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domingo, 9 de septiembre de 2012

EL SACRAMENTO DE LA APERTURA


Por Diego Fares sj

¡Es hermosísimo el pasaje de Marcos: la curación del sordo balbuciente!
Y brilla más toda la liturgia del Effeta que celebra Jesús (y que repetimos con los dos pequeños gestos de tocar con el dedo la orejita y la lengua de los bebés que se bautizan diciendo: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te permita muy pronto, escuchar la Palabra y profesar la fe para gloria y alabanza de Dios Padre), si caemos en la cuenta de que ese sordo balbuciente es imagen del hombre –de cada persona- en el mundo actual.
Me imagino como si yo mismo en primer lugar y cada uno de nosotros, inmersos en las discusiones de sordos de la sociedad moderna, fuera siendo tomado aparte por Jesús, lejos de las multitudes, y el Señor metiera sus dedos en mis orejas y me agarrara firmemente la lengua y la tocara con su saliva y luego suspirando y levantando sus ojos al Padre me dijera “Abrite” y al instante se me abriera el oído para escuchar su Palabra y encontrara el lenguaje que andan necesitando mis hermanos y que muchas veces me desespera no encontrar. Es que el amor a la Palabra de Jesús y la convicción de que el evangelio tiene las palabras que pueden saciar la sed de todos están en mi corazón siempre en lucha, porque uno dice “no puede ser que teniendo una Palabra así –tan fuente de Agua Viva que salta hasta la vida eterna- no le llegue a tantos que se tragan otras palabras muertas y vacías. No puede ser que se impongan a la sociedad discursos que tienen apariencia de ser light y abiertos para todos y que en realidad esconden una violencia inusitada y envenenan y destruyen.
Cuando uno gusta la Palabra de verdad que sólo Jesús pronuncia, el lenguaje de medias mentiras resulta más violento que la violencia física. La violencia física puede matar el cuerpo y no te hace nada más. La violencia del lenguaje, la mentira, violentan la intimidad de nuestros pensamientos y nos hacen dañarnos a nosotros mismos, no sabiendo a veces cómo defendernos de criterios que se nos imponen con sus falacias y nos fuerzan a destruir con nuestras propias palabras estructuras de pensamiento que hasta hoy nos ayudaban a hacer el bien y en su reemplazo no nos dan nada, nos dejan en la calle. Bajo apariencia de libertad y mediante críticas sutiles a cosas que puede ser que estén revestidas con ropa fuera de moda, pero que nos mantenían en contacto con realidades buenas y verdaderas, hay discursos que nos llevan a dejar cosas santas como la reconciliación, la eucaristía, la limosna, la oración, por no hablar del valor de la familia, del no robar de ninguna manera, de respetar a las autoridades, de ser fieles a la verdad…

Por eso la necesidad imperiosa de apropiarnos, cada uno como pueda, de este “sacramento de la apertura” que instaura Jesús con sus manos, sus ojos, su suspiro y hasta su saliva.
Si la Eucaristía la instituyó partiendo el pan con las manos y si la confirmación soplando el Espíritu sobre los apóstoles, aquí vemos que están presentes todos los gestos juntos, como diciendo a nuestros oídos sordos: miren que para abrir el corazón tienen que recibir mi imposición de manos, mi suspiro y mi saliva. Miren que es necesaria la Trinidad Santísima obrando en simultáneo para abrir la mente y el corazón de un hombre.

Tanto trabajo que se tomó el Señor no puede pasar desapercibido. No fue una cura-ción de palabra ni con un solo gesto sino que desplegó todo un rito.

Podríamos sacar de aquí la primera lección que nos haga sentir algo así: si para co-mulgar hay que celebrar la Eucaristía, para escuchar y predicar la Palabra hay que celebrar el Effetá, la apertura. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo instituir este sacramento (signo eficaz de la gracia)?

Lo primero que se me ocurre es que, al menos en mi vida, la apertura tiene que ver con esto de dedicarle la mañana de los sábados a la contemplación y de invitar a otros a hacer lo propio.
Se trata de darle un tiempo específico a la Palabra, de tratar de escuchar lo que dice el Evangelio de cada domingo, sin muchos agregados. Simplemente eligiendo la palabra que más me gusta y comenzando a charlar con el Señor desde mi situación de la semana, desde lo que me pasó y desde el pulso que le siento a la vida.

Me gusta pensar que esta gracia (a la que le abrí el oído en el 2001) tiene un presupuesto: si no me considerara un sordo balbuciente no me presentaría ante el Señor cada semana para que me impusiera las manos y me abriera el oído y me permitiera soltar un poco la lengua.
Esto de “estar sordo” (o ensordecido), este convencimiento de que “si no obro mejor es porque no estoy escuchando bien a Jesús, es una gracia impresionante. La verdad es que es tan grande que no produce ni asomo de pudor compartirla. Por un lado porque es paradójico vivir como una gracia lo que es un defecto: que a uno Jesús le tenga que gritar “abrite” para que oiga. Y por otro lado porque lo decisivo viene después y consiste en si uno es fiel a lo que escucha (quizás por eso a veces uno se hace el sordo y como que no quiere escuchar).
Pero más fuerte que esto que dije es la reflexión de que la necesidad de una apertura especial de Jesús tiene como causa la magnitud de la Palabra misma. No es tanto que uno sea sordo sino que la Palabra es tan plena y la voz del Pastor tan hermosa que no hay apertura humana que la registre sino que se requiere una Apertura especial.
Lo que quiero decir es que por más oído absoluto que uno tenga, la música del Espíritu requiere unos audífonos especiales que pasan por los dedos de Jesús en nuestra oreja.
Así, ya en las puertas del año de la fe esta palabra “Abrite” es el preámbulo justo y necesario para inciarnos en este camino que nos propone el Papa Benedicto, cuya pasión por la Verdad es de todos conocida. Y este pasaje de Marcos puede ser la gran parábola para introducirnos al año de la fe: la liturgia, decía, que el Señor celebra para abrirle los oídos a este sordo y soltarle la lengua.
Sentirse sordo de esta Palabra tan especial (por haber sido en muchas ocasiones una de esas ovejas que escucharon su Voz y anhelarla tanto que todo lo demás es mudez) es la primera actitud a cultivar y la que lleva al primer rito: el de confrontarse con el Evangelio cada semana y dedicarle un tiempo de escucha atenta: de lectio, de meditación y de contemplación.

Otra manera de apropiarnos de esta liturgia puede consistir en imaginar cómo están presentes los gestos de Jesús en nuestra vida actual.

Abrirse
- Tengo una pesadilla espantosa Dr.
- Cuénteme amigo.
- Sueño que tengo una puerta delante con un cartel y empujo y empujo y no puedo abrirla y todas las mañanas me despierto agotado.
- Y qué dice el cartel?
- Tire.
El chiste puede servir para tratar de identificar dónde Jesús me está diciendo “abrite” y yo siento que no puedo. Quizás es que en vez de empujar tengo que abrir para aden-tro. O lo que es lo mismo, escuchar en vez de sentenciar, acoger al otro en vez de tratar que haga lo que yo le digo.
Muchas cerrazones vienen de hacer mal la fuerza: lo que se quiere abrir se cierra más.
Preguntar qué sentís en vez de responder rápido a lo que creí entender. Dejarte tiempo para que digas varias veces todo lo que te pasa antes de decirte lo mío…

Suspiritos
Cuando los chicos se confiesan, el suspirito es la señal de que ya está. Y cuando uno lo imita, se les suelta la sonrisa y es señal de que ya sintieron el perdón. El suspiro es una señal del Espíritu.

El maestro Fiorito tenía la gracia del bostezo. Te escuchaba atentamente sin decir na-da y de golpe se pegaba un bostezo maleducado que para el que conocía la clave era como la señal de que habías descargado lo que tenías que decir y de alguna manera misteriosa el Espíritu lo había resuelto. La charla terminaba con algún material para leer, pero afectivamente la señal del Espíritu había estado en el bostezo.

Hay abrazos paternos y maternales que provocan el suspiro de los hijos y uno siente que todo está bien.
Estar con el Evangelio “hasta que suspire” es otra clave. Una manera de expresar lo del “sentir y gustar” de San Ignacio. Cuando alguna palabra “suspira”, es señal de que la asimilamos: allí quedarse.

Del dedo en la oreja, el agarrar la lengua, la saliva y los ojos al cielo, no se me ocurre nada por ahora pero quedan picando. Ante quien te tapás los oídos, quién te cierra la boca, quien sentís que te escupe el asado y cuando aparece quién levantás los ojos al cielo… Por ahí, bajo forma contraria, cada uno puede meditar si al hacerlo con el pró-jimo no se lo estará haciendo a Jesús, y prueba, en vez de empujar, tirar, a ver si se abre.

Cerrar filas (Un pequeño excurso)
En el Hogar estamos atentos a los cambios de lenguaje en la gente que atendemos. De golpe aparecen planteos y reclamos de una justicia que en el momento nos des-conciertan…
El Jueves mientras se hacía la invitación al cine debate por los comedores una persona le reclamó a la coordinadora con muy malos modos diciendo algo así como:“y para qué hacen cine si queda gente afuera”. Cuando se le trató de explicar que no discriminábamos a nadie sino que como el espacio era limitado íbamos invitando hasta donde podíamos y dábamos prioridad a los que se habían quedado a otros debates…. , esta persona redobló su mal modo y siguió cuestionando: decía que a él no le importaba el cine pero que lo decía por los compañeros. Y hasta llegó a decir que la persona que le explicaba las cosas (con razones que para él se ve que como lo confrontaban las vivía como enojo) era el demonio el que la enojaba! Es muy significativo el hecho y sintomático de algo que se está desplegando potentemente en nuestra sociedad: demonizar al otro, gritar, no escuchar, enfrentar…
Hemos identificado que hay un nuevo discurso (en lo que hace a nuestro trabajo) que bajo el pretexto de defender los derechos de las personas en situación de calle avanza contra otros derechos, como el de hacer el bien a los que uno puede sin por eso estar obligados, como institución privada, a ayudar a todos. De golpe uno nota un lenguaje duro y nota a la vez que la persona que lo utiliza se muestra sorda a cualquier diálogo. Y hay que estar atentos y charlar mucho sobre cómo responder porque detrás de estos reclamos hay una ideología que busca ponernos en la vereda de enfrente de los pobres. Es la lógica del enemigo, que está de moda, y que provoca la tentación de confrontar. El reclamo de esta persona ante la invitación al cine-debate era responder allí: “y bueno, si no les gusta cómo hacemos las cosas, suspendemos el cine”. La tentación contraria al abrite es la de cerrar filas.
En medio de una discusión grupal puede que la cosa quede así planteada, entre pos-turas extremas antagónicas. Sin embargo, no todo es antagonismo en la sociedad. Después que pasó este primer turno de invitaciones y me contaron lo que había pasado, salí a la calle a ver cuántos se habían quedado a esperar por el cine y me conmovió ver la carita de tres o cuatro que estaban esperando en fila (el joven que nos había maltratado se había ido). Sentí que hay mucha gente que no habla, que no reclama, pero que con su presencia apoya las cosas que se hacen bien. Y que por ellos hay que trabajar. Y que vale la pena encontrar ese lenguaje común que exprese esta adhesión silenciosa de la mayoría al bien.
Hay más gente de la que uno cree que ha sido curada de su sordera y que habla correctamente. Sólo hay que darles espacio para que se expresen y lugares de participación.

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