Sabemos que Mateo organiza la enseñanza de Jesús en cinco grandes discursos, mostrándolo, una vez más, como el “nuevo Moisés”, al que se creía autor de los “cinco libros” (Pentateuco) de la Torá.
El último de ellos es el “escatológico” y ocupa el capítulo 24. A continuación, el evangelista recoge cuatro parábolas que insisten en la actitud de la vigilancia: en la necesidad de “estar despiertos” y de “dar fruto”. Una de ellas es la que leemos hoy.
El trasfondo de la parábola es la boda; en concreto, la costumbre de que unas jóvenes, con lámparas encendidas, recibieran al esposo que llegaba con la novia.
En la tradición bíblica, la “boda” es imagen del “banquete escatológico” y, en la literatura evangélica, puede ser símbolo también del Reino de Dios. Los dos grupos de doncellas hacen referencia a las dos posibles actitudes ante esa buena noticia: una sabia o sensata; la otra, necia o ignorante.
Desde nuestra perspectiva, cuando nos acercamos a una parábola –como a un cuento o a un sueño-, no parece apropiado hacer una lectura literalista. Se trata, más bien, de un relato metafórico-poético, realista, pedagógico-impactante e inacabado o abierto. Por tanto, ni hay que buscar una “explicación” exacta para cualquier elemento, ni hay que leerla en clave moralizante ni, mucho menos, mítica.
En el relato que nos ocupa, la alusión a que unas jóvenes –precisamente las que se presentan como “sensatas”- se nieguen a compartir el aceite con las otras no tiene ninguna relevancia; se trata, sencillamente, de una “necesidad” del relato.
Del mismo modo, me parece que una lectura mítica y meramente moralizante lo empobrece, convirtiéndolo en una “historia ejemplar” a la que imitar.
Desde mi punto de vista, una lectura ajustada debe arrancar de esta constatación: esta parábola está leyendo mi vida. Y la está leyendo justo ahora, en este preciso momento. Esta doble referencia –a la propia realidad y al momento presente- puede ofrecernos una clave que garantice una lectura profunda, regalándonos la riqueza que la parábola contiene.
La “boda” –el “banquete mesiánico”, el “reino de Dios”, la Plenitud…- es ahora. Nuestra mente no puede verlo así, porque para la mente (para el yo), el presente siempre es imperfecto. Dado que el yo no puede vivir en el presente –cuando se acalla el pensamiento, se disuelve-, proyecta al futuro la felicidad que desea, imaginando que la plenitud se ha de hallar en algún otro momento y otro lugar.
El presente y el yo se excluyen mutuamente. Esta simple constatación nos ofrece pistas interesantes. No podré experimentar la plenitud del presente mientras esté identificado con mi yo. Todo malestar emocional o sufrimiento inútil es signo de que me he escapado del presente y he vuelto a encerrarme en alguna “historia” mental que mi yo ha tomado como cierta.
Por tanto, todo ello se convierte en “alerta” que me avisa de la necesidad de “volver” al momento presente, detener cualquier historia y abrirme a percibir mi verdadera Identidad.
Al descubrirla, nos descubrimos también participando de la “boda” en este mismo momento. ¡Detén la mente! ¡Suelta cualquier “historia mental”! ¿Qué te falta?
Esta es la actitud sabia, simbolizada en las “vírgenes sensatas”; lo contrario –enroscarse en “historias” interminables que giran en torno al ego y a sus diferentes mecanismos- es permanecer “dormidos”, en la ignorancia de quienes somos y, por tanto, en el sufrimiento: es la actitud inconsciente, representada por las “vírgenes necias” (de “nescio”, literalmente “no sé”).
Unas y otras, sensatas y necias, no simbolizan a grupos humanos –como podrían ser, según algunas predicaciones que aún se escuchan, “creyentes” y “ateos”-, sino actitudes que conviven en cada uno de nosotros.
En nosotros hay una parte sabia capaz de “ver” la verdad de las cosas, y en nosotros hay también una parte necia que nos reduce al yo. Cuando es ésta la que manda, quedamos a merced de los pensamientos y de los vaivenes emocionales, confundidos e inermes. Por el contrario, cuando tomamos distancia de la mente y de las emociones –no evitándolas pero tampoco reduciéndonos a ella-, cae el velo del pensamiento y aparece la comprensión, es decir, la sabiduría.
La parábola es una invitación a hacer este tránsito: desde el parloteo mental interminable (que nos encierra en la inconsciencia y el sufrimiento) a la “atención plena” –los propios psicólogos y médicos están insistiendo cada vez más en sus beneficios-, que nos ancla en la sabiduría que nace de permanecer en el presente.
Para fortalecer esta práctica de venir al momento presente, quiero dejaros, para terminar, un poema de Adyashanti.
El último de ellos es el “escatológico” y ocupa el capítulo 24. A continuación, el evangelista recoge cuatro parábolas que insisten en la actitud de la vigilancia: en la necesidad de “estar despiertos” y de “dar fruto”. Una de ellas es la que leemos hoy.
El trasfondo de la parábola es la boda; en concreto, la costumbre de que unas jóvenes, con lámparas encendidas, recibieran al esposo que llegaba con la novia.
En la tradición bíblica, la “boda” es imagen del “banquete escatológico” y, en la literatura evangélica, puede ser símbolo también del Reino de Dios. Los dos grupos de doncellas hacen referencia a las dos posibles actitudes ante esa buena noticia: una sabia o sensata; la otra, necia o ignorante.
Desde nuestra perspectiva, cuando nos acercamos a una parábola –como a un cuento o a un sueño-, no parece apropiado hacer una lectura literalista. Se trata, más bien, de un relato metafórico-poético, realista, pedagógico-impactante e inacabado o abierto. Por tanto, ni hay que buscar una “explicación” exacta para cualquier elemento, ni hay que leerla en clave moralizante ni, mucho menos, mítica.
En el relato que nos ocupa, la alusión a que unas jóvenes –precisamente las que se presentan como “sensatas”- se nieguen a compartir el aceite con las otras no tiene ninguna relevancia; se trata, sencillamente, de una “necesidad” del relato.
Del mismo modo, me parece que una lectura mítica y meramente moralizante lo empobrece, convirtiéndolo en una “historia ejemplar” a la que imitar.
Desde mi punto de vista, una lectura ajustada debe arrancar de esta constatación: esta parábola está leyendo mi vida. Y la está leyendo justo ahora, en este preciso momento. Esta doble referencia –a la propia realidad y al momento presente- puede ofrecernos una clave que garantice una lectura profunda, regalándonos la riqueza que la parábola contiene.
La “boda” –el “banquete mesiánico”, el “reino de Dios”, la Plenitud…- es ahora. Nuestra mente no puede verlo así, porque para la mente (para el yo), el presente siempre es imperfecto. Dado que el yo no puede vivir en el presente –cuando se acalla el pensamiento, se disuelve-, proyecta al futuro la felicidad que desea, imaginando que la plenitud se ha de hallar en algún otro momento y otro lugar.
El presente y el yo se excluyen mutuamente. Esta simple constatación nos ofrece pistas interesantes. No podré experimentar la plenitud del presente mientras esté identificado con mi yo. Todo malestar emocional o sufrimiento inútil es signo de que me he escapado del presente y he vuelto a encerrarme en alguna “historia” mental que mi yo ha tomado como cierta.
Por tanto, todo ello se convierte en “alerta” que me avisa de la necesidad de “volver” al momento presente, detener cualquier historia y abrirme a percibir mi verdadera Identidad.
Al descubrirla, nos descubrimos también participando de la “boda” en este mismo momento. ¡Detén la mente! ¡Suelta cualquier “historia mental”! ¿Qué te falta?
Esta es la actitud sabia, simbolizada en las “vírgenes sensatas”; lo contrario –enroscarse en “historias” interminables que giran en torno al ego y a sus diferentes mecanismos- es permanecer “dormidos”, en la ignorancia de quienes somos y, por tanto, en el sufrimiento: es la actitud inconsciente, representada por las “vírgenes necias” (de “nescio”, literalmente “no sé”).
Unas y otras, sensatas y necias, no simbolizan a grupos humanos –como podrían ser, según algunas predicaciones que aún se escuchan, “creyentes” y “ateos”-, sino actitudes que conviven en cada uno de nosotros.
En nosotros hay una parte sabia capaz de “ver” la verdad de las cosas, y en nosotros hay también una parte necia que nos reduce al yo. Cuando es ésta la que manda, quedamos a merced de los pensamientos y de los vaivenes emocionales, confundidos e inermes. Por el contrario, cuando tomamos distancia de la mente y de las emociones –no evitándolas pero tampoco reduciéndonos a ella-, cae el velo del pensamiento y aparece la comprensión, es decir, la sabiduría.
La parábola es una invitación a hacer este tránsito: desde el parloteo mental interminable (que nos encierra en la inconsciencia y el sufrimiento) a la “atención plena” –los propios psicólogos y médicos están insistiendo cada vez más en sus beneficios-, que nos ancla en la sabiduría que nace de permanecer en el presente.
Para fortalecer esta práctica de venir al momento presente, quiero dejaros, para terminar, un poema de Adyashanti.
PRESENCIA:
LA DANZA DEL VACÍO
Tómate un momento para comprobar
si estás Aquí realmente.
Con anterioridad a lo correcto y lo equivocado,
estamos Aquí sin más.
Con anterioridad al bien o al mal,
a lo digno o a lo indigno,
al pecador o al santo,
estamos Aquí, sin más.
Quédate Aquí,
en el lugar del Silencio,
donde el silencio interior danza;
justo aquí,
antes de saber algo, o de no saber nada.
Quédate Aquí,
donde todos los puntos de vista
se funden en un solo punto,
y ese único punto desaparece.
Intenta encontrar el Ahora,
donde rozas lo eterno,
y siente el eterno vivir y morir de cada momento,
para encontrarte aquí,
nada más,
antes de convertirte en experto,
antes de convertirte siquiera en principiante.
Quédate Aquí,
nada más,
donde eres lo que siempre será,
donde nunca le añadirás nada,
ni le quitarás nada a eso.
Quédate Aquí,
donde no quieres nada,
y donde no eres nada.
En el Aquí,
que es indescriptible,
donde encontramos el Misterio sólo desde el misterio,
o nos dejamos de encontrar.
Quédate Aquí
donde te descubres al no encontrarte,
en este lugar donde la tranquilidad es ensordecedora,
y la quietud se mueve
demasiado rápido como para atraparla.
Quédate Aquí,
donde eres lo que deseas
y deseas lo que eres,
y desaparece todo
en un radiante Vacío.
(Adyashanti)
LA DANZA DEL VACÍO
Tómate un momento para comprobar
si estás Aquí realmente.
Con anterioridad a lo correcto y lo equivocado,
estamos Aquí sin más.
Con anterioridad al bien o al mal,
a lo digno o a lo indigno,
al pecador o al santo,
estamos Aquí, sin más.
Quédate Aquí,
en el lugar del Silencio,
donde el silencio interior danza;
justo aquí,
antes de saber algo, o de no saber nada.
Quédate Aquí,
donde todos los puntos de vista
se funden en un solo punto,
y ese único punto desaparece.
Intenta encontrar el Ahora,
donde rozas lo eterno,
y siente el eterno vivir y morir de cada momento,
para encontrarte aquí,
nada más,
antes de convertirte en experto,
antes de convertirte siquiera en principiante.
Quédate Aquí,
nada más,
donde eres lo que siempre será,
donde nunca le añadirás nada,
ni le quitarás nada a eso.
Quédate Aquí,
donde no quieres nada,
y donde no eres nada.
En el Aquí,
que es indescriptible,
donde encontramos el Misterio sólo desde el misterio,
o nos dejamos de encontrar.
Quédate Aquí
donde te descubres al no encontrarte,
en este lugar donde la tranquilidad es ensordecedora,
y la quietud se mueve
demasiado rápido como para atraparla.
Quédate Aquí,
donde eres lo que deseas
y deseas lo que eres,
y desaparece todo
en un radiante Vacío.
(Adyashanti)
Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com
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