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domingo, 7 de abril de 2013

Salir a la calle, perdonar pecados (más que un confesonario)

Publicado por El Blog de X. Pikaza


Octava de Pascua. Ciclo C. Jn 20, 19--31. Está encerrada la comunidad de amigos de Jesús, que le recuerdan y espeeran, pero no confiesan todavía su resurrección. El texto les llama “hoi mathêtai”, discípulos (que escuchan a Jesús). Son la Iglesia reunida, no se les llama los Doce (dirigidos a Israel), ni los obispos o curas, sino todos, hombres y mujeres, doce y siete, cristianos sin más (ni menos).

Son la iglesia cerrada en una casa con tranca (Castillo de grandes muros, Vaticano de Roma o vaticanillo de pueblo), por miedo al mundo (a “los judíos”, 20, 19, es decir, a los otros). Una Iglesia creída y muy frágil, aislada en sí misma, con la sensación de que todos quieren combatirla, esperando a Jesús, que venga y les libre, les lleve a su cielo. Pero viene Jesús de un modo distinto , y no les "coge" consigo, sino que les manda a la vida, al mundo externo, con el poder supremo de Dios, que es el Perdón.


Es la Octava de Pascua, tenía que ser el día del fin del mundo. Como en un “ovni” debería venir Jesús para llevarles consigo, pero viene para mandarles el mundo, sin más riqueza que el perdón. Ésta es la primera parte del texto (Jn 20, 19--23). Mañana presentaré la segunda. ... Este pasaje es quizá el mejor comentario pascual del mensaje de Jesús, tal como lo he venido exponiendo en La historia de Jesús, cuyo argumento expuse ayer en este blog. Vaya allí quien quiera saber más.

(Éste es el perdón en la calle y la vida, el perdón que han de ofrecer todos los cristianos, la Pascua de Jesús. Es mucho más que un tipo de absolución raquítica de algunos confesionarios... Y lo digo confesando el valor de muchos confesonarios, de entrevista pastoral y perdón incluido, de presbítero o cristiano (pues el poder de perdonar se ha dado a todos). Un tipo de confesonario ha sido y seguirá siendo valioso en la Iglesia. Pero el Evangelio de Pascua (Jn 20) habla hoy de algo aún más importante, como verá quien siga).

Buen principio de domingo.

Texto. Pascua de la Iglesia


A la tarde de aquel día primero de la semana,
y estando cerradas las puertas del lugar donde estaban los discípulos,
por el medio a los judíos,
vino Jesús y se colocó en medio de ellos diciendo:
¡La paz con vosotros!
Y diciendo esto les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Y les dijo de nuevo:
-- ¡La paz con vosotros!
Como me ha enviado el Padre os envío también yo.
Y diciendo esto sopló y les dijo:
-- Recibid el Espíritu Santo,
a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados;
y a quienes se los retengáis les serán retenidos (Jn 20, 19--23).

Comentario básico

‒ El primer día de la Semana… Un grupo cerrado, por miedo… Ha pasado una semana, como si fuera todo el tiempo de la historia. Y no ha pasado nada, rumores de mujeres asustadas, visiones de discípulos extraños (¡el amado de Jesús, que dice que le ha visto!), pero ellos, todos, están llenos de miedo. Se han encerrado en un tipo de “cenáculo” particular, que puede compararse a un Vaticano hecho de leyes, normas y principios de seguridad, aislados del mundo, encerrados en sí mismo, entre grandes discursos inútiles, mientras el mundo se muere de frío a su lado. Son un grupo miedoso, hombres, mujeres…. (tienen sus puertas cerradas). Pero viene él y dice:

-- ¡La paz sea con vosotros! Jesús abre las puertas y penetra en una iglesia cerrada, con aire mohoso y telarañas, para saludar a sus discípulos dos veces, con la misma palabra: paz a vosotros (eirênê hymin: 20,19.21). Sobre un mundo atormentado por la guerra y la violencia (armas y bombas, odios y opresiones, despilfarro y hambre), sobre un mundo condenado a la miseria por el egoísmo de algunos, ofrece Cristo su paz, es decir, la presencia de Pascua. La comunidad que reciba la paz de Jesús (eirênê, shalom…) sabe que ha llegado ya el “fin de los tiempos”, es decir, el tiempo de la plena verdad, de la redención. El final de todo es la paz, para siempre, aunque muchos no lo sepan. Pero hay que decir, vivir la paz, anunciarla.

-- La paz del crucificado. Como signo de identidad, como expresión de su “triunfo”, Jesús mostró a sus amigos las manos y el costado (20, 20), en gesto que después recibirá nuevo contenido ante el rechazo de Tomás (cf. 20, 24--29). Éstas son sus “armas” de Jesús, la garantía de su victoria: ¡Las heridas de la víctima torturada! Él, sólo él (la víctima universal, en nombre de todas las víctimas) puede decir: La paz con vosotros. No es la paz del que ha ganado la guerra, la paz de Roma (Pilato), la paz de Jerusalén (Caifás)… Es la paz del torturado, vencido…Él, Jesús, viene así de Dios, tras haber vencido siendo asesinado y puede decir. ¡Paz a vosotros!

‒ Jesús, la paz de la víctimas… Se manipula por doquier la memoria de las víctimas, se moviliza su recuerdo para la venganza, sigue así la espiral de las razones, hasta que al fin, llenos de razones, se maten todos… Pero Jesús es distinto. Viene como víctima, pero no para “hacerse la víctima”, sino para transmitir la victoria de la paz que es el perdón. Viene llagado de amor, en las manos y el costado... Creer en la pascua es descubrir que el mismo Jesús crucificado (no un espíritu celeste) es el Señor glorioso, que Jesús es Dios porque ha sufrido por todos, porque ha sido asesinado con los asesinados de la historia. No hay Pascua sin “memoria de Jesús asesinado”, sin memoria de los crucificados de cada día. No hay pascua sin perdón de los asesinados

-- ¡Como el Padre me ha enviado así os envío yo! (20, 21). Estaban encerrados por miedo, pero él (Jesús) abre la puerta y les lanza a la calle de la vida, rompe el encierro, la muralla de su miedo y de su seguridad, y les manda al espacio abierto de la redonda tierra. Estaban cerrados en sus pequeños problemas (como un Vaticano en sus muros) y les dice: ¡Marchad, yo os envío! Antes, los discípulos querían defenderse, por eso estaban cerrados. Pues bien, Jesús les dice que no se defiendan: que salgan, como sale Dios (como Dios ha enviado a su Hijo), que vayan sin miedo a la tierra.

-- Os envío para crear y perdonar, no para vengaros. La lógica del mundo exigiría enviar para vengarse… “Volver la tortilla”, como se dice: ¡Ojo por ojo, diente por diente…! Jesús tendría que haber enviado a su ejército de ángeles o fieles soldados para matar a los asesinados (como decía el pueblo en Mc 12, 9. Matar a los malos soberbios, reinar con las víctimas… Pues bien, Jesús no envía a los suyos para vengarse en batalla infinita, sino para crear un mundo nuevo de prdón.

-- Recibid el Espíritu Santo (20, 22). Jesús alienta (sopla) sobre sus discípulos diciendo “recibid el Espíritu Santo”. Dios había alentado al principio dando a los hombres su Espíritu de vida… (Gen 2, 7). Pero no había culminado su camino. Ahora lo hace, a través de Jesús, ofrece a los hombres y mujeres todo su “espíritu”, es decir, la vida de su amor. Ahora alienta Jesús, en nombre de Dios, abriendo no sólo las puertas externas de la casa, para que entre en ella el aire fresco, el aliento de la tierra, sino ofreciendo a los creyentes su espíritu de Vida, su soplo.

-- Jesús ofrece a los suyos el boca a boca de la vida, para que transmitan a todos la vida del perdón amante. Que todos respiren con su aliento, que todos vivan de su Vida y la comparta, a través de este nuevo “Adán y Eva” de la pequeña comunidad reunida por miedo en el Cenáculo. Éste es el germen de la nueva humanidad, estos son padres y madres de una nueva tierra, que aparece así como despliegue de la respiración de Dios, que se expresa por el Cristo muerto, que ofrece su aliento a los hombres.

-- A quienes perdonéis los pecados... (20, 23). No se trata de crear desde la nada (¡eso es mucho más fácil!), sino de “recrear desde el pecado”. Los discípulos de Jesús no tiene que ir a un mundo idílico de amor, sino a un mundo de odios, a las gentes que han matado a Jesús, que se siguen matando entre sí. Éste es el tema y tarea de la iglesia: El gran mundo no ofrece perdón, los hombres se encuentran divididos, destruidos; carecen de medios (¡de voluntad de amor!) para impartir el perdón y además no lo quieren ofrecen; todo lo hacen por ley y venganza, por seguridad propia y egoísmo, en una espiral de violencia y contra--violencia. Pues bien, sobre ese desierto de pecado (falta de perdón), Jesús dice a sus discípulos, a todos (sin distinción de clérigos y laicos): “a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados…”. Ésta es la gran novedad.

‒ A quienes perdonéis… Se lo dice a “vosotros”, a hombres y mujeres, sin distinción de obispos y papas… Todos los cristianos reunidos tiene que salir y ofrecer el perdón, todos son sacerdotes, mediadores de una vida que es gracia por encima del pecado, que es amor por encima de ocio, que es perdón por encima de la condena. Éste es el nuevo Vaticano de la Iglesia, que quiso encerrarse en Jerusalén, pero que Jesús abrió el principio… Éste es el nuevo Vaticano que ha querido cerrarse en Roma, pero que Jesús abre de nuevo, en este año de gracia (2013…), para que haya de nuevo perdón. Esta es la tarea de la Pascua: Que pueda haber una comunidad que ofrece y transmite, que garantiza y despliega el perdón, sobre un mundo condenado a la espiral de la ley y la venganza. Este es el perdón de la Iglesia, no de unos clérigos especiales, el perdón de todos los creyentes, que son ministros de la gracia de Dios (hombres y mujeres por igual).

-- Y a quienes se los retengáis les serán retenidos. La Iglesia sólo es portadora del perdón de Jesús… Ella no puede condenar, sino sólo perdonar. Pero su perdón es seria, de manera que si ella no perdona, el mundo corre el riesgo de quedar condenado a la lucha del odio y la venganza. Ese perdón de la Iglesia no es perdón barato, pura indiferencia, pase lo que pase, sino perdón transformador, que cambia, que da vida, para que todos perdonen compartan. Por eso el texto parece dividir (un en plano divide) a las personas en dos partes, como en derecha e izquierda (conforme a la terminología de de la alianza: Bien y Mal… Pero las dos partes de la sentencia no son iguales. El perdón es gratuito creador…. El “no perdón” es una especie de ejercicio doloroso de paciencia creadora


a. El texto no dice “a quienes condenéis…”. La iglesia no puede condenar a nadie. No se oponen por tanto el perdón y la condena, la liberación y la destrucción…

b. El texto dice “a quienes retengáis el perdón”. “Retener” (han… kratête…) es no poder perdonar. La Iglesia tiene que ofrecer perdón, pero algunos no lo reciben, no lo aceptan… ¿Qué puede hacer la Iglesia? No puede “arrojar” sin más el perdón, pase lo que pase, sino que tiene que “retenerlo”, dolorosamente, para seguirlo ofreciendo (aunque no lo reciban).

c. El camino de la Iglesia no será un paseo triunfal… sino un camino sobrio y fuerte de perdón abierto, sufrido…, ofrecido de nuevo. El que “sufre” al tener que “retener” el perdón (pues no se lo reciben) es el cristiano. Éste es el dolor que siente el cristiano cuando ofrece perdón y no lo puede transmitir, cuando no se lo reciben…

Conclusión, la Pascua del Perdón

El texto divide a las personas de una forma que parece simétrica (‒ a quienes perdonéis ‒ a quienes retengáis...), de tal modo que alguno pudiera pensar que la iglesia es una institución neutral, que reparte perdón o no perdón de forma indiferente. Pues bien, en contra de eso, a la luz de todo el evangelio, debemos afirmar que la iglesia es sólo signo y fuente de un perdón abierto a todos… Pero la Iglesia no puede “imponer” el perdón a través de un tipo de inquisición o guerra. Por eso, si no aceptan su perdón, ella tiene que “retenerlo”, para seguirlo ofreciendo de nuevo.

¿Quién tiene la culpa: 1? ¿Aquellos que no reciben el perdón? Puede ser… Si algunos no reciben el perdón la iglesia debe “retenerlo”, mantenerlo con fuerza, para seguirlo ofreciendo. Quizá la culpa es de aquellos que no quieren perdón… Pero Dios es Dios, y Jesús ha muerto por todos, y el perdón hay que seguirlo ofreciendo.

¿Quién tiene la culpa: 2? Quizá la Iglesia, quizá muchos cristianos que no han ofrecido el perdón pascual de Jesús… Hemos ofrecido muchas veces un perdón raquítico, de confesionario lúgubre, morboso, sin aire… Hemos ofrecido a veces leyes y leyes de conducta, sentencias de juicio, derechos… pero no perdón. Posiblemente no hemos sido testigos del perdón. También nosotros cristianos tenemos la culpa de que el perdón de Jesús (su Espíritu Santo) no se extienda.

El evangelio sabe que la Iglesia es sólo signo de perdón (Dios perdona a todos…); pero si los hombres no se perdonan ellos corren el riesgo de quedar en el odio y destruirse. Este perdón no es un signo puramente espiritualista, sino una experiencia radical de vida: Sin perdón el mundo se destruya. Sin perdón, la misma justicia se convierte en servidora de la muerte.

Esta gracia y tarea del perdón es la que funda a la Iglesia y la presenta como “pueblo distinto”, entre todos los pueblos de la tierra. Para ello, la Iglesia debe ser transparente, como lo fue el Cristo: Sólo el que está dispuesto a morir por los demás puede perdonar.

La iglesia es el pueblo de aquellos que se abren y se muestran tranparentes (puertas abiertas), pueblo de aquellos que se perdonan entre sí y perdonan a los otros, a todos…, pero con justicia, sin ocultar nada, con transparencia (sin aprovecharse de nada).

Sólo de esa forma expresan el perdón de Dios y han de hacerlo con una responsabilidad inmensa: allí donde los hombres y mujeres no se perdonan no puede expresarse en el mundo (de manera visible) el perdón del Dios de Jesús, que es perdón de toda la comunidad del Cristo (aunque puede expresarse y se expresa de forma sacramental por algunos representantes de la comunidad).

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