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domingo, 6 de octubre de 2013

Contemplaciones del Evangelio: Pobres servidores

El evangelio de hoy viene a coronar la semana de Teresita y de Francisco, dos de los santos más queribles Tienen en común el amor por la pequeñez y por eso son amigables, cercanos, hermanos de todos. Dos frases suyas pueden ayudarnos a reconciliarnos con nuestra pequeñez y con la de nuestros hermanos. Si lo hacemos brotarán como una fuente, el perdón y el servicio. Pongo primero las frases para que cada uno las tenga juntas y pueda contemplar por donde el Espíritu le de sentimiento y gusto espiritual.
Teresita dice, en su lecho de agonía, que el Señor le ha dado la gracia de “comprender lo que es la caridad”, se da cuenta de que “no amaba a sus hermanas como las ama Jesús”, que “la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás y en no escandalizarse de sus debilidades”.
Esto es lo que el Señor indica en la primera parte del evangelio de hoy con el mandato de “perdonar siete veces al día”.
Pero ¿cómo hace Teresita para no escandalizarse de las debilidades propias y de los otros? Rezando con su escrito, haciendo el trabajito de “meditatio”: buscando los valores esenciales, poniendo las frases más proverbiales como títulos para descubrir la “Teo-lógica” de su reflexión, encontré una perla. Primero pongo lo que dice Teresita. Lo dice en tres tiempos. Primero, haciendo un discernimiento: Cuando quiero aumentar en mi este amor, cuando, sobre todo, el demonio trata de poner ante los ojos de mi alma los defectos de tal o cual hermana que me es menos simpática, me apresuro a buscar sus virtudes, sus buenos deseos.”

¿Por qué digo que esto es un discernimiento? Porque es una “verdad puesta en práctica”. Teresita discierne que es el mal espíritu –el demonio- el que trata de poner ante los ojos de su alma los defectos de sus hermanas y, sin dialogar con la tentación la expulsa haciendo “todo lo contrario”: “me apresuro a buscar sus virtudes”. Es la regla ignaciana del “agere contra”, apenas olido el mal espíritu, uno se tira rápidamente y con toda su fuerza para el lado opuesto. Seguro que allí está lo que quiere el Señor. Acostumbrarse a obrar así trae muchísimos frutos, porque el mal espíritu, en su astucia de saber mejor que nosotros lo que le desagrada al Señor, nos aviva que la gracia va por el lado totalmente contrario. Si me hace pensar defectos seguro que a Jesús le agrada que piense virtudes.

En un segundo momento Teresita cuenta un ejemplo de su vida. Es como una parábola que permite que uno se apropie de su discernimiento, para que no quede como una regla abstracta. Estaban en un recreo aburrido y se dio la oportunidad de hacer algo más divertido: ir a acompañar a los obreros que traían unos árboles para el pesebre. La superiora manda que vaya ella u otra hermana y Teresita, como tiene ganas de ir ella, trata de darle la oportunidad a la otra: Inmediatamente empecé a desatarme el deIantal, pero muy despacio, a fin de dar tiempo a mi compañera para que se quitase el suyo antes que yo, pues creía complacerla dejándola hacer de tercera. La hermana que suplía a la depositaria nos miraba riendo, y al ver que yo era la última en levantarme, me dijo: ” iAh, ya me parecía a mí que no ibais a ser vos la que ganase una perla para su corona, os movíais con demasiada lentitud!…» A buen seguro, toda la comunidad creyó que yo había obrado así obedeciendo a mi gusto natural.
La experiencia todos la hemos tenido: hacer algo con buenísima intención y ser malinterpretados. El otro juzga que nos pescó en un defecto y resulta que se trataba de una virtud que por gracia estábamos practicando.

El tercer momento es importante porque Teresita consolida la gracia con la Lógica del Evangelio. Nos ayuda la Santa con su “razonamiento superior”, porque de algo insignificante, que todos vivimos, ella saca un provecho inaudito.

La consolidación de la gracia la hace en tres pasos.

Primero. reafirma la bondad de la gracia: “Me sería imposible decir cuánto bien hizo a mi alma una cosita tan insignificante, y cuan indulgente me tornó para con las debilidades de las demás.
Segundo, relativiza todos los juicios, ajenos y propios, positivos y negativos: “Aquel episodio sigue alejando de mí toda vanidad cuando soy juzgada favorablemente, pues razono así: Cuando toman mis pequeños actos de virtud por imperfecciones, de igual modo pueden equivocarse tomando por virtud lo que sólo es imperfección”.
Tercero, absolutiza los juicios caritativos: “Entonces, no me juzgo ni a mí misma, el que me juzga es EL SEÑOR. Por eso, para que el juicio de Dios me sea favorable, o mejor, para no ser juzgada en absoluto, quiero tener siempre pensamientos caritativos, pues Jesús dijo: No juzguéis, y no seréis juzgados.

Nosotros sacamos de la santa este provecho: el demonio tienta nuestros juicios (más que nuestros sentimientos y pasiones). En general, solemos estar disgustados con algunos de nuestros sentimientos (qué vergüenza, cómo puede ser que sienta estas cosas, decimos escandalizados al sorprendernos en un sentimiento primitivo de maldad, de egoísmo, de pereza o de lujuria) y en cambio nos complacemos en “la verdad y agudeza de nuestros juicios”, cuando creemos que pescamos al otro en sus intenciones ocultas. Teresita nos muestra que estamos “totalmente equivocados”. Que son nuestros juicios los que están errados. Que juzgamos mal, guiados por la lógica demoníaca, que se regodea en su astucia y sagacidad y se obnubila con sus propias conclusiones cuando en realidad está lejísimo de la verdad.
El remedio es “buscar siempre un juicio misericordioso y caritativo”. Siempre. Para sí mismo y para los demás. Buscar algo bueno. Aunque sea que Dios nos ama y ama a las personas a quienes juzgamos. Nos ama porque nos creo y nos ama porque nos quiere salvar y Jesús dio su vida por todos.
Perdonar siete veces por día es una forma de “tener siempre pensamientos caritativos”.


Vamos ahora a Francisco y a la segunda parte del evangelio, la del servicio.

En su carta dirigida a todos los fieles, Francisco dice: “nunca debemos desear estar por encima de los demás, sino, al contrario, debemos, a ejemplo del Señor, vivir como servidores y sumisos a toda humana creatura, movidos por el amor de Dios. El Espíritu del Señor reposará sobre los que así obren y perseveren hasta el fin y los convertirá en lugar de su estancia y su morada, y serán hijos del Padre celestial.
Me llamó la atención lo de “no desear”. Francisco se mete en lo más íntimo, allí donde sólo cada persona conoce qué es lo que lo mueve. El deseo de estar por encima de los demás es muy hondo. Es el deseo “comparativo” que constituye la estructura misma de nuestro desear. A veces ni uno mismo sabe “con quién se compara”, contra quién compite. En la base de nuestra estructura psicológica queremos ser más que nuestro padre o nuestra madre o alguno de nuestros hermanos. Eso después de proyecta sobre otras personas e instituciones. Francisco discierne este deseo “natural” y nos ayuda a tomarle el gusto a un deseo “natural y sobrenatural” más hondo: el deseo de no estar por encima de los demás, el deseo de servir y obedecer a toda humana creatura. Aquí agrego que Francisco cultivaba esta actitud también con los animalitos y con toda la creación. Por eso se le acercaban los pajaritos y el lobo y se le ensanchaba el espacio. Al no querer poseer nada todo era suyo: los campos y las estrellas, el hermano sol y la hermana agua.
Tampoco se adueñaba Francisco del tiempo y por eso vivía al día, sumiso a la providencia, sin apuros.
Cada uno sabe con quien compite. A veces es con uno mismo, con una imagen “perfecta” de uno mismo que ordena con imperativos absolutos lo que uno “tiene que hacer” y no puede dejar de cumplir. Ese deseo de estar por encima de uno mismo es la raíz de nuestra cara de “estoy muy ocupado”.
En este deseo todos los hombres somos iguales: niños y viejos, clase media e indigentes, cultos y no letrados… El secreto de muchas actitudes “no coherentes” suele estar en cada uno en su escondido deseo de “estar por encima de alguien”, con quien uno se compara.
Francisco cura este deseo de superioridad con el deseo de pequeñez. Y lo hace no con razonamientos sino con la persuasión de los ejemplos de Jesús y con el premio inmediato que cultivar estos deseos tiene: “El Espíritu del Señor reposará sobre los que así obren y perseveren hasta el fin y los convertirá en lugar de su estancia y su morada, y serán hijos del Padre celestial”.
Experimentar el “reposo del Espíritu” sobre nuestra cabeza y en nuestro corazón, es lo que más estimula a dejarnos mover por el amor que nos lleva a servir a todos.
Respecto del evangelio de hoy, podemos decir que Francisco: “es «siervo inútil». Por eso, cumplirá su misión: sin ninguna pretensión personal. En su trabajo o en su servicio en casa ajena, «será menor y estará sujeto a todos los que se hallan en la misma casa»; en cualquier circunstancia, tanto entre cristianos como entre paganos, evitará toda disputa, controversia, litigio, pleito: sometido a todos por Dios, se considerará y se proclamará «siervo inútil». Esta convicción se traducirá en paz, dulzura, cortesía…. Francisco vivirá sin ejercer en absoluto presión sobre nadie quienquiera que sea: conscientes de que son hermanos menores (es decir, inferiores) y siervos inútiles, los hermanos se comportarán como pequeños que no pueden más que rogar y suplicar a los otros que perseveren en la verdadera fe y en actitud de penitencia y conversión, -esto en la época en que la inquisición comenzaba a querer forzarles a ello-, y que acojan y practiquen las palabras del Señor”.
Un lindo ejemplo de este “no desea estar por encima” lo dio Benedicto. “Muchas veces, -señala Messori- el entonces cardenal me repitió, en las entrevistas que tendríamos a lo largo de los años, que quien se preocupa demasiado por la difícil situación de la Iglesia (¿cuándo no lo ha sido?) demuestra no haber entendido que ésta pertenece a Cristo, es el cuerpo mismo de Cristo. Por tanto, le toca a Él dirigirla y, si es necesario, salvarla. «Nosotros», me decía, «solamente somos palabra del Evangelio, siervos, y por añadidura inútiles. No nos tomemos demasiado en serio, somos únicamente instrumentos y, además, a menudo ineficaces. No nos devanemos demasiado los sesos por el futuro de la Iglesia: realicemos hasta el final nuestro deber, Él pensará en lo demás»”.

Viendo lo que el Señor obra ahora por el Papa Francisco, no podemos menos que sentir confirmado este pensamiento de Benedicto.


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