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jueves, 6 de octubre de 2011

XXVIII Domingo del T.O. (Mt 22, 1-14) - Ciclo A: ¿Cumpliar o don?


Por j. Garrido

1. Situación

Hay dos modos de encarar la responsabilidad: desde el deber a cumplir o desde el don.
Uno cumple con sus obligaciones de ciudadano, trabajador, padre o madre de familia... Sin duda, no es lo mismo pagar los impuestos por miedo a las consecuencias (si no se pagan) que pagarlos desde la conciencia de tener más de lo necesario y sentirse solidario con las necesidades colectivas.

Pero cuando se trata del Reino sólo cabe la responsabilidad que nace del Don. ¡Es tan distinto cuidar un hijo porque no puedes abandonarlo o porque es tuyo, o porque es una maravilla que se te ha encomendado! ¡Es tan distinto ir a misa por obligación o sentirse llamado a participar del banquete del Reino!

¿Cómo vives tu fe, como un sistema de normas que hay que creer y cumplir, o como el don mayor de tu vida, que, en consecuencia, te empuja a compartirlo?


2. Contemplación

Todo, en la Palabra de hoy, te invita a la responsabilidad agradecida:

— El anuncio gozoso del profeta acerca del futuro definitivo de la humanidad, no circunscrito a Israel: abundancia de bienes que colman la indigencia humana, entre ellos, nada menos que la inmortalidad feliz.

— El salmo traduce las promesas del futuro en experiencia anticipada (la intimidad con Dios, su signo más real).

— El Evangelio, especialmente, formula la dialéctica cristiana de la responsabilidad. Se nos ha dado gratis el Reino. Por eso, el pecado consiste en haber «pasado» de El, en creer que tenemos obligaciones mayores que recibirlo y disfrutarlo. Pero, aunque uno se abra a El, y cabalmente, porque asiste al Banquete, ha de tomarlo muy en serio, como primera responsabilidad. La advertencia de Jesús vale para los judíos de entonces y para los cristianos de ahora: «Si no lo tomáis en serio, será para otros».


3. Reflexión

Es frecuente ver a cristianos que durante años mantuvieron fidelidad a sus compromisos cristianos, y luego los abandonan o los reducen a los mínimos en un intento de autojustificación. ¿Por qué? Si es joven adulto, porque no aprendió a integrar ideales y realidad, y comienza a sospechar que su fe era un montaje. Cuando se comienza a ser maduro, las responsabilidades más urgentes (el Evangelio dice: «uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios») absorben el interés y la dedicación.

La solución, decimos, es clara: fundamenta los compromisos en la experiencia del don. Y es verdad. Pero el drama de la existencia humana es que no conocemos la verdad de nuestra fundamentación hasta que no somos puestos a prueba.

Las pruebas más difíciles no son siempre las situaciones especiales de sufrimiento. Entonces parece que sacamos fuerza de nuestra flaqueza. Son las responsabilidades más evidentes las que nos impiden, con frecuencia, el compromiso por el Reino. Siempre tenemos razones para aplazar la conversión, para no tomar en serio el amor de Dios, para mejorar económicamente sin preocuparnos de los demás. Llega un momento en que la maraña de preocupaciones e intereses creados es tal que resulta prácticamente imposible vivir del Reino.

Convidados de primera hora, los favorecidos por Dios, que se quedan fuera. ¿No tenemos a veces esa sensación, sobre todo si tenemos más de cuarenta años y de jóvenes entregamos lo mejor de nosotros al Reino?


4. Praxis

Esta semana podríamos centrarnos en estas dos preguntas:

— ¿Desde dónde vivimos nuestros compromisos cristianos, desde unas obligaciones a cumplir o desde la responsabilidad agradecida?

— ¿Cómo se ha ido desarrollando en mi historia personal dicha responsabilidad: a los 18, a los 25, a los 28, a los 50 años?

El Banquete sigue abierto todavía. Porque en la sala «se reúnen todos, malos y buenos». Volver a tornar en serio a Dios traerá consecuencias. No insistas en ello buscando sentirte buen cristiano. Pide luz y vete discerniendo qué intereses creados te impiden el Reino.

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