«El mensaje que podemos llevarnos es el de luchar por evitar los monopolios y los exclusivismos. Lo importante no es la etiqueta sino el contenido de las acciones; lo importante no es quién lo hace si no qué se hace y cómo se hace».
Basta que demos un paseo por las calles de una gran ciudad para que caigamos en la cuenta de la variedad de indumentarias con las cada grupo o tribu urbana se identifica. Gestos, señales, responden a un argot especial, difícil de entender en muchos casos si no se está dentro del contexto.
¿Los cristianos somos una tribu urbana? Quizá esta pregunta pueda escandalizar a alguien pero no es mi intención caer en el chiste fácil. En el evangelio de hoy, Juan advierte a Jesús de la existencia de exorcistas que no pertenecen a su grupo. En su respuesta, Jesús rompe las barreras de la exclusividad y universaliza la caridad. Da igual quien sea, a qué grupo pertenezca, cuál sea su religión, su equipo favorito o el saldo de su cuenta corriente. Como seres humanos todos estamos llamados a construir un mundo cada vez más habitable, con lo que en esta tarea las etiquetas sólo sirven, si acaso, para buscar medallas y reconocimientos que poco tienen que ver con las discreción y humildad que Jesús quería para sus discípulos. Jesús y su mensaje no son monopolio ni propiedad de nadie, sea quien sea.
Para nuestra vida el mensaje que podemos llevarnos es el de luchar por evitar los monopolios y los exclusivismos. Lo importante no es la etiqueta sino el contenido de las acciones; lo importante no es quién lo hace si no qué se hace y cómo se hace. Las grandes religiones no nos hemos llevado bien a lo largo de la historia porque en no pocas ocasiones hemos estado más empeñados en buscar lo que nos separa que lo que nos une. Desde luego que no vamos a pintarlo todo del mismo color y vamos a decir que aquí las cosas sólo pueden ser de una manera, pero hemos de considerar más lo que nos une que lo que nos separa, y desde luego que la caridad y la liberación del sufrimiento han de estar en el centro de cualquier religión.
Los párrafos finales del evangelio contienen una serie de sentencias que no deben entenderse al pie de la letra. Se trata de advertir con ese lenguaje exagerado, que lo importante es el seguimiento y que el resto de cosas son relativas. La mano, el pie, el ojo, son los instrumentos indispensables para la acción humana. Con lo cual, todos los órganos vitales, o lo que es lo mismo, toda la persona, tiene que estar al servicio de lo fundamental: el bien de los seres humanos y su felicidad.
En el mundo de la diferencia, de la variedad hoy encontramos casi una llamada a lo contrario. Nuestra forma de relacionarnos con Dios nos distingue de otras religiones pero no podemos buscar la diferencia en el servicio al prójimo ni en el ejercicio de la caridad. Seguir a Jesús es comprometerse con la humanización del mundo y la liberación del sufrimiento.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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