La Santísima Trinidad – Ciclo C
Hoy la Iglesia celebra el misterio de la Santísima Trinidad. ¿Por qué utilizar un nombre tan raro que para la mayoría, que somos todos, hasta nos parece contradictorio?
¿Por qué no utilizar el nombre que le puso el mismo Jesús de Dios, o simplemente “El Padre”.
Es un nombre más sencillo y que todos entendemos. Porque si es Padre quiere decir que hay un Hijo y también hay el amor que es el Espíritu Santo.
Claro que Padre, Hijo y Espíritu Santo son un mismo Dios. Y eso lo vemos con toda naturalidad incluso cuando nos santiguamos o damos una bendición: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Sí, ahí está la Trinidad. Pero nosotros lo entendemos mejor cuando hablamos de vida, de verdad y amor. ¿Acaso alguien reza diciendo “Santísima Trinidad, yo te pido”.
Dios es uno solo y es trinidad de personas. Pero ¿verdad que nos va mucho mejor decir que “Dios es amor”? Lo que es Dios por dentro, siempre será un misterio, como también el papá es un misterio para el niño chiquito. Sólo que Dios nos ha abierto una ventanita en Jesús, por donde podemos mirarlo por dentro como quien mira por la cerradura de la puerta. Solo sabemos lo que El nos ha querido decir de sí mismo, que siendo tan poco, es muchísimo.
Lo que me encanta de Dios es que, en vez de hablar de sí mismo, habla de sí en relación con nosotros. Conocemos a Dios por dentro, por lo que el hace con nosotros y dice de nosotros.
Hay individuos que solo hablan de sí mismos. Con frecuencia no dicen nada. Pero ¡qué poco hablamos de nuestras relaciones con los demás! Por supuesto no me refiero a “las murmuraciones y críticas”.
En cambio Dios se nos manifiesta hablando con nosotros, de nosotros y de su amor para con nosotros.
Es más, uno siente como si Dios no pudiera ser feliz sin nosotros.
Es como si Dios no pudiese vivir sin el hombre.
Es como si a Dios le faltase algo si le falta el hombre.
Hay una frase donde mejor se manifiesta Dios al hombre: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16) Frase que encabeza precisamente la primera Encíclica de Benedicto XVI y que él comenta maravillosamente:
“En estas palabras de la Primera carta de Juan se expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino”.
O también: “El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quien es Dios y quiénes somos nosotros”. (DC 2)
Y el Papa se atreve a hacer una observación maravillosa:
“Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios”. (DC 15)
“Lo que se subraya es la inseparable relación entre el amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”. (DC 16)
Algo así como si Dios no pudiese hablar de sí sin hablar de nosotros.
Algo así como si Dios no pudiese decirse a sí mismo sin decirnos a nosotros.
Algo así como si no pudiésemos conocer a Dios sin conocer al hombre.
Algo así como si no pudiésemos conocernos a nosotros mismos sin conocer a Dios.
Es como si no pudiésemos hablar de nosotros mismos sin hablar de Dios.
Por eso, al celebrar hoy esta fiesta de la Trinidad, digo, de Dios, estamos celebrando también nuestra propia fiesta. La fiesta del hombre.
Si celebramos el “Dios amor” también tendríamos que celebrar “al hombre que amado y que ama”.
Al celebrar esta fiesta del “Dios amor” estamos celebrando la íntima relación y comunión entre Dios y el hombre y de los hombres entre sí.
Pareciera que celebramos la fiesta de alguien lejano y misterioso y, en realidad, debiéramos celebrar la fiesta de Alguien tan cercano a nosotros que sin nosotros no habría fiesta para Dios.
El misterio íntimo de Dios se revela en el hombre.
Y el misterio del hombre, tuyo y mío, ser revela en Dios.
Dios y hombre caminan de la mano.
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