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domingo, 6 de mayo de 2012

Domingo V de Pascua ¿Y si quitamos el sol?



Con el ansia de ganar turistas, en un pequeño pueblo decidieron intentar vivir sin sol. Una vez construida la infraestructura y colocada la iluminación artificial, llegaron algunos curiosos y, aunque el pueblo era original, la luz artificial se hacía insoportable para los habitantes pues era demasiado monótona, los colores siempre eran los mismos, le faltaba frescura y espontaneidad. Por no hablar de la tristeza de las plantas… No pasaron muchos meses para que surgiesen los primeros problemas de convivencia y tuvieron que desistir de su proyecto turístico. La luz del sol era necesaria.

Algo semejante podíamos decir que le sucede a todo sarmiento que pretende vivir independiente de la vid. El evangelio nos presenta esta situación. Nos encontramos en los discursos de despedida de Jesús. Él se presenta como la vid verdadera y el Padre es el labrador que se encarga del cultivo y mantenimiento de la viña para conseguir que dé más fruto. Nosotros somos los sarmientos injertados en Jesús, nuestro hermano solidario. La poda necesaria aparece como camino hacia el fruto y la alegría. Pero una es la alegría de recibir un racimo de uvas, y otra muy distinta desprenderse de él y regalarlo después de producir, cargar y alimentar día a día ese racimo hasta que madura. Una es la alegría de la posesión de aquello que nosotros nos hemos ganado con nuestro sudor y que nos hace sentirnos orgullosos, y otra muy distinta la que crece en el hueco del desprendimiento y de la pérdida.

A la luz del evangelio, nuestra primera tarea hoy y siempre es “permanecer” en la vid, no vivir desconectados de Jesús, no quedarnos sin savia, no secarnos más. Toda la vitalidad de los cristianos nace de Él. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida, nos aporta alegría, luz, creatividad, coraje para vivir como vivía Él. Si, por el contrario, no fluye en nosotros, somos sarmientos secos. Ojo que permanecer no significa sentarse y no moverse sino estar abierto al flujo de savia para que nuestros racimos puedan alegrar a los más posibles.

¿Cómo se hace esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzarnos para que sus palabras permanezcan en nosotros. La vida cristiana no brota espontáneamente entre nosotros. Sino que requiere también un esfuerzo de asimilación personal hasta que hagamos nuestro el evangelio, no por lo que digan unos u otros sino por lo que personalmente vamos concluyendo. Sólo la familiaridad y afinidad con los evangelios nos hace ir aprendiendo poco a poco a vivir como Él.

La meditación personal de las palabras de Jesús nos cambia más que todas las explicaciones, discursos y exhortaciones que nos llegan del exterior. Las personas cambiamos desde dentro. Tal vez, éste sea uno de los problemas más graves de nuestra religión: no cambiamos, porque sólo lo que pasa por nuestro corazón cambia nuestra vida; y, con frecuencia, por nuestro corazón no pasa la savia de Jesús. Éste es unos de los problemas a los que asistimos hoy: una Iglesia que celebra a Jesús resucitado como «vid» llena de vida, pero en la que parece haber bastantes sarmientos muertos, carentes de experiencia de Dios, atados al ritual y al cumplimiento. Y no hablo de extraterrestres.

Sin sol no se puede vivir. Sin la savia que es novedad, que es energía, que es impulso, que es compromiso, que es fuerza que nos va poniendo en sintonía con Jesús, que nos contagia su amor al mundo, que nos va apasionando con su proyecto, tampoco podemos dar el fruto esperado ni contribuir en plenitud a la tarea de construir un mundo más feliz y más humano.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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