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martes, 17 de enero de 2012

El hoy del ecumenismo y la espera de su cumplimiento


Por Kurt Koch

En el magisterio de Benedicto XVI el fundamento cristológico de la unidad entre los cristianos

«Trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los discípulos de Cristo» es el «apremiante deber» del Sucesor de Pedro. El Papa Benedicto XVI pronunció estas palabras programáticas ya en su primer mensaje después de la elección al Solio pontificio. Al repasar los más de seis años de su ministerio petrino, podemos constatar con gratitud que la causa del ecumenismo es el hilo conductor de su pontificado. En sus numerosas homilías y en sus múltiples mensajes, no sólo se refiere a la necesaria «purificación de la memoria» y ve en la «conversión interior» el presupuesto indispensable para el progreso del camino ecuménico, sino que además ejerce ya desde ahora, en sus numerosos encuentros con los representantes de otras Iglesias y comunidades cristianas, un primado ecuménico.
Este claro énfasis ecuméncio en la obra del Santo Padre no puede sorprender, si tenemos presente el hecho de que el Papa Benedicto XVI, ya como teólogo y cardenal, se esforzó mucho por hacer avanzar el diálogo ecuménico y lo enriqueció con útiles reflexiones teológicas. Naturalmente, en el marco de un breve artículo no se pueden citar detalladamente las distintas contribuciones aportadas por el Papa Benedicto XVI al ecumenismo. Me centraré, por tanto, en el núcleo esencial de su compromiso ecuménico, que a mi parecer se expresa de modo más claro y profundo en su interpretación de la oración sacerdotal de Jesús, «que todos sean uno», de la que el Papa habla en su segundo libro sobre Jesús de Nazaret.
La nueva evangelización impulsada de modo especial por el Santo Padre debe, por tanto, tener una dimensión ecuménica, dimensión a la que el Papa Benedetto XVI ya hizo una referencia explícita al anunciar la creación del nuevo Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización durante la celebración de las primeras Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo en 2010: «El desafío de la nueva evangelización interpela a la Iglesia universal, y nos pide también proseguir con empeño la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos». Dado que la nueva evangelización consiste en acercar a los hombres al misterio de Dios y en introducirlos en una relación personal con él, en el centro de toda nueva evangelización debe estar la cuestión de Dios, que nosotros debemos asumir ecuménicamente, con la convicción de que en la raíz de toda nueva evangelización no hay un «proyecto humano de expansión», sino el deseo «de compartir el don inestimable que Dios ha querido darnos, haciéndonos partícipes de su propia vida» (Ubicumque et semper).
Con su compromiso ecuménico, el Papa Benedicto XVI testimonia de modo ejemplar en qué consiste la responsabilidad ecuménica de todo obispo en la Iglesia católica, descrita por el Codigo de derecho canónico con las siguientes palabras: el obispo diocesano «debe mostrarse humano y caritativo con los hermanos que no están en comunión plena con la Iglesia católica, fomentando también el ecumenismo tal y como loentiende la Iglesia» (can. 383 § 3). De ello se deduce en primer lugar que la promoción de la causa ecuménica está implícita en el mismo ministerio pastoral del obispo, que es esencialmente un servicio a la unidad, o sea, a aquella unidad que debe entenderse de modo más amplio que la simple unidad de la propia comunidad diocesana y que comprende también y precisamente a los bautizados no católicos. En segundo lugar, al definir la responsabilidad ecuménica del obispo afirmando que «debe mostrarse humano y caritativo con los hermanos que no están en comunión plena con la Iglesia católica», se pone claramente el acento en el «diálogo de la caridad». En tercer lugar, dado que este «diálogo de la caridad» no puede sustituir el «diálogo de la verdad», sino que constituye su presupuesto indispensable, el obispo debe promover el ecumenismo «tal y como lo entiende la Iglesia».
Estas tres orientaciones ponen de relieve que el ministerio pastoral que el obispo realiza en favor de la unidad de su propria Iglesia es inspearable de su ministerio pastoral ecuménico dirigirdo a la recomposición de la unidad de la Iglesia y que ambas dimensiones están al servicio de la fe en Jesucristo. Podemos y debemos dar gracias al Papa Benedicto XVI por haber asumido, como Obispo de Roma, esta responasabilidad ecuménica de modo tan ejemplar y creíble. Poder estar, por mandato suyo, al servicio del ecumenismo es una alegría y un honor, pero también un desafío y un deber.

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