Publicado por El Blog de X. Pikaza
Fiesta de la Santa Trinidad. Ayer he presentado en el blog la opción eclesial de dos hombres de Iglesia, de origen judío, "torquemadas" del siglo XV, representantes de una visión "totalitaria" de Dios.
Hoy, al preparar la fiesta de la Trinidad, ofreceré la otra cara de Dios, que es fuego (misterio) y libertad, la experiencia central israelita,de la Zarza del Sinaí, donde él define ante Moisés diciendo “Soy el que Soy”, es decir, el liberador de los hebreos (Ex 3, 14; cf. Ex 20,2).
De ese Dios seguimos viviendo judíos, cristianos, musulmanes... Es el Dios que Es y Hace Ser, es la Presencia creadora, es el impulso y gozo de la libertad. Así lo quisiera contar y cantar y celebrar con todos los que van errantes por el desierto, con los que buscan patria y humanidad.
Dedico este post en especial a mis amigos y hermanos de la Orden de la Trinidad, de la que he tratado en Dios pasados. La reflexión que sigue está tomada de la revista que me honra publicando mis reflexiones: http://www.secretariadotrinitario.org/revistas/326-revista-estudios-trinitarios-suscripcion.html
El dios de Moisés, Dios de los hebreos
Moisés, hebreo de cultura egipcia, ha debido exilarse a Madián, en el desierto, donde pastorea el rebaño de su suegro, mientras los hebreos esclavos en Egipto gritan a Dios “y Dios escuchó su clamor y se acordó de su Alianza y les reconoció” (cf. Ex 2, 23-25).
‒ Dios escucha. Ha creado a los hombres, y debe acoger su grito y mirarles. Parece que se ha retirado, pero lo ha hecho para mirarnos mejor, comprometiéndose a caminar con nosotros y liberarnos. Para que nuestro grito tenga un sentido, él tiene que mirar primero y vernos.
‒ Dios se acuerda y conoce. Es fiel a su alianza de vida, ha dado una palabra de fidelidad a los hombres; cree en ellos, es fiel, les libera. Es importante que nosotros le conozcamos, pero mucho más importante es que Dios nos conozca y reconozca, manteniendo su alianza de amor y libertad con nosotros.
El texto decía que Moisés estaba pastoreando el rebaño y que había llegado hasta el Monte Horeb (Sinaí), donde el Dios de la alianza salió a su encuentro como fuego ardiente en una zarza que era signo de su fidelidad liberadora. Éste Dios dice su palabra más honda (¡he visto!) y exigente (¡vete!), en el desierto donde parecían muertas todas las esperanzas:
He visto la aflicción de mi pueblo de Egipto, y he escuchado el grito que le hacen clamar sus opresores, pues conozco sus padecimientos. Y he bajado para liberarlo del poder de Egipto y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y ancha, que mana leche y miel… Por tanto: ¡Vete! Yo te envío al Faraón, para que saques a mi pueblo... de Egipto (Ex 3, 7-10).
Dios ha visto, Dios actúa por Moisés.
Ha escuchado el llanto de los oprimidos y viene a liberarles. En el principio de toda la experiencia bíblica (judía y cristiana) se encuentra este descenso de Dios (he bajado para liberar) y este ascenso (para hacer que los hebreos suban). Así describe la Biblia el itinerario salvador de Dios, que no es ya un “libertad” en general, sino Liberador concreto, poniendo en marcha una historia, que debe concretarse a través de Moisés.
Dios no actúa a solas (de una forma externa, como por magia), sino a través de su enviado, a quien convierte en mediador de su obra. En el principio de su acción liberadora está su solidaridad con los oprimidos, pero también, al mismo tiempo, la palabra de “imperativo creador” que él dirige a Moisés, diciéndote “vete” y dándole el encargo de liberar a su pueblo. Así quedarán frente a frente Moisés, el liberador de Dios, y el Faraón, que es signo y presencia del poder opresor del Dios falso de Egipto (que es un “ídolo” económico que esclaviza a los pobres).
El texto nos sitúa así ante un conflicto que no es meramente social, sino teológico: La “prueba” de Dios será su victoria sobre el Faraón (a través de Moisés), la liberación del pueblo oprimido en Egipto. No estamos ya ante una teología abstracta sobre lo divino, sino ante una acción histórica: La prueba de Dios será la liberación del pueblo.
Dios con Nombre: Soy el que soy.
Éste es el centro de la historia israelita, aquí se expresa la identidad del pueblo, su experiencia de Dios y su esperanza de futuro.
-- Para los cristianos Dios será aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos (Rom 4, 24).
-- Pero él ha sido y sigue siendo también para ellos el que libera a los oprimidos. Por eso, cuando Moisés le pregunta “quién soy yo para liberar, quién eres tú…”, Dios le responde:
Yo Soy el que Soy (=Yahvé). Así dirás a los hijos de Israel:
Yo soy (El que Es) me ha enviado a vosotros… (Ex 3, 11-15).
Moisés tenía miedo y le ha dicho a Dios: ¿Quién soy yo para liberar a mi pueblo...? Pero Dios le ha respondido: No tengas miedo ¡Yo mismo seré, estaré con vosotros! Y así le revela su “nombre” Yahvé, que significa Yo soy, “yo estaré, yo seré”, os acompañaré en el dolor (sufriré con vosotros) y os abriré un camino de libertad, para que seas y viváis en esperanza.
El nombre de Dios es su misma acción liberadora. Sólo allí donde acompaña a los oprimidos, les llama y ayuda, les asiste y libera, el Dios (Elohim) de los padres puede presentarse como Yahvé, liberador del pueblo: "Este es mi nombre para siempre, es mi recuerdo..." (3, 15).
Esta experiencia hecha Nombre (¡Soy-estoy presente!) define para siempre el "ser" (actuación) de Dios y viene a expresarse como principio y centro de todos los recuerdos de Israel, en el principio de la Biblia judía y cristiana, a través de Moisés.
Dios que nos envía y nos hace mediadores de libertad.
Sólo escucha de verdad a Dios y conoce su Nombre (Yahvé), quien se descubre enviado, igual que Moisés. Por eso, cada uno de los judíos ha seguido y sigue diciendo él (todos ellos) están bajo el Monte, ante el Fuego de la zarza, escuchando esta palabra (¡Yo soy el que Soy, el Dios liberador!), y recibiendo este encargo: Vete y libera a mi pueblo. Ser judío (o cristiano) no es tener una teoría sobre Dios, sino escuchar y acoger su envío, al servicio de la libertad de los oprimidos.
Este nombre (Yahvé) es por un lado misterioso: los filólogos no logran precisar del todo su sentido original, los judíos no lo pronuncian por respeto...
Pero, al mismo tiempo, es el más sencillo, el más cordial e inmediato: Dios es Yahvé porque en el momento clave de su revelación ha dicho para siempre: Yahvé, es decir, yo estaré contigo, seré con vosotros. Dios sigue siendo Yahvé porque nos dice: ¡Vete y libera a mi pueblo!
Sólo aquellos que se comprometen a liberar a los oprimidos como Moisés conocen el nombre de Dios (Yahvé), que expresa su presencia activa como cercanía personal (¡Él Es!) y como tarea (¡vete!), confiándonos su obra, de manera que se revela y manifiesta en el mundo a través de aquello que hagamos nosotros, sus creyentes, sus liberadores
Profundización.
Dios es presencia y tarea salvadora que empezó a manifestarse por Moisés. Por un lado, es Señor excelso de manera que jamás podremos conocerle del todo, es El que Es. Pero, al mismo tiempo, es Presencia cercana y fuerte, no para encerrarnos en nosotros mismos, sino para salir de nuestro encerramiento egoísta o de nuestro miedo, poniéndonos al servicio de la libertad de los demás.
‒ Así siguen viendo a Dios los judíos, que han condensado en Yahvé su experiencia de misterio. Por un lado están cerca de Dios, pues saben que todo es suyo y que le deben amar sobre todas las cosas (Escucha, Israel, amarás a tu Dios… Dios…; Dt 6, 4-9). Pero, al mismo tiempo, han sentido que ese nombre de Yahvé Liberador es de tal forma misterioso que no lo escriben, ni lo pronuncian, en signo de respeto sagrado. Por eso ponen en lugar de Yahvé unos adjetivos más o menos equivalentes (Adonai, Kyrios, Dominus, Señor), reconociendo, sin embargo, y esperando su acción liberadora plena.
‒ Los cristianos seguimos estando con Moisés ante la Montaña de la Libertad, ante el fuego ardiente, escuchando con los judíos la palabra: Yo soy el que Soy, he venido a liberar a mi pueblo oprimido, vete… Seguimos con Moisés, ante la zarza ardiente, para sentir su fuego devorador, pues Dios sufre en los que sufren, y nos pide que les liberemos. Pero, al mismo tiempo, sabemos que Jesús ha venido a cumplir con y para nosotros, en plenitud, esta experiencia y tarea de Moisés. Por eso seguimos interpretando a Yahvé como presencia salvadora (liberadora), sabiendo que sólo podremos conocer a este Dios Yahvé si nos comprometemos a cumplir su acción liberadora.
Éste es nuestro Dios, el Dios Yahvé de Israel, a quien veneramos ya desde la Pascua como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es Hijo de Dios y Señor, liberador de los oprimidos. No creemos en Jesús para negar al Dios Yahvé de Israel, sino para creer más profundamente en él, comprometiéndonos a culminar la tarea de liberación iniciada por Moisés.
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