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domingo, 24 de febrero de 2013

Transfiguración de la Iglesia, Cónclave en el Monte

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo 2 cuaresma, Ciclo C. Lc 9, 28-36. En este tiempo de Cuaresma de la Iglesia, tras la renuncia de Benedicto XVI y en espera del Cónclave en la Capilla Sixtina, la liturgia nos sitúa ante la Transfiguración de Jesús, es decir, de la Iglesia, representada por Pedro y sus dos compañeros. En este contexto he querido evocar lo que podría ser un Cónclave en el Tabor, con los cardenales “amigos” de Jesús.
Jesús hizo un Pequeño Cónclave a Monte abierto, con tres compañeros, sobre el gran monte, cara a cara ante Dios y ante el camino mesiánico. Quiere que vean, escuchen y aprendan (con Moisés y Elías como maestros) para seguir recorriendo el camino mesiánico.
Les sube al monte y se transfigura (es decir: se desnuda), a fin de que ellos también se desnuden y vean lo que son, que escuchen (¡éste es mi Hijo, todos son mis Hijos!), para que puedan descender del monte y asumir la gran tarea de la transformación, transfiguración humana.


Introducción

Aquel Monte (Tabor) es un buen sitio, lugar alto de experiencia radical de Jesús, para ver los problemas de la humanidad, para sentirlos, para asumirlos y cambiar… Por el contrario, el bajo de la Capilla Sixtina me parece uno de los lugares menos apropiados del mundo para celebrar un Cónclave Papal, por arte (el Juicio de Miguel Ángel es bueno, pero no es el de Cristo), por historia (la Sixtina está ligada a una Iglesia triunfante que no es la de Cristo…)… por otras razones que iré desgranando en los días que siguen.

Me gustaría que el Cónclave fuera en el Monte de la Transfiguración de Jesús, a cielo abierto, no para elegir simplemente a un Papa, sino para retomar las claves (dones y exigencias) de Jesús y abrir así el camino de la Iglesia Quisiera que no fuera un cón-clave (¡palabra impropia: cerrados bajo llave!), sino un con-curso (de correr juntos) y un con-sejo de iluminación y amor, en el camino de Jesús.

Así quiero hacer un ejercicio de imaginación bíblica, retomando el texto del evangelio de este domingo, para aplicarla a la trans-figuración o, mejor dicho, a la trans-formación de la Iglesia, representada de algún modo en los cardenales del Cónclave.

Muchos amigos cristianos me dicen que no siga por este camino, que el con-clave sixtino del Papa, que se reunirá el mes próximo, tras la renuncia de Benedicto XVI, es sólo una representación vacía de poder papal, en uno de los escenarios más inconvenientes y con algunas de las personas más impresentables para representar el evangelio. Yo me resisto a pensarlo y creo que el cónclave papal puede aprender algo del consejo de Jesús con sus tres amigos-discípulos en el Tabor. Siga leyendo quien vea conveniente el tema.

Textos

Marcos 9, 2: Y seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, les subió a solas a un monte muy alto y fue transformado (metamorfosis) ante ellos. 3 Y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. 4 Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.

Lucas 9, 28b-30: (Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió)
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió (se transfiguró), sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo (camino de entrega), que iba a consumar en Jerusalén.

El evangelio de Lucas habla de trans-figuración (cambio de figura), pero Marcos y Mateo hablan de trans-formación (metamorfosis). En esa última línea quiero hablar de una metamorfosis de la Iglesia, en este momento de conclave, empezando por sus cardenales.

Hablar de la meta-morfosis de Jesús significa evocar el ansia de trans-formación de casi toda la humanidad, que puede estar representada en estos momentos en la Iglesia. Quiero evocar aquí algunos rasgos de una meta-morfosis, no que no ha de ser destrucción de la Iglesia, pero sí transformación radical.

Paso a paso con los textos:

1. Y seis días después… Posiblemente alude al Día de Dios (sábado o domingo), pasados seis días de la escena anterior en Marcos, la de Cesárea de Felipe, con la “confesión” de Pedro y la revelación de Jesús (el camino de dar la vida por el Reino). Ha pasado la semana de los días de la creación, llega el día séptimo de la meta-morfosis de la Iglesia.

Ha pasado el tiempo de equilibrios de poder, los seis días de esta iglesia “gregoriana y benita”, es la hora del cambio en la montaña. Si ella no se transfiura radicalmente, si no sube al Monte de Dios y se renueva corre el riesgo de acabar y morir. Hoy es tiempo bueno, el sexto día. Quizá el Cónclave ha llegado en el tiempo bueno…

2. Tomando a solas a Pedro, Santiago y Juan. Estos tres son signo de la Iglesia de Jesús, su grupo de intimidad. Ellos son el signo de una Iglesia que se reúne en Cónclave Papal. Podían ser las cosas de otra forma. Quizá debería elegirse el Papa de otra forma, pero ellos son (hoy por hoy) un signo importante de la Iglesia. Jesús se los quiere llevar al monte. Unos pocos, al servicio de todos: Para ejemplo de todos…

Está bien que suban, pero a un lugar descampado… no a la Capilla del Papa Sixto, en pleno Renacimiento artístico (no eclesial) entre los muros de Vaticano. Romper las llaves del con-clave, salir de los muros de arte-historia de la Sixtina (¡me han dicho que los del Museo Vaticano están llorando, pues cada día de conclave pierden cientos de miles y miles de euros!). Tendrán que ver los cardenales si son signo de toda la Iglesia (como Pedro, Santiago y Juan) y si son el resultado de intrigas de poder… Suban al monta de Jesús, en nombre de todos… para compartir la experiencia con todos.

3. Les subió a un monte muy alto… Es como si les hiciera “ascender” con él (con el verbo anapherei), a un monte (horos, sin artículo). Desde la perspectiva de Cesárea de Filipo tiene que ser el Hermón, el monte más alto de la gran cordillera, entre Galilea, Fenicia y Siria. Pero, desde la perspectiva de Galilea (donde parece que seguimos estando por lo que sigue en los evangelios), puede y debe tratarse, simbólicamente, del Monte Tabor, lugar de la gran batalla de Jueces 4, 1.

Jesús tiene que subir (hacer subir) a los cardenales a la gran montaña, para que vean las cosas de otra forma, y sean de otra forma... Que tomen distancia, que se alejen de sus problemas e intrigas inmediatas; que se sitúen ante el frío y el calor de Dios, a pleno campo, llevando con ellos los problemas del mundo, no para quedarse en el monte, sino para detenerse un momento, descubrir mejor el misterio, y ponerse al servicio de los pobres del mundo.

4. Y fue transfigurado ante ellos. La palabra clave del relato es metemorphôze (fue transfigurado o metamorfoseado, en pasivo divino) ante ellos. Se trata de un término que es casi técnico en griego (e incluso en latín) y que evoca las transfiguraciones o cambios de figura que asumen (padecen) los dioses y seres divinos, tomando diversas formas para presentarse y actuar, como sabe Ovidio (Las Metamorfosis), escrita el año 7 d.C.

Toda la realidad es una “metamorfosis” incesante de aquello que existe, dentro del continuo sagrado de la realidad, donde dioses y hombres se vinculan (sin diferencia esencial). Jesús aparece así como fuente de metamorfosis, de gran mutación mesiánica, desde el monte de su revelación.

Pero el problema no es Jesús, sino es la posible (necesaria) transformación de los cardenales en el cónclave. Parece que los cardenales siguen en Mc 8 y 10, con las disputas de poder por parte de Pero (¿papa?) y de los zebedeos (¿cardenales?). Marcos supone que sólo les importa situarse bien en la foto, para así mandar. Pedro y los demás han querido poder-poder-poder, y por eso se han enfrentado… Por eso, Jesús les lleva monte, para que cesen las disputas de poder, para que asuman el camino de servicio… Ése debe ser el tema del cón-clave: Destruir para siempre las claves de poder de la Iglesia, para encontrar a Jesús y caminar con él. ¿Lo harán los cardenales?

5. Y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrante… Marcos no dice nada del cambio del rostro de Jesús (a diferencia de Lucas 9, 29, quien significativamente omite la palabra metamorfosis, por sus implicaciones paganas), o de alguna de sus partes (como la mirada, cf. Ap 2, 18; 3, 18), sino que se fija sólo en sus vestidos, que se vuelven blancos, es decir, de color de cielo (cf. Ap 3, 18; 19, 14). De esa manera sigue la tradición del Antiguo Testamento, por ejemplo en Is 6, 1, donde se dice que el profeta vio a Dios, pero sólo se fija en su manto). También el joven de la pascua de Mc 16, 5 tendrá el vestido blanco.

Éste es el blanco que queremos que tomen los vestidos de los cardenales… que pierdan sus colores de poder, de distinción social… que se vuelvan transparentes ante el sol de Dios, ante el poder de salvación de Cristo. Transparentes y claros, que podamos ver lo que hay en el fondo de la Iglesia, para que se escuche la palabra de Jesús. Que no oculten nada bajo sus rojos vestidos, que no haya opresiones ni muerte bajos sus mitras… Una señora de pueblo (cristiana de misa casi diaria) me acaba de decir: ¡Qué pueden saber de la vida y de Jesús esos vestidicos de rojo! En contra de esa señora pienso que ellos saben algo, pero más deberían saber, volviéndose desnudos, transparentes, ante el evangelio.

6. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Se les aparecieron a ellos (a los tres videntes), no a Jesús. En torno a Moisés y Elías se ha movido gran parte de la historia de Jesús. Sobre la interpretación de Moisés (la Ley) ha venido discutiendo Jesús con los escribas, desde Mc 2, 7, pasando por 3, 22 y 7,1, hasta culminar en 14, 53. Sobre la relación de Elías con Juan Bautista y con Jesús ha tejido Marcos su evangelio (desde Mc 1, 2-3, pasando por 6, 15; 8, 29 y 9, 11, hasta 15, 35). Ellos representan la identidad de Israel, es decir, la Ley (Moisés) y la profecía (Elías), vinculadas en su raíz y señalando que el camino de Jesús, rechazado por otros como peligroso para la identidad y esperanza israelita, cumple en realidad esa esperanza.

La Iglesia debe asumir el testimonio de Moisés y Elías, aprendiendo con ellos lo que implica el camino fuerte de las transformaciones. La Iglesia sigue siendo Iglesia de Moisés, que sale de Egipto y se enfrenta con Dios en el Horeb. Sigue siendo la Iglesia de Elías, que va a la montaña a pedir ayuda a Dios, pero que escucha la palabra más alta: ¡Vuelve, empieza de nuevo! El tema está en que Dios puedo “reciclar” a Moisés y Elías, para retomar con ellos el camino de la revelación. Muchos piensan que ya no se puede reciclar a estos cardenales; han rodado mal, no parecen valer para la meta-morfosis que quiere Jesús. ¿Podrá empezar con ellos la gran meta-morfosis de la Iglesia?

7. Deben hablar de la forma de entregar la vida al servicio de los pobres. Las autoridades oficiales y sagradas de Jerusalén van a condenar a Jesús en nombre de Dios (cf. Mc 8,31). Pues bien, ese mismo Dios le avala, llamándole su Hijo, y diciéndole que siga, con Moisés y Elías. Lucas nos dice que Jesús estaba conversando con Moisés y Elías (êsan synlalountes: estaban dialogando) del camino de Éxodo que deben realizar (ellos, la Iglesia)…

Éste ha de ser el camino del conclave en el mundo: Un camino de muerte, de entrega de la vida (de renuncia de poderes, de afirmación de evangelio), pues sólo muriendo se resucita. Éste es el camino de metamorfosis de la Iglesia, representada en los Cardenales, que deben subir al monte de Dios, para aprender a morir, para morir de verdad… Sólo así podrán escuchar la gran Palabra de Dios que les dice: ¡Éste es mi Hijo!

2. Metamorfosis de la Iglesia

1. Siempre se hablado de experiencias de transformación (metamorfosis)… En un plano, en parte, semejante al de Jesús, se sitúan muchas experiencias de las religiones orientales (sobre todo del hinduismo, pero también del budismo), que hablan de las manifestaciones sagradas de la divinidad o del misterio (Visnú, Shiva, el Dharma, lo Búdico…) en algunos seres privilegiados como Krisna, Rama o Gautama Buda. Ellas expresan el deseo de meta-morfosis, de cambio radical en la vida de las personas y de las sociedades.

2. Al emplear esa palabra (metemorphôtê: Jesús cambió de forma), Marcos ponen de relieve la exigencia de una transformación “bíblica” de la Iglesia, desde las raíces israelitas (Moisés y Elías) y desde el camino concreto de Jesús. A su juicio, sólo se puede hablar de metamorfosis en perspectiva pascual, allí donde un hombre (Jesús) asume y despliegue su camino de Reino, en fidelidad hasta la muerte, al servicio de los otros. Sólo siendo fieles a Jesús pueden transformarse los cardenales de la Iglesia, de manera que su cónclave sea revelación del Espíritu de Cristo, y no un simple ejercicio de poder, como pudiera suceder.

3. El evangelio de Lucas no se atreve a utilizar esa palabra (metamorfosis) y habla de una transfiguración en el rostro y vestidos de Jesús, en un contexto de oración (cf. Lc 9, 29). Así entiende la experiencia de Jesús y de sus tres seguidores en forma modo de cambio interior que se produce en oración, lo que es muy valioso (lo más importante). Pedimos que el Cónclave sea experiencia de oración, en el Monte de Jesús, no en el centro de un Vaticano que ha sido pos siglos espacio privilegiado de intrigas y luchas por el poder.

5. Tomar la forma de Siervo. La experiencia cristiana de la metamorfosis de Jesús (y de aquellos que creen en él) nos sitúa, según Marcos, cerca de aquello que Pablo y su escuela han explorado al hablar de la transformación radical de la vida, que se expresa de un modo privilegiado en Jesús. Así, por ejemplo, en el himno de Flp 2, 6-11 se dice que Jesús ha tomado la “morphê” o forma/esencia de siervo, para realizar su tarea (en una línea de verdadera encarnación, no de apariencia). Pues bien, según eso, Jesús ha realizado la obra de Dios (siendo aquel que vive en morphê Theou, forma/esencia de Dios) por haber asumido la morphê doulou, forma/vida de servidor, entregándose así por los demás.

Éste es el argumento que está al fondo de 1 Cor 15, 35-58, donde se habla de la gran trans-formación de la vida humana, que se realiza en Cristo, una meta-morfosis que puede y debe compararse a la que se produce (en otro nivel) en las semillas de las plantas, que se siembran y mueren y así “resucitan”. Sólo allí donde los representantes de Jesús tomen la forma de “siervo” (se vinculen a los problemas de pobreza y opresión de la humanidad) podrá haber verdadera presencia de Dios en el Monte de Jesús. Se me hace difícil imaginar esa “forma de siervo” en la Capilla Sixtina. Posiblemente el Cónclave sea más signo de ostentación de poder secreto que de entrega y servicio cristiano (como el de Jesús) a favor de los más pobres.

6. Metamorfosis del cónclave. Como he dicho, parece difícil aplicar este pasaje del evangelio (metamorfosis de la Iglesia) al conclave papal… Ciertamente, pienso que Jesús no habría llevado a sus “cardenales” a Sixtina, ni siquiera al Vaticano, sino al “monte del mundo”, al lugar donde se ven (desde arriba, por dentro) los problemas y dolores de la humanidad.

Jesús llevó a tres a su monte, les llevó para que comprendieran su éxodo (camino de entrega) hasta la muerte, para que descubrieran a Dios. Ahora la disciplina de la Iglesia Católica, tras la renuncia de Benedicto XVI, lleva a estos ciento diecisiete cardenales a la Capilla Sixtina. ¿Podrán transformarse en la línea de Jesús? ¿Verán a Jesús transfigurado?

7. Metamorfosis de humanidad. En el fondo del relato de la metamorfosis de Jesús en Mc 9, 2-8 está la experiencia de la gran trasformación pascual de la humanidad y del cosmos entero (cf. Rom 8, 18-30), que es el centro de la fe cristiana. Esa meta-morfosis de Jesús quiere ser una transformación de la humanidad, en la línea de Moisés y de Elías, es decir, de toda la historia, para culminar en la gran experiencia filial y fraterna de Jesús (¡éste es mi Hijo!), abierta a la fraternidad universal (bajar del monte, para que todos sean hermanos)


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