquete es universal. Miremos nuestra vida. ¿A cual grupo pertenecemos? Seamos de los primeros o de los segundos, estamos invitados de igual manera. No podemos demonizar a quienes tienen en sus manos los medios de producción, a los empresarios, a los que se les prende la lámpara de la creación, de la innovación, fundan empresas, dan empleo, hacen crecer económicamente una región, un país y sacan a millones de la pobreza, de la indigencia. Al contrario ¡Esa gente la necesitamos!

El problema no es la riqueza, el capital, los ricos, los que han tenido el privilegio de recibir una buena formación académica y humana integral. El problema es de opciones, de voluntad. Cuando el capital, los negocios, la producción y los resultados económicos son el rasero con el que se mide toda actividad y la misma vida. Cuando se manipula la política, el mercado, la ética, la religión, todo, para conseguir resultados financieros que favorecen a una persona o a un grupo económico, pisoteando los intereses colectivos. Y en el colmo, cuando se acude a la violencia directa, a la eliminación de todo aquel que invite al banquete, es decir a la construcción de un mundo mejor en el cual todos tengan la posibilidad de participar de una vida digna de ser vivida y disfrutada. Eso genera caos, miseria, muerte para todos, finalmente todos perdemos.

Si hacemos parte del primer grupo ¡maravilloso! Estamos invitados al banquete. Pongamos todo el servicio de la justicia del reino, juguemos limpio, pensemos en nuestra responsabilidad social como empresa, como seres humanos, como discípulos de Jesús. No se trata de vender todo y quedarnos en la calle. Se trata de ser buenos administradores de lo que hemos recibido, de aprovechar al máximo las oportunidades que nos ofrece la vida para beneficio común.

Si nos ha tocado una vida más dura, si pertenecemos a los excluidos, a los que están al borde del camino, en las plazas, en las calles, etc., pues también estamos invitados. No significa que estemos ahí por voluntad de Dios y que siempre vamos a permanecer en esa situación. Podemos trabajar para hacer posible que el banquete del Reino lo disfrutemos todos. Todos podemos dar nuestro aporte al Reino desde nuestros diferentes carismas.

Cualquiera que sea nuestra situación en la vida tendremos momentos duros, de soledad, de carencia de algo, de crisis, etc. Además, una vida con todo colmado y con nada por hacer se torna aburrida y sin sentido. Los problemas, las dificultades tienen la facultad, si las sabemos enfrentar, de hacer despertar en nosotros el deseo de la lucha, el reto de encontrar soluciones, la pasión por vivir y dignificar nuestra existencia. Son además una oportunidad para experimentar la fuerza de Dios, Padre y Madre, manifestada en Jesús. Para experimentar como dijo Pablo: Todo lo puede en aquel que me conforta.

Todos estamos invitados a trabajar, a luchar, a buscar juntos el Reino y participar del banquete. ¡Pero ojo! Pongámonos el traje de fiesta. Veamos si tenemos un traje blanqueado con la sangre del Cordero o si estamos manchados con la sangre inocente derramada por nuestra culpa o con nuestra mirada indiferente. Cada uno puede auto excluirse o aceptar esta invitación gratuita. El traje es la disponibilidad para compartir, para construir y disfrutar como hermanos del banquete de bodas, sin sentirnos los principales, ni los últimos. Siempre disponibles para servir y dar lo mejor de nosotros mismos. Aceptar la invitación dignamente y disponernos a vivirla es la mejor opción: pues como dice Isaías (primera lectura): Él aniquilará la muerte, enjugará las lágrimas.... celebremos, gocemos con su salvación... Aquí está nuestro Dios.



Oración

Dios, Padre y Madre, te bendecimos porque podemos contar siempre contigo en nuestra búsqueda constante de felicidad. Te damos gracias por invitarnos a participar del gran banquete del Reino. Te pedimos que no nos dejes caer en la tentación de poner los negocios y la riqueza por encima de la vida y todo aquello que engrandece nuestra humanidad. Te pedimos que no nos dejes caer en la tentación del egoísmo, la mediocridad, el facilismo.

Danos la fuerza de tu Espíritu para trabajar juntos por la realización de tu plan de salvación. Que todos podamos trabajar con fe, con esperanza, con empeño, con creatividad, con un espíritu innovador, descubriendo las oportunidades que nos brinda el medio. Danos un corazón generoso para buscar el bien común y disfrutar como verdaderos hijos tuyos, como hermanos en Cristo, del banquete del Reino, de una vida digna, alegre, bienaventurada… amen.



Exhortación final:

Jesús

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 192)

Te bendecimos, Padre, con los pobres de la tierra

porque nos reservamos un puesto de honor en la vida

y en la mesa abierta y fraternal del banquete de tu reino,

donde el cuerpo de Cristo es nuestro pan familiar

Bendito seas, Señor, por Jesucristo, tu hijo

que es el novio de tus bodas con la humanidad y la Iglesia.

Líbranos de la locura de rechazar tu invitación deferente

con las ridículas excusas de nuestra miope insolidaridad.

Revístenos de la condición nueva de nuestro bautismo,

como hombres y mujeres nacidos en Cristo por el Espíritu,

para ser dignos de sentarnos a tu mesa para siempre.

Amén.

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