El evangelio de San Marcos en el capítulo 4 recoge el milagro de Jesús que calma la tempestad del lago y salva a de los discípulos. Ellos han constatado entre la oscuridad de la noche y las fuertes ráfagas de viento como su vida corre peligro, y les resulta difícil comprender como en medio de su angustia Jesús parece tranquilo durmiendo entre unos almohadones en la popa de la barca.
Muchos no vivimos cerca del mar ni de un lago, ni nuestra vida está relacionada directamente con las dificultades que la vida marinera genera. Pero aun los que no vivimos cerca del mar o de un lago, sabemos qué es una tempestad y muchos hemos podido sentir el pánico que genera hallarse en una situación de catástrofe cuyas consecuencias desconocemos.
Las catástrofes naturales no agotan todas las tempestades. A lo largo de la vida todos hemos vivido etapas o épocas de tempestad. Las dificultades que se generan a nuestro alrededor o las que nosotros mismos generamos desembocan a veces en tempestades que no sabemos o no podemos calmar. La enfermedad propia o de los seres queridos, los contratiempos que afectan la vida de tantos, la incapacidad o la imposibilidad para proseguir el camino iniciado, suelen desembocar en zozobras que amenazan la débil barca de cada uno.
Jesús como en el lago calma de nuestras tempestades, la súplica, la seguridad de que en Él hallamos la salvación devuelven la paz al corazón y al alma. El camino de la fe, la confianza puesta en Dios nos podrá hacer crecer de nuevo la serenidad y el sosiego que permitan continuar nuestra travesía, que es nuestra propia vida y nos irá conduciendo hasta alcanzar el puerto de salvación.
Texto: Hna. Carmen Solé.
Publicado por Mi Vocación
Muchos no vivimos cerca del mar ni de un lago, ni nuestra vida está relacionada directamente con las dificultades que la vida marinera genera. Pero aun los que no vivimos cerca del mar o de un lago, sabemos qué es una tempestad y muchos hemos podido sentir el pánico que genera hallarse en una situación de catástrofe cuyas consecuencias desconocemos.
Las catástrofes naturales no agotan todas las tempestades. A lo largo de la vida todos hemos vivido etapas o épocas de tempestad. Las dificultades que se generan a nuestro alrededor o las que nosotros mismos generamos desembocan a veces en tempestades que no sabemos o no podemos calmar. La enfermedad propia o de los seres queridos, los contratiempos que afectan la vida de tantos, la incapacidad o la imposibilidad para proseguir el camino iniciado, suelen desembocar en zozobras que amenazan la débil barca de cada uno.
Jesús como en el lago calma de nuestras tempestades, la súplica, la seguridad de que en Él hallamos la salvación devuelven la paz al corazón y al alma. El camino de la fe, la confianza puesta en Dios nos podrá hacer crecer de nuevo la serenidad y el sosiego que permitan continuar nuestra travesía, que es nuestra propia vida y nos irá conduciendo hasta alcanzar el puerto de salvación.
Texto: Hna. Carmen Solé.
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