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sábado, 13 de abril de 2013

Está pero no lo creemos: III Domingo de Pascua (Jn 21,1-19) - Ciclo C

“Estaba amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús”.

Esto sucede con frecuencia.
En el fondo sabemos que Jesús está en medio de nosotros.
Incluso lo leemos a menudo: “Estaré con vosotros hasta el final del mundo”.
Pero nosotros no logramos creérnoslo.
Seguimos pensándolo un tanto lejos de nosotros.
Decimos que somos comunidad de Jesús, “en medio de vosotros estoy”.
Pero nos cuesta creerlo.
Al menos, nos cuesta vivirlo.


Decimos y predicamos que Jesús es el centro de la Iglesia.
Decimos que Jesús está en su Iglesia.
Pero a nosotros también nos cuesta creerlo.
Los discípulos lo veían en la orilla, pero “no sabían que era Jesús”.
Recién cuando les ofrece de comer, creen que es El, “y no se atrevían a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor”.

Es fácil ver a la Iglesia “en la otra orilla”.
Pero no acertamos a descubrir a Jesús en ella.
Vemos a sus representantes, Papa, Obispos, sacerdotes.
Pero a El “no sabemos reconocerle”.

Las comidas suelen ser frecuentes en el Evangelio.
También en los relatos pascuales.
Y diera la impresión que donde mejor logramos identificarlo es compartiendo la mesa.
Y uno se pregunta:
¿No es la comida donde “se les abrieron los ojos”?
¿No será la comida uno de los más claros signos pascuales?
¿No es cuando les ofrece de comer que comienzan a darse cuenta de que es El?

Esto nos hace pensar en la importancia de la Misa Dominical.
Puede que el Domingo sea para muchos de nosotros nuestro propio Emaús.
Puede que el Domingo sea el día en que también a nosotros se nos abren los ojos.
Precisamente porque lo central del domingo:
Es la mesa donde partimos también nosotros el pan.
Es la mesa donde El se revela y manifiesta en el pan y el vino.
Por eso mismo, el Domingo no es para cumplir con el recepto de la Misa.
El Domingo no somos nosotros los que le invitamos a la mesa, sino que es El quien enciende el las brasas en la orilla y nos invita a comer.

Pero todo esto me trae otra idea:
¿No será dando de comer que nosotros revelamos la presencia pascual de Jesús?
¿No será invitando a comer a nuestra mesa, que nosotros ponemos de manifiesto la presencia pascual de Jesús?
¿No será compartiendo nuestra mesa, que también nosotros hacemos creíble esta presencia de Jesús resucitado?

Al que tiene hambre le dice poco el que le hablemos de que Jesús está en la Iglesia.
Al que tiene hambre, más que las palabras le habla el pan que le regalan nuestras manos.
Al que tiene hambre, más que las palabras, le habla el que vea que también nosotros hemos encendido las brasas y le invitamos a comer.
La mesa nos habla del Resucitado.
La comida nos habla del Resucitado.
El fuego encendido preparando la comida nos habla del Resucitado.
El pan tiene la virtud de abrir los ojos.
El pan tiene la virtud de decirnos que es El, aunque no nos atrevamos a preguntarle.

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