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viernes, 17 de febrero de 2012

Dom 19-2-12: El paralítico de Cafarnaúm: Perdón y curación


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Dom 7, tiempo ordinario, ciclo B. Mc 2, 1-12 El pasado domingo completé con mucha amplitud (a lo largo de cuatro) días el texto del paralítico. Este domingo toca otro texto igualmente poderoso. Es un texto poderoso, que se centra en cuatro motivos:
a. Casa de Jesús, lugar de curación. Aprender a vivir, eso es ser cristianos. El evangelio como novedad que atrae y sorprende
b. Parálisis y pecado… El pecado humano, la incapacidad de andar, en libertad, en autonomía. Una humanidad que corre el riesgo de pararse
c. Curación del pecado, libertad humana, para ser para caminar. Curación humana frente a perdón puramente sacral...

El comentario será razonablemente largo. Pero no quiero dividirlo en tres o cuatro partes, como el domingo anterior. Entre quien quiera dejarse sorprender por el evangelio.

2, 1-12. Paralítico en casa: perdón de los pecados

Jesús había quedado habitando en lugares despoblados, donde venían de todas partes a buscarle, tras haber iniciado por las sinagogas del entorno una misión rural, cortada bruscamente por el “milagro” del leproso, cuyo final parecía introducirnos en el tema de los últimos días de Jesús en Jerusalén (Mc 11-12), donde será condenado por los mismos sacerdotes en cuyas manos había querido “dejar” el tema de este leproso limpiado. Pues bien, pasado un tiempo indeterminado (en el que parece que se purifica “según Ley” de la mancha causada por su contacto con el leproso), Jesús vuelve a Cafarnaúm, quizá a escondidas, pues sólo tras un tiempo se sabe que está “en oikô”, en casa (no en la sinagoga, como en 1, 23-28, donde ya no entra).

Ésa puede ser la casa de la suegra de Simón (y de Andrés, como en 1, 29) o alguna otra donde él prosigue su misión, de nuevo lugares habitados. Pues bien, en este contexto pasamos del tema del leproso (¡a campo abierto!) al del paralítico/pecador, que resulta quizá más conflictivo, en el interior de la ciudad y de la casa. El control sobre los pecados era un elemento clave del poder de los sacerdotes (mucho más que el control de la lepra), y Jesús será también criticado (y condenado) por asumir también ese poder (y por negárselo a los sacerdotes).

Es como si el leproso (que no ha querido someterse a los sacerdotes) le hubiera enseñado (impulsado) a enfrentarse con otros temas, de forma que el mismo Jesús es quien que asume, directamente, desde una perspectiva mucho más alta, un “poder” que los sacerdotes se habían reservado, perdonando los pecados (y diciendo que los hombres pueden perdonarlos). Sobre ese fondo ha de entenderse su gesto, que ratifica, en solemne sacramento, un perdón no sacerdotal, que brota de la fe y solidaridad humana, en el espacio profano de la casa. El texto incluye aspectos de controversia legal y milagro, pero es básicamente un texto de perdón:

Texto. Mc 2, 1-12


(a. Un paralítico) 2, 1 Y entrando de nuevo en Cafarnaúm, después de algunos días, se corrió la voz de que estaba en casa. 2 Y se juntaron tantos, que no cabían ni delante de la puerta y Jesús les decía la Palabra. 3 Y llegaron entonces trayendo un paralítico entre cuatro. 4 Pero, como no podían llegar hasta él a causa del gentío, levantaron la techumbre por encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla en que yacía el paralítico.

(b. Primera intervención) 5 Y, viendo la fe de ellos, Jesús dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.

(c. Condena) 6 Había allí algunos escribas sentados, y comenzaron a deliberar en sus corazones: 7 ¿Cómo habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar los pecados sino Uno, que es Dios?

(b’ Segunda intervención) 8 Jesús, percatándose en seguida de lo que estaban deliberando, les dijo:¿Por qué pensáis eso en vuestro interior? 9 ¿Qué es más fácil? ¿Decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados; o decirle: Levántate, toma tu camilla y anda? 10 Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados (se volvió al paralítico y le dijo): 11 A ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

(d. Curación y conclusión) 12 El paralítico se puso en pie, tomo en seguida la camilla y salió a la vista de todos, de modo que todos quedaron fuera de sí (como extasiados) y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto cosa igual.


Aquí (en 2, 1-3, 6), tras los tres paradigmas anteriores, que tenían cierta unidad (1, 23-45) hallamos el primer gran debate público entre Jesús y las autoridades judías, un debate que se puede dividir en tres paradigmas (2, 1-12: 2, 13-17; 2, 18-22) y en una disputa doble en torno al sábado (2, 23-3, 6). Cf. Dewey, Debate; The Literary Structure of the Controversy Stories in Mark 2, 1-3, 6, en Telford (ed.), Interpretation 141-152 [= JBL 92 (1973) 394-401]; J. D. G. Dunn, Mark 2, 1-3, 6. A Bridge between Jesus and Paul on the Question of the Law, NTS 30 (1984); 395-415; Kilunen, Vollmacht; Thissen, Erzählung; M. Trautmann, Zeichenhafte Handlungen Jesu (FB 37), Echter, Würzburg 1980, 234-258. Sobre el Hijo del hombre y el poder de perdonar pecados, cf. Kingsbury, Christology 157-176; Conflicto 85-89; M. D. Hooker, The Son of Man in Mark, SPCK, London 1967; K. Kertelge, Die Vollmacht der Menschensohnes zur Sündenvergebung (Mk 2, 10), en Fests. J. Schmid, Herder, Freiburg 1973, 205-213; B. Lindars, Jesus Son of Man, SPCK, London, 1983, 101-114. Sobre el perdón ritual de los escribas y el perdón de Jesús, cf. E. P. Sanders, Jesus and Judaism, SCM, London 1985, 174- 211; Judaism. Practice and Belief. 63BCE - 66CE, SCM, London 1992, 190-241.

2, 1-4. Introducción. Un paralítico

Tras los encuentros anteriores (poseso, suegra, leproso) viene (traen a) un paralítico a la casa, convertida en espacio de enseñanza. Ha terminado el ocultamiento (1, 45), pero no ha cesado la polémica, de forma que en la casa donde Jesús dice la Palabra (ton logon), que antes había proclamado el leproso (1, 45) se sientan y vigilan unos escribas (2, 6) y se inicia así un extenso debate con ellos (2, 1-3, 6).

Jesús ha vuelto a la casa, pero no para hacer los milagros que Simón pedía, sino para ofrecer la Palabra, que se expresará en el perdón de los pecados y en la curación del paralítico. Jesús ya no habla (elalei) en la sinagoga (lugar de estudio de ley), ni en el templo (lugar de la presencia suprema de Dios), sino en el hogar de las relaciones cotidianas donde la gente se reúne y le rodea. Surge de nuevo un problema, centrado ahora en el “perdón”. Lógicamente pasamos de la “limpieza” del leproso al perdón del pecador, suscitando así una “polémica” con los representantes de la Ley sagrada (y en el fondo con los sacerdotes). La escena está perfectamente construida, con personajes bien marcados, formando una parábola viviente.

− Una casa. Le rodean muchos, deseosos de participar en el secreto de su nueva palabra y comunión, de manera que no caben en casa, ni siquiera ante la puerta (pros tên thyran, 2, 2), a diferencia de los enfermos de 1, 33 (que sí cabían ante la puerta). Pero Jesús en este caso no comienza a curar (como en 1, 33-4), ni a expulsar demonios, sino a enseñar en la casa, diciendo la Palabra, e iniciando así la construcción de su nueva comunidad, en un contexto familiar (secular), sin necesidad de templo, ni de sinagoga (2, 2). En este contexto podemos recordar que el nuevo judaísmo rabínico (que surgirá tras el 70 d.C.) se iniciará y centrará también en las casas, como el movimiento de Jesús (por lo que, en este campo, en principio, no habrá diferencias entre judíos rabínicos y judíos mesiánicos de Jesús).

− Traen un paralítico... Es un enfermo con amigos. No puede andar, pero cuenta con la solidaridad y la fe de cuatro camilleros que le llevan, le alzan, le introducen por el techo de paja (tên stegên) y le ponen delante de Jesús porque confían en él. Es paralítico, pero tiene una familia verdadera; no está solo en el mundo, no se encuentra abandonado. Sin el primer gesto de solidaridad de los camilleros resulta imposible la escena que sigue.

También aquí, como en casos anteriores, no es Jesús quien toma la iniciativa, sino que la toman otros (como el poseso que grita o el leproso que pide: 1, 24. 40), y ahora lo hacen camilleros amigos, que toman al enfermo, creyendo en él (y en Jesús), y le descuelgan, poniéndole en medio de la casa, sin necesidad de decir nada, pues su mismo gesto es una petición. Estos callados y activos camilleros son los ministros originarios de una Iglesia que comienza con la solidaridad mutua, y donde la Palabra se transformará en perdón. A diferencia de los escribas, que ponen su Ley sobre la Gracia, ellos son servidores de un amor activo, signo de miles y millones de personan que confían en los demás y les ayudan, abriendo un camino a Jesús.

2, 5. Jesús, primera intervención.
Y, viendo la fe de ellos, Jesús dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.

Parece que los camilleros (y todos) están esperando que Jesús cure de forma inmediata al tullido, para que pueda andar, sin entrar en controversias (como por arte de magia, desde arriba). Pero ahora, como veremos, aparecen los escribas en medio de la gente, vigilando, de manera que la controversia parece inevitable y, además, Jesús no cura por magia, sino por fe (por la fe de los camilleros y por la fe del curado).

Estamos, pues, una casa abierta, en la que pueden entrar no sólo los “amigos” de Jesús, sino sus adversarios, con los camilleros “creyentes” del paralítico. Por eso, el texto sigue diciendo, provocativamente, que Jesús “viendo la fe de ellos” (de los camilleros, que así se oponen a los escribas sin fe), dice al paralítico: ¡Hijo, tus pecados han sido perdonados! En este contexto puede suponerse que el enfermo se mantiene pasivo; simplemente se ha dejado traer por cuatro amigos que buscan a Jesús, pidiéndole su ayuda. Esos “amigos” son el principio del “milagro”:

− Camilleros frente a escribas. Los camilleros quieren ayudar al enfermo, confían en él, le llevan a Jesús; ésta es su religión. Por el contrario, los escribas vigilan para ver si se cumple la ley; ésta es su religión. Pues bien, la fe de “ellos”, de los camilleros, hace que Jesús perdone (=declare perdonados) los pecados, de forma que resultará innecesario el rito de los sacerdotes del templo que realizan la expiación y expresan el perdón a través de sacrificios, y el tipo de ley de los escribas.

Lo que de verdad perdona es la fe activa (pistis) de unos hombres, que confían en el paralítico, poniéndole ante Dios al colocarle ante de Jesús. Frente al rito de los sacerdotes (que no curan, como aparecía claro en el caso del leproso), frente al templo seco que no es signo de perdón, ni medio de oración (como veremos en 11, 20-25), se eleva aquí la fe de los amigos y de aquellos que siguen a Jesús, como en 11, 22 (donde se dice que la fe es el verdadero culto). Estos camilleros inician y cumplen con el paralítico el auténtico gesto sacramental .

− Jesús aprende. Aprendió del leproso y ahora la fe de los camilleros (que acogen y ayudan al leproso) y acepta su lección, de manera que viendo su fe (aprendiendo de ellos), dice al paralítico: ¡Hijo, tus pecados han sido perdonados! (2, 5), en pasivo divino (aphientai), lo que significa que el mismo Dios es quien perdona.

El enfermo no ha hecho nada; simplemente se ha dejado traer por cuatro amigos que buscan a Jesús, pidiéndole su ayuda, y se deja perdonar por el Dios de Jesús. Esta fe de los amigos perdona los pecados, de forma que resulta innecesario el rito (sacerdotes) y la ley (escribas). Los mismos camilleros inician y cumplen el gesto sacramental; Jesús se limita a sancionarlo, diciendo: ¡Dios te ha perdonado!

De esa manera, la misma casa donde está Jesús se vuelve templo, y los camilleros aparecen como ministros de la nueva religión mesiánica. El perdón que los sacerdotes de Israel pedían a Dios y expresaban con sus sacrificios desde el templo (cf. 1 Rey 8) se concede y ratifica ahora en la casa del paralítico, a través de la fe de los camilleros (autôn), cosa que Jesús confirma de un modo solemne, en nombre de Dios. Alguien pudiera parecer que nos hallamos ante un desajuste: camilleros y enfermo buscando la curación física, pero lo que éste recibe es otra cosa (el perdón). Pues bien, de ese desajuste, de la relación entre perdón y curación habla todo lo que sigue.

2, 6-7. Condena de los escribas
¿Quién puede perdonar los pecados sino Uno, que es Dios?

Están allí como representantes del templo y, quizá de un modo más preciso, de la Ley que ellos mismo están empezando a elaborar y codificar, como expresión de sacralidad suprema (tras la caída del templo, el año 70. d.C., cuando Marcos está escribiendo el evangelio). Esos escribas se encuentran allí (no se dice todavía que vengan de Jerusalén, como en 3, 22); están allí como si formaran parte del judaísmo oficial de Galilea; más aún, es como si ellos no se hubieran separado de la comunidad de Jesús, de manera que la critican desde dentro de la misma casa). Ellos se sienten depositarios del poder sagrado y condenan a Jesús como blasfemo, es decir, como alguien que usurpa el lugar de Dios, asumiendo un poder que es exclusivo de Dios y negando así su diferencia (su trascendencia), como dirán de una forma definitiva los sacerdotes de Jerusalén al condenarle a muerte (cf. 14, 64).

Esta acusación contra Jesús (dicen que blasfema: ¡blasphêmei!) es la mayor que se podía formular en Israel. Ella implica una condena perfectamente articulada, por la que se afirma que Jesús, hablando como habla y actuando como actúa, es reo porque está ocupando el lugar del Dios de Israel, rompiendo el mandamiento fundamental del Shema (Dt 6, 4) y del Decálogo (Dt, 5, 6-7), que han sido formulados para defender la Unidad y Diferencia de Dios, que ellos quieren salvaguardar: ¿Quién puede perdonar los pecados sino Uno, que es Dios? (ei mê heis, ho Theos). Está en juego la Unidad de Dios, la afirmación básica de todo israelita (Dios es Uno) porque Jesús está ocupando su puesto o colocándose como divino al lado de Dios.

Evidentemente, Jesús y los cristianos pueden contestar diciendo que sólo Uno (Heis) puede perdonar, y que ese Uno es Dios (y por eso proclaman el Shema: 12, 29).


Ellos añadirán que el problema de fondo no saber es Quién perdona en plano superior (¡todos saben que es Dios!), sino a través de quienes y cómo expresa y despliega su perdón. Se trata, por tanto, de un problema de “mediación”: ¿quién puede expresar y declarar sobre el mundo el perdón de Dios? Los escriban dirían que Dios perdona según Ley, conforme a los ritos de expiación, centrados en el templo (o conforme a otros ritos y gestos, bien regulados por la misma Ley). Jesús, en cambio, está convencido de que Dios no ha vinculado el perdón a esos rituales, ni a las normas de ley que los escribas controlan por oficio, sino que perdona por la fe comprometida de estos cuatro camilleros, desde el fondo de la misma realidad humana, allí en la casa .

2, 8-11. Jesús, segunda intervención
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados; o decirle levántate, toma tu camilla y anda?

Sirve para confirmar lo anterior, y es como una demostración (despliegue) del poder del perdón que Jesús ha declarado, pues ese perdón es lo fundamental, tanto para los escribas como para Jesús. Unos y otros saben que el perdón es lo importante. Pero el tema está en saber cómo se expresa ese perdón y qué consecuencias tiene (si es capaz de hacer andar al paralítico). Desde ese fondo inicia Jesús su argumento (su defensa), relacionando el perdón de los pecados con la fe activa de los camilleros y con la curación del paralítico. Desde ese fondo pregunta: ¿Qué es más fácil: curar o perdonar? Pues bien, ante el silencio de los escribas, Jesús no responde teóricamente, sino de un modo práctico, curando al enfermo: «Para que veáis que el Hijo del humano tiene poder de perdonar, dijo al paralítico.. ¡levántate!...» (2, 10-11).

Los escribas perdonan (o expresan el perdón) a través de unos ritos vinculados a los sacerdotes, en nombre del Dios de la Ley sagrada, pero Marcos supone que ellos no consiguen que el paralítico camine, de manera que su perdón corre el riesgo de quedar cerrado en un ámbito ritual, bajo control del sistema religioso. Ese perdón de los escribas judíos (o de muchos “escribas” cristianos posteriores), vinculado a rituales de leyes y templo, es una ceremonia de personas que no logran caminar. Ciertamente, hay buenas ceremonias, pero los paralíticos siguen atados a la camilla.

Jesús, en cambio, puede descubrir y proclamar entre paralíticos con camilleros un perdón que les capacita para caminar, levantándose del lecho dónde estabas postrados, para ser ellos mismos, sin necesidad de estar atados a sus ritos.

Desde aquí se entiende el conflicto con los escribas. En el relato anterior era el mismo leproso curado quien abría ese conflicto, al proclamar la “palabra” de Jesús (lo que él había hecho al purificarle) en vez de presentarse a los sacerdotes. En nuestro caso es el mismo Jesús quien lo inicia, a partir del gesto de los camilleros, ofreciendo al paralítico, de un modo gratuito, el perdón de Dios (2,5). En este contexto, los que acusan a Jesús no son directamente sacerdotes (como podía suponerse desde 1,44-45), sino los escribas (aliados de los sacerdotes), que aparecen en la casa, bien sentados, en postura de juicio y magisterio, con el libro de la Ley en la mano (como continuadores de los sacerdotes).

Esta controversia del perdón nos sitúa en el centro de la novedad cristiana y en la raíz de su experiencia religiosa. Los escribas del nuevo judaísmo que ahora surge (tras el 70 d.C.) siguen cultivando una religión del perdón legal, codificada en unos ritos que derivan Lev 1-16 y controlada en el fondo por ellos. Ciertamente, saben que Dios perdona, pero añaden que su perdón se expresa a través de la estructura social y religiosa que ellos representan, de manera que sólo donde el pueblo cambia, cumple el rito y acepta el orden de la Ley, puede afirmarse ya que Dios perdona. Para Jesús, en cambio, el perdón es consecuencia de la presencia gratuita de Dios que se expresa en la fe activa de los camilleros, que traen al enfermo/pecador, de manera que él (Jesús) puede decir y dice: «Tus pecados son perdonados» (con pasivo divino: apheontai, Dios te perdona), porque hay amor y fe (un amor que se expresa como fe). Este pasaje ofrece en Marcos un primer paradigma completo de iglesia mesiánica.

(a) El judaísmo de los escribas mantiene la coherencia comunitaria a través del control sobre el pecado: sólo Dios perdona y lo hace por medio de un ritual muy preciso, controlado por los sacerdotes (y después por los escribas del nuevo judaísmo rabínico), que distinguen así a puros e impuros. Siguiendo esa norma, el paralítico seguiría atado a su camilla, no podría caminar, pues ellos organizan la vida de los hombres y mujeres, no la cambian.

(b) El grupo de Jesús se funda en el principio de la solidaridad (camilleros), abierta a un perdón humano (no sacral), fundado en la fe, ratificada por Jesús, y aceptada (creída) por el enfermo. Sin tener que decirlo, Jesús muestra que la vieja institución sacrificial del templo, ideada para perdonar los pecados ha perdido su función. Todo lo que otros querían hacer en el templo (o los escribas quieren hacer según Ley), Jesús y los suyos pueden hacerlo en la casa, de manera que no necesitan sacerdotes ni escribas; le basta la fe y solidaridad de los camilleros que son el verdadero templo y sacerdocio .

El gran “milagro” no es la curación física (aunque ella aparece al final, como consecuencia), ni el cumplimiento de unas obras rituales. El milagro es la fe que transforma (la de los camilleros), con el perdón que ella implica (proclamado por Jesús), y con la curación, que es la consecuencia: Allí donde el paralítico acoge la fe de los camilleros y acepta el perdón de Jesús puede ser curado. La fe es lo primero (como vimos comentando el manifiesto de 1, 15), una fe que puede “convertir”, es decir, transformar a los hombres, una fe que perdona (supera los pecados) y que perdonando es capaz de curar (de hacer que los paralíticos anden), como seguiremos viendo.

Lo primero, por tanto, es la fe (de ellos, de los camilleros y del enfermo), una fe que supera el pecado (perdona), haciendo a los hombres capaces de vivir en plenitud, superando un tipo de parálisis que les impide caminar. Aquí llegamos al punto de conflicto fuerte de Jesús (de la iglesia de Marcos) con el tipo de judaísmo de los escribas, que controlan el poder religioso (perdón), pero no consiguen que los paralíticos caminen. Ésta es la novedad de Jesús, que se expresa en la fe curativa del enfermo, que escucha su palabra, que acoge su mandato, y que se pone en pie.

- Para que veáis que el Hijo del hombre… Es la primera vez que Marcos utiliza esa expresión (Hijo del hombre), que de ahora en adelante veremos con cierta frecuencia. Parece que ella se funda en la historia de Jesús, que se presentó a sí mismo como Hijo de Hombre (un ser humano), sin apelar a otros títulos o prerrogativas, para hacer lo que hacía y decir lo que decía. Así se presenta y actúa aquí, simplemente, como un ser humano “hijo de hombre”, con la autoridad de la Palabra de Dios frente a (sobre) escribas y sacerdotes. A lo largo del evangelio iremos viendo el desarrollo de ese título. Por ahora nos basta con saber que para ratificar el perdón de Dios, Jesús sólo apela a su condición de hijo de hombre, sin prerrogativas angélicas o sacerdotales.

− Tiene el poder de perdonar los pecados… Antes eran los oyentes de sinagoga de Cafarnaúm los que, al escucharle, decían que él enseña con poder (exousia) y no como los escribas, que se limitar a comentar cosas del libro (1, 22). Después era el leproso quien le decía ¡si quieres, “puedes” limpiarme! (1, 40). Ahora, a la vista del paralítico con amigos, Jesús mismo se atreve a decir, como hijo de hombre, que él tiene poder (exousia) para perdonar pecados… Ese poder (que Jesús comparte con aquellos que creen) es lo que importa, es el principio de transformación del judaísmo y de la humanidad.

−ijo al paralítico: Toma tu camilla y vete a casa… Este nueva palabra expande y ratifica la anterior (¡tus pecados quedan perdonados!). Marcos quiere mostrar de esa manera, con la palabra y gesto de Jesús, que la fe y el perdón capacitan al paralitico para caminar, haciendo así posible el surgimiento de una humanidad no sólo reconciliada (perdonada), sino abierta a la vida (es decir, a la capacidad de caminar), sin necesidad de “camillas” religiosas o sociales. Bajo un tipo de ley sacral, el hombre está “postrado” en un lecho (krabatton), como un tullido, al que otros llevan y dirigen. Pues bien, Jesús le dice que tome su camilla y que camine; que no le tengan que llevar, como a un impedido, sino que él tome su camilla y ande, que vaya a su casa, para ser allí persona, en su contexto familiar y social.

Jesús envía al paralítico a su casa, no a los sacerdotes del templo, como en el caso anterior había enviado al leproso (1, 39-45) cuya lección ha comprendido. Éste es un Jesús que ha roto ya con la institución sacerdotal del perdón y por eso, ya no manda al paralítico curado al lugar santo de los sacerdotes, ni a la escuela doctrinal de las sinagogas donde siguen razonando los escribas, sino que le devuelve “a su casa”, esto es, al espacio de la vida cotidiana, que aparece desde ahora como campo donde viene a expandirse y se refleja el perdón ya recibido. La fe activa de los camilleros, que se hace palabra en el mandato de Jesús (¡toma tu camilla!), transforma internamente al tullido que se pone a caminar.

2, 12. Conclusión...
El paralítico se puso en pie, tomo en seguida la camilla y salió...

El sujeto de la frase ya no es Jesús, sino el paralítico que le obedece, de manera que se levanta y va a su casa, con la camilla a cuestas, a la vista de todos. Él milagro es, por tanto, la acción del mismo paralítico, que se pone en pie y camina. Jesús no ha hecho con él ningún trabajo externo, ni siquiera le ha levantado, de forma que (aunque fuera sábado no puede acusarle de nada). Los únicos que han “trabajado” externamente han sido primero los camilleros (que le han traído y le han descolgado) y luego el mismo enfermo, que se ha levantado, ha tomado la camilla y se ha marchado a su caso. Esta decisión y acción del enfermo, que se atreve a creer en Jesús y a ponerse en pie es el auténtico milagro.

Desde aquí se entiende la reacción de los asistentes que se admiran, diciendo ¡nunca hemos visto nada igual! De un modo lógico, en este momento, tas ver lo que han visto, los escribas callan (reaparecerán en 3, 22 acusando a Jesús de estar poseído por Satán). Ellos no dicen nada, pero Marcos recoge la respuesta de la gente, admirada ante el perdón transformador de Jesús, en una casa de Galilea, convertida en alternativa del templo de Jerusalén. Lo que no puede hacerse en el templo, se hace y se vive aquí, en una casa, en Cafarnaúm. Al recoger este relato, Marcos demuestra una confianza plena en el camino y poder de la iglesia de Jesús, porque los adversarios podrían invertir el argumento: Para que veías que no hay perdón en la iglesia: ¡mirad sus paralíticos!

Si Marcos se atreve a seguir manteniendo esta narración y si pone en su centro la palabra de Jesús (¡para que veáis que el Hijo del hombre tiene el poder de perdonar pecados…!) es porque confía que ella puede no sólo repetirse verbalmente, sino cumplirse en su comunidad, que es lugar de fe y perdón activo, una fe que hace posible que los paralíticos “andan”. Este relato sobre la fe-perdón que cura sólo se puede recibir y repetir allí donde se expresa y expande una fe activa como ésta, (la fe de Pablo y de la tradición cristiana), que no sólo perdona, sino que pone en pie y transforma la vida de los creyentes .

Ampliación.

Así se distingue el perdón de la iglesia y un tipo de religión de escribas.


(a) El perdón de la iglesia no es sacrificial: se funda en la fe de los amigos del enfermo (2, 5), ratificada por Jesús. Es perdón mesiánico, vinculado al Hijo del humano (2, 10) que entrega para ello (por ello) su propia vida, como indicará 8, 27-38. Es perdón que se expande en forma de "milagro" (el paralítico camina).

(b) El sistema de los escribas era incapaz de curar al enfermo. Por el contrario, el perdón del Hijo del humano lo hacer. Con el poder que Dios le ha dado, Jesús devuelve a la comunidad de los creyentes su don y riqueza más grande, el poder de perdonar y caminar como liberados. Aquí se ha iniciado la serie de controversias mayores de Jesús con el judaísmo.

Esta curación del paralítico, vinculada al perdón, es un signo mesiánico fundamental de Jesús (y de la iglesia). Por eso, dentro de Marcos, resulta ya imposible separar milagro y perdón, como si fueran realidades o gestos unidos desde fuera; cf. M. Trautmann, Zeichenhafte Handlungen Jesu (FB 37), Würzburg 1980, 234-258. La tradición joanea ha presentado el amor mutuo como prueba mesiánica; pues bien, para Marcos, la prueba del poder/perdón cristiano es que los humanos puedan caminar (que los paralíticos tomen la camilla y anden). Sobre el Hijo del humano en Marcos: cf. Kingsbury, Christology 157-176; Conflicto 85-89; M. D. Hooker, The Son of Man in Mark, SPCK, London 1967; B. Lindars, Jesus Son of Man, SCM, London 1983, 101-114.

Este pasaje (2,1-12) se sitúa en la línea de los anteriores. La enferma de 1, 29-31, el leproso de 1, 39-45 y este paralítico, perdonados y curados, quedan sustraídos de la vigilancia y cuidado de sacerdotes y escribas, de manera que rompen un tipo de vínculos religiosos que les mantenían atados a la institución, y pueden vivir ya la nueva libertad mesiánica de Jesús, que les abre directamente a Dios y a los demás humanos. Sacerdotes y escribas parecían actuar a modo de controladores sagrados, tanto en plano de pureza social como de perdón religioso (que van siempre unidos). Jesús, en cambio, desde el mismo fondo de lo humano, responde a la petición de los leprosos y a la fe de los camilleros, con una palabra de perdón que transforma a los antiguos paralíticos.

La estructura de los escribas había ido extendiendo sus anillos de cohesión sacral sobre los hombres y mujeres, pero no podía curar a enfermos, leprosos y paralíticos. Y así los mantenía de algún modo sometidos dentro del sistema. Pues bien, Jesús ha roto ese sistema, poniéndose al servicio de los más necesitados, que le piden ayuda y le buscan. Por eso, en su proyecto mesiánico, al lado de la suegra de Simón, como primeros liberados para el reino, hallarnos al leproso y al paralítico. Ellos forman la avanzadilla de eso que, con un término que no aparece en Marcos podríamos llamar el camino de la Iglesia. El leproso ha empezado a predicar entre los vecinos, el paralítico ha vuelto a casa con su camilla. Ambos llevan en su carne (en su vida entera) la marca de Jesús, Hijo de hombre que ofrece perdón y nueva comunión de Dios sobre la tierra .

Una religión de sacerdotes y escribas (y una Ley cerrada en sí misma) mantiene la coherencia comunitaria como disciplina sobre el pecado. Por un lado pone de relieve el pecado de la gente; por otro se arroga el poder de perdonar, propio de algunos miembros del “clero” sacerdotal o legal. De esa forma, asumiendo el poder de marcar lo que es pecado (de señalar y separar a los pecadores) y de perdonar después con sus ritos y poderes, los gerentes de esa religión se convierten en una máquina de superioridad y dominio sobre los demás. En contra de eso, el grupo cristiano se funda en el principio de la solidaridad (camilleros), abierta a un perdón humano (no sacral), ratificado por Jesús. Es como si de pronto perdiera su sentido la vieja institución sacrificial del templo, ideada para perdonar pecados. Jesús no necesita sacerdotes ni escribas; le basta la fe y solidaridad de los camilleros que representan y realizan algo más hondo que todo el poder de los escribas, más que el templo de Jerusalén, más que el Día de la gran Expiación o Yom Kippur. Ellos son principio de perdón e iglesia para este paralítico .

Los romanos tenían el poder político, los griegos el científico; los sacerdotes y escribas judíos del entorno de Jesús se sentían “poderosos” porque se creían dueños del poder sobre el pecado y el perdón. Ciertamente, eran personas de gran capacidad, de fondo bueno, pero corrían el riesgo de construir un mundo de opresión, con los paralíticos atados a su camilla. Pues bien, a diferencia de ellos, los cristianos saben que hay pecado, pero no quieren dominar el mundo a través del control sobre el pecado, sino actuar como transmisores de un perdón que se funda en la fe y se expande en la forma de andar. Desde esa perspectiva debería valorarse la situación actual de las iglesias cristianas. Son muchos los que piensan (pensamos) que el perdón de algunos estamentos eclesiales se parece más al perdón que ofrecían los escribas que al perdón de Jesús y sus amigos camilleros…

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