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sábado, 7 de abril de 2012

Contemplaciones del Evangelio: La resurrección anunciada en un lenguaje sin valor cultural



Contemplamos a las Discípulas…
Siempre tomo alguna frase de contemplaciones anteriores, pero esta de hace seis años me gusta entera. El recorte que hice entonces del fresco de Fra Angelico pinta de manera única a las tres amigas entrando al sepulcro con los perfumes en las manos. No se ve al Ángel que les habla ni a Jesús que está encima y detrás, pero la paz de sus rostros y de sus manos lo dice todo.

Son María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé.

Son Tres Amigas en el Señor, que andan juntas de madrugada repasando de nuevo el viacrucis que anteayer recorrieron con su Maestro…

Este año las tomo un poco antes, porque si queremos saber lo que iban “repasando del Via Crucis”, Marcos nos lo dice en los versículos anteriores:
“Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de Joset se fijaban dónde era puesto” (Mc 15, 40-46).

Son, pues, Las que estaban mirando a distancia, lo más cerca que las dejaron estar.

Son Las que lo seguían y lo servían cuando estaba en Galilea y habían subido con Él a Jerusalen.

Son Las que se fijaban bien dónde era puesto el cadáver de Jesús.

Hoy, Sábado Santo, la invitación es a contemplar a las Discípulas en ese tiempo que se les hizo eterno, el tiempo del estar muerto de Jesús. Tiempo en el que ya intuían de manera práctica algo así como la resurrección.
Hace unos años las miraba como Las que llevan perfumes en sus manos. Y pensaba rápidamente que si bien les preocupaba la piedra del Sepulcro, el perfume traspasa las piedras. Pero hoy, al notar que habían ido a comprar los perfumes, esa cantidad inaudita que les pagó José de Arimatea y que era como para ungir el cadáver de un Rey, me golpeó con la conciencia de la certidumbre femenina de la muerte.

Siempre me impresiona en la Casa de la Bondad cómo son las mujeres las que saben qué hacer con los muertos. Los hombres nos quedamos medio sin saber que hacer, esperando instrucciones. Y las mujeres enseguida se ponen a lavarlos y a vestirlos.

Mientras los discípulos estaban en babia, sin saber qué hacer, las discípulas ya habían puesto en marcha los mecanismos ancestrales del entierro de los muertos. Y noto esta certidumbre práctica de las mujeres para con la muerte porque va pareja con la capacidad de ser prácticas también con la resurrección.
La mujer sabe qué hacer con un bebé recién parido y con un hombre recién muerto. Por eso sabe también qué hacer con un Resucitado. Y de ahí que el Señor les salga al encuentro primero a ellas, sus amigas, las que estuvieron lo más cerca que pudieron, hasta donde las dejaron; las que lo seguían y lo servían (para él tenían nombre propio, como le hará sentir a María Magdalena, aunque a los varones del grupo se les mezclaran y no las distinguieran a todas –eran una banda, según Lucas: María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás! que estaban con ellas-); las que se fijaron bien donde lo habían puesto; las que fueron de madrugada, con sus perfumes, a buscarlo.

Marcos nos dice que “se apoderó de ellas un estupor y un temblor y que no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”. Aunque luego se ve que luego se armaron de valor porque “María Magdalena fue comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. (Pero) Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron” (Mc 16, 10).

Lo que voy viendo, a medida que contemplo y escribo, es la gracia del modo especial como se comunica la noticia de la Resurrección. Nos detenemos a ver cómo elige el Señor dar la noticia ad intra de la comunidad (y del corazón de cada uno).
En primer lugar, hay que notar quiénes son las elegidas para “recibir y comunicar” la buena nueva de que Jesús ha resucitado.
En una sociedad como la nuestra, en la que cualquiera dice cualquier cosa, puede pasar desapercibido como algo sin importancia el hecho de que que las discípulas sean “sujeto” del anuncio, de que sean las portadoras del mensaje.

Conviene salir de nuestra cultura y entrar un momento en la de Israel en tiempos de Jesús: “las mujeres no podían hablar a los hombres en público, ni siquiera a sus propios padres, maridos o hijos. No podían leer la ley por ellas mismas, de hecho ni tan sólo podían tocar el libro de la ley. Las mujeres tampoco podían enseñar las cosas de Dios a sus propios hijos. Una mujer no podía ser testigo en una corte legal, su testimonio carecía de todo valor. Ningún rabí de Israel hubiera nunca admitido a una mujer entre sus discípulos ni mucho menos la hubiera enseñado a solas”.

Estas pocas frases bastan para imaginar el ánimo con que las mujeres reciben la misión de anunciar la resurrección y el ánimo con que los discípulos las reciben a ellas. A pesar de que Jesús había creado una comunidad con relaciones mucho más igualitarias entre varones y mujeres, el anuncio de la resurrección da vuelta todo lo cultural en una cultura de roles fortísimamente delimitados.

Pienso que esta subversión cultural para comunicar la noticia tiene una semilla de vida real que trasciende toda superestructura cultural.
El anuncio de la resurrección tiene como testigas y portadoras a mujeres reales, capaces de poner sobre la mesa la realidad de la resurrección, por lo mismo que son capaces de hacerlo con la vida que empieza y con la vida que termina. Esto queda como algo universal –católico-: donde hay mujeres trabajando por la vida hay que escuchar y creer.

El dato es la ruptura cultural en el modo de comunicar la noticia de la resurrección.

Creo que es equivalente a la dimensión misma del acontecimiento de la resurrección.

Que pueda ser creíble que Jesús ha resucitado realmente es para los discípulos tan difícil de creer como que el anuncio se los hay querido hacer llegar a través de las mujeres.

Para nosotros, el equivalente cultural sería que Jesús nos quiera hacer llegar el anuncio de su resurrección sin que salga nada (pero nada de nada) en facebook ni en twitter ni en radio 10 ni en canal once ni en la nación ni en clarín. Sin que tengan nada que opinar ni el vocero presidencial ni chavez ni obama ni tinelli ni chiche, ni elizabetha piqué…

¿Puede ser que la noticia creible –esa que nos llena el corazón de fe y alegría- esté siendo anunciada en esta Pascua y que la clave esté en escuchar bien a quienes –muy en segundo plano – la están comunicando?
Porque el Señor no quiso que su resurrección quedara grabada en un video o como un hecho científico sino que fuera algo que se le salía por los ojos a las que anunciaban que lo habían visto y que ese deslumbramiento se transmitiera boca a boca y de corazón a corazón.

¿Estás esperando que te anuncien la resurrección por la tele?

Vas mal, porque sólo vas a escuchar silencios pesados, ligeras ironías sobre la iglesia, comentarios de frases sueltas del papa o de Bergoglio, cifras del via crucis y denuncias de escándalos vaticanos.

La noticia de la resurrección viene por otros caminos. Yo encontré uno releyendo los mensajes de la mamá de Lucas, que seguí conmovido durante los días de su búsqueda, de su entierro y de la lucha posterior por “despertar conciencia” a la que convoca.
Al releer las frases encontré más de lo que esperaba.
En los tres días en los que todavía tenía esperanza de encontrar con vida a Lucas, su madre declaraba que “hasta que Lucas no aparezca no van a descansar, que piensa que él los está esperando en algún lugar, que la situación desbordó su capacidad de respuesta”.
Y creo que esa frase sigue siendo válida hoy, a más de un mes de la muerte, y lo será para siempre en un corazón de madre (por eso le toca a la madre recibir el anuncio de la resurrección, porque ha creído en ella desde siempre, desde el momento en que dio vida a su hijo). Para una madre, la muerte de su hijo es solo una situación que desbordó su capacidad de respuesta. Pero él debe estar esperándolos en algún lugar.

Apenas se enteraron de su muerte, en la carta tan conmovedora y oportuna que nos regalaron, decía: “se nos fue Lucas… No alcanzó toda la fuerza que tuvimos, apoyados desde muchos lugares, para buscarlo y encontrarlo. Y vamos a despedirlo con una tristeza infinita, pero bañada por la luz que nos deja. Pasamos los días más difíciles de nuestra vida, y nos espera la soledad de no encontrar nunca más su sonrisa, esa que salía fácil, cercana, adorable.”.
La muerte es esas dos frases: “se nos fue” y “no alcanzó”. Pero no alcanza a borrar la luz de la sonrisa adorable.

Cuando se cumplió el mes de la Tragedia y se hicieron los dos minutos de bocinazos, la madre de Lucas agradeció (entre otros a las hermanas del Sur que le ofrecieron hacer sonar las campanas de todas las iglesias) y dijo que el ruido era para “despertar conciencia” porque que la muerte de su hijo era (no “tenía que ser” sino que era) “un punto de inflexión” para los que creen que podemos construir un país mejor.

Este es un lenguaje de resurrección. Un lenguaje que habla de vida luego de haber pasado por la muerte. Por eso es un lenguaje verdadero. El único verdadero. Al menos yo busco y escucho atentamente a los que hablan este lenguaje. Es el único que me interesa escuchar y tratar de hablar. No me interesan los lenguajes sólo de muerte o sólo de vida. Me interesa hablar, como dice Pablo, de Jesús crucificado y resucitado.

Es un lenguaje personal y sin embargo es el más social.
La mamá de Lucas lo expresaba diciendo: “considero que sin duda mi postura es ‘busco justicia por y para mi hijo’ pero sin duda se que eso va a redundar en beneficios para el resto de las personas, todas, aún aquellas a las que yo hoy no conozco, por eso entiendo que mucha gente que se vaya sumando porque afortunadamente en nuestro país tenemos mucha gente, muchas personas que aún creen que podemos vivir y tener un país mejor”.

Este lenguaje es “El Signo” del resucitado. Fue así desde el comienzo. El Señor no quiso presentarse ni hacerse ver directamente sino primero a través de estas testigos suyas y de su lenguaje “sin valor cultural”.

Esta humildad del Evangelio, si uno abre el oído, resuena como un grito clamoroso de alegría en medio del dolor, como una madre que pide que suenen las bocinas y (para los que no tenemos auto, decía con humilde ironía), los timbres, las cacerolas y las campanas por una muerte de un hijo que tiene que ser punto de inflexión en nuestra vida.

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