Abrimos un nuevo mes a la vez que abrimos la Semana Santa en la que vamos a asistir a la escuela de la entrega absoluta. A ejemplo de Jesús, tenemos que descubrir que la verdadera felicidad está en darse con sinceridad para intentar que los demás también lo sean.
Me entrego, me doy, me regalo, me comprometo…; cuatro verbos que no pueden conjugarse a la ligera pues llevan consigo el ponernos en movimiento frente a la tentación de dedicarnos a lo que nos interesa o lo que nos supone el mínimo esfuerzo extraordinario.
Pero nuestra actitud, si de verdad queremos ser plenamente felices, tiene que ser otra. Tenemos que demostrar a diario que estamos ahí para lo que necesiten siendo capaces de complicarnos la vida por lograr la máxima felicidad de aquellos que nos necesitan para hallarla. Somos parte del horizonte de los otros por lo que huir sería un ejercicio cobarde y egoísta.
Por otra parte, si queremos entregarnos, tenemos que tener algo por lo que luchar dejando a un lado los ideales raquíticos para salir del paso. ¿Por qué no aspirar a mucho? ¿Por qué no creer que es posible trabajar por la justicia, por la igualdad, por por la verdad?
La entrega se concreta en opciones diarias, en compromisos pequeños o grandes, pero siempre auténticos, en pasos que conducen a algún sitio aunque la meta esté lejos. Como dice Yevgeni Yevtushenko:
Para mí, ser yo mismo no es bastante,
¡Dejadme ser todo el mundo!
Estaré en miles de ejemplares hasta mi último día
para que la tierra vibre conmigo
y las computadoras enloquezcan
procesando mi censo universal.
Quisiera combatir en todas tus barricadas, humanidad,
y morir cada noche
como una luna exhausta,
y amanecer cada día
como sol recién nacido
con una suave mancha inmortal
en la cabeza.
Y cuando muera,
un François Villon siberiano,
que no descanse mi cuerpo
ni en la tierra francesa,
ni italiana,
sino en la tierra rusa, amarga,
en al colina verde,
donde por vez primera
me sentí todo el mundo.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Me entrego, me doy, me regalo, me comprometo…; cuatro verbos que no pueden conjugarse a la ligera pues llevan consigo el ponernos en movimiento frente a la tentación de dedicarnos a lo que nos interesa o lo que nos supone el mínimo esfuerzo extraordinario.
Pero nuestra actitud, si de verdad queremos ser plenamente felices, tiene que ser otra. Tenemos que demostrar a diario que estamos ahí para lo que necesiten siendo capaces de complicarnos la vida por lograr la máxima felicidad de aquellos que nos necesitan para hallarla. Somos parte del horizonte de los otros por lo que huir sería un ejercicio cobarde y egoísta.
Por otra parte, si queremos entregarnos, tenemos que tener algo por lo que luchar dejando a un lado los ideales raquíticos para salir del paso. ¿Por qué no aspirar a mucho? ¿Por qué no creer que es posible trabajar por la justicia, por la igualdad, por por la verdad?
La entrega se concreta en opciones diarias, en compromisos pequeños o grandes, pero siempre auténticos, en pasos que conducen a algún sitio aunque la meta esté lejos. Como dice Yevgeni Yevtushenko:
Para mí, ser yo mismo no es bastante,
¡Dejadme ser todo el mundo!
Estaré en miles de ejemplares hasta mi último día
para que la tierra vibre conmigo
y las computadoras enloquezcan
procesando mi censo universal.
Quisiera combatir en todas tus barricadas, humanidad,
y morir cada noche
como una luna exhausta,
y amanecer cada día
como sol recién nacido
con una suave mancha inmortal
en la cabeza.
Y cuando muera,
un François Villon siberiano,
que no descanse mi cuerpo
ni en la tierra francesa,
ni italiana,
sino en la tierra rusa, amarga,
en al colina verde,
donde por vez primera
me sentí todo el mundo.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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