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sábado, 21 de abril de 2012

III Domingo de Pascua (Lc 24,35-48) - Ciclo B: Abrirnos la inteligencia



“Y les dijo: “Esto es lo que os decía mientras estaban con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse”. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. (Lc 24,35-48)

No es fácil abrir las puertas de casa a los extraños.
Tampoco es fácil abrir las puertas de la inteligencia a lo que nos dicen los demás.
Tenemos la manía de no creer a nadie.
Se ha puesto de moda eso de “no te fíes de nadie”.
Tenemos grandes resistencias a abrirnos a la verdad que nos viene de los otros.
Nos creemos los únicos dueños de la verdad.
Como si solo nosotros pensásemos.
Sobre todo nos cuesta abrir nuestra inteligencia a la Palabra de Dios.
Leemos las Escrituras, pero seguimos con nuestros criterios.
Leemos las Escrituras, pero seguimos pensando lo mismo.
Leemos las Escrituras, pero seguimos aferrados a nuestras ideas.

Los discípulos no eran una excepción.
Oían a Jesús, pero si no coincidía con sus criterios, callaban, pero seguían en lo suyo.
Pedro se negó a aceptar que Jesús tuviese que morir crucificado.
Pedro se negó a que le lavasen los pies.
Tres años de escuela, pero no lograron aprobar.
Por eso no entendieron las últimas horas de Jesús.
Y por eso cayeron en el desconcierto total.
Pasaron al silencio.
Vivieron escondidos.
Así no entendieron ni la muerte, ni lograban entender la resurrección.

Uno de los quehaceres primeros de Jesús resucitado fue “abrirles la inteligencia” que la tenían cerrada.
Conocían las Escrituras, pero no las entendían.
Por eso no entendían tampoco a Jesús.

Se parecían a nosotros o nosotros nos parecemos a ellos.
Necesitamos que alguien nos abra la cabeza.
Que alguien nos abra la inteligencia.
Que alguien nos haga comprender la Palabra de Dios.

Y esto nos sucede también en nuestra vida diaria.
Yo tengo mis ideas y estas son las únicas.
Yo tengo mi modo de ver las cosas, los demás no entienden nada.
Yo lo sé todo y a mí nadie me tiene que enseñar nada.

¿Se lo preguntamos a los esposos?
Tienen graves problemas para entenderse.
Pero no aceptan que un traductor que les ayude a entenderse.
¿Vamos a consultar con el psicólogo?
¿Y qué me va a decir a mí el psicólogo?
¿Vamos entonces a un sacerdote?
¿Qué sabe un sacerdote de estas cosas?
¿Vamos a un consejero matrimonial?
¿Y qué saben ellos que no sepa yo?

Todos somos unos tremendos sabios.
Lo sabemos todo.
Los demás saben menos que nosotros.
Los demás no tienen nada que decirnos.
Como somos unos sabiondos aunque no sepamos nada.
No escuchamos a nadie, solo los oímos.
No hacemos caso a nadie, solo les aguantamos.
No hacemos caso a la Iglesia, está anticuada.

Jesús entre los regalos de Pascua nos “abre la inteligencia”:
para que entendamos lo que Dios nos habla,
para que entendamos lo que el Espíritu dice a nuestro corazón,
para que entendamos lo que nos dice la Iglesia.
Es que sin esta inteligencia no podemos comprender nada.
Nos quedamos con nuestras pobres ideas, que, con frecuencia no llegan a ideas sino a intereses y comodidades para no tener que cambiar.
Dios será algo importante cuando entendamos lo que quiere revelarnos.
Dios será algo importante cuando entendamos que sin él no vamos a ninguna parte.
Dios será algo importante cuando entendamos que él es quien nos revela su misterio y también el nuestro. “Señor, ábrenos la inteligencia”.


Clemente Sobrado C. P.

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