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viernes, 15 de febrero de 2008

Domingo II de Cuaresma - En la cumbre del Tabor - Levantaos,no temais - La pelicula de la transfiguracion - Hay que salir



Domingo II de Cuaresma, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

ü Lecturas:

o Génesis 12, 1-4ª

o 2 carta a Timoteo 1, 8b-10

o Mateo 17, 1-9


* El gran tema de la meditación de este domingo es el relato de la transfiguración de Jesús en la cima del monte.

* Para facilitar la comprensión de este evento, de honda significación teológica, vamos a profundizar en dos aspectos:

o En un primer momento, analizaremos el significado global de la transfiguración de Jesús.

o En un segundo momento, explicaremos algunos aspectos particulares del relato.

o En otras palabras, empezaremos por la visión de conjunto para luego entrar en los detalles.

ü ¿Cuál es el gran mensaje de este hecho? ¿Qué nos quiere decir la palabra de Dios?

o Esta transfiguración de Jesús (el texto nos dice que su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz) es una manifestación de quién era realmente Jesús.

o Ciertamente los discípulos habían seguido a Jesús porque se habían sentido atraídos por el magnetismo de su profunda vida interior. Sin embargo, todavía no habían llegado hasta el fondo; la lectura que hacían de su ser y de su actuar estaba llena de imperfecciones y de ambigüedades pues les faltaba recorrer un largo camino de crecimiento interior.

ü En la Biblia encontramos varios relatos que se pueden agrupar dentro de un género literario que se llama “teofanías o manifestaciones de Dios”. En estos relatos encontramos unos elementos literarios comunes: el personaje central sube al monte en cuya cima se va a manifestar Dios, una nube lo cubre todo, se producen efectos luminosos de gran intensidad, se escucha una voz, la presencia de la divinidad produce pánico entre sus criaturas. Encontramos grandes similitudes entre la teofanía del Monte Sinaí, cuando Dios entrega las Tablas de la ley a Moisés, y la teofanía de la transfiguración de Jesús.

ü En el relato que nos ocupa en el día de hoy, se confirma que Jesús es el Mesías esperado y que es el Hijo de Dios. Su gloria se manifiesta a los tres testigos que lo acompañan (Pedro, Santiago y Juan). La transfiguración es un punto central en la revelación del reino de Dios que Jesús ha venido a hacer presente en medio de la humanidad.

ü Después de comprender el significado global de la transfiguración como manifestación de la identidad de Jesús como Mesías e Hijo de Dios, exploremos algunos detalles particulares del texto

ü Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan para que lo acompañaran a lo alto de la montaña:

o Estos tres discípulos estaban llamados a desempeñar un papel importantísimo en la construcción de la primera comunidad cristiana.

o Hacía poco Jesús les había anunciado que se dirigía a Jerusalén donde encontraría una muerte terrible. Esto los hace entrar en crisis. Al escuchar este anuncio, Pedro, que era muy explosivo en sus emociones, perdió los estribos y regañó a Jesús.

o Al invitar a sus más inmediatos colaboradores para que tengan esta experiencia única de la transfiguración, les ofrece un adelanto de lo que sucederá con el misterio pascual, cuando Jesús será constituido Señor del universo.

ü Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, quienes conversan con él. Moisés y Elías son dos grandes figuras del Antiguo Testamento, que representan lo más sagrado de la experiencia religiosa de Israel, la Ley y los Profetas. Su presencia quiere decir que en Jesús se han cumplido las promesas de la antigua alianza.

ü El texto nos dice que una nube los envolvió y desde allí se oyó una voz que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo”. En el bautismo de Jesús también se había escuchado la misma voz; en la transfiguración se confirman la identidad y la misión de Jesús.

ü El evangelista nos cuenta que, al oír la voz, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. La cercanía de la divinidad desborda absolutamente nuestra condición humana.

ü En medio de la solemnidad del momento, el apóstol Pedro hace una propuesta muy particular: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” Esta propuesta ingenua de Pedro es reflejo de un deseo muy generalizado que tenemos los seres humanos, que consiste en tratar de extender, por el mayor tiempo posible, los momentos amables de la vida y de pretender detener el paso del tiempo: los papás quisieran que sus hijos fueron bebés durante mucho tiempo para poder consentirlos antes de que llegue la rebeldía de la adolescencia; muchas personas tratan de prolongar la juventud acudiendo a todo tipo de cosméticos rejuvenecedores y a cirugías plásticas que nos hagan ilusionarnos con que todavía tenemos treinta años...

ü Este deseo de Pedro es un imposible. El tiempo no se puede detener. No es posible permanecer indefinidamente en la cima de la montaña con Moisés y Elías. Hay que bajar del monte y regresar a la realidad para asumir todos nuestros compromisos.

ü Los discípulos vivieron una experiencia única de la dimensión divina de Jesús. Lo percibieron, en todo su esplendor, como Mesías y como Hijo de Dios.

ü Dentro de la vida cristiana encontramos experiencias de Dios de muy diversa intensidad:

o Cuando leemos las vidas de los grandes místicos (pensemos en San Francisco de Asís, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, el Padre Pío canonizado hace pocos años) constatamos que tuvieron unas experiencias de Dios tan intensas que las palabras humanas son insuficientes para expresarlas.

o A través de la oración y de la lectura de la Biblia iremos afinando nuestros sentidos espirituales para descubrir esa presencia de Dios que está en todas sus criaturas: en la naturaleza, en la sonrisa de un niño, en el amor de la pareja, en las arrugas del anciano, en el pobre que pide nuestra solidaridad.

o San Ignacio de Loyola, un místico excepcional, nos invita a buscar y hallar a Dios en todas las cosas. Para los creyentes la vida diaria es una maravillosa teofanía o manifestación de Dios.




En la cumbre del Tabor
Autor: Panamá Prof


1. El monte Tabor es un monte aislado, en el nordeste de la hermo¬sa y fértil llanura de Esdrelón, en Galilea. Tiene forma redondeada y 560 metros de altura. Desde muy antiguo se le consideró, por su enclave en el límite de los territorios de las tribus de Isacar, Zabulón y Neftalí, y por su belleza, como un monte santo. Aunque los evangelios no dicen el nombre de la montaña a donde Jesús subió con sus discípulos en el relato de la transfiguración, la tradición siempre ha situado este acontecimiento en la cima del Tabor. El monte está a unos 30 kilómetros de Nazaret y tiene una abundante vegetación. En su cumbre fue edificada la iglesia de la Transfiguración , que en su fachada busca recordar la silueta de las tres tiendas a las que se refiere Pedro en el texto evangélico.

2. Desde la cima del monte Tabor se contempla una de las vistas más bellas de la tierra de Israel. A los pies del Tabor se extiende la llanura de Esdrelón o de Yizreel, que significa “Dios lo ha sembrado”, resaltando la exuberante fertilidad de esta tierra (Oseas 2, 23-25). Yizreel es un extenso valle en forma de triángulo, que flanquean el monte Carmelo, los montes de Guelboé y las montañas de Galilea. Servía para comunicar la Palestina occidental con la oriental y fue por esto escenario frecuente de guerras y batallas de gran trascendencia en la historia de la nación.

3. El monte Hermón marca el límite norte de la Tierra prometida por Dios a su pueblo. Era considerado como el guardián de la nación. Está siempre cubierto de nieve (Salmo 133).

4. El monte Ebal y el Garizim, en tierras samaritanas, fueron escenario de uno de los momentos más solemnes de la historia del pueblo (Josué 8, 30-35).

5. En los montes de Guelboé los israelitas fueron vencidos por los filisteos y fue allí donde murió Saúl, el primer rey de Israel, y su hijo Jonatán (1 Samuel 31, 1-13; 2 Samuel 1, 17-27).

6. El monte Carmelo es la patria del profeta Elías. El Carmelo, cuyo nombre significa “jardín de Dios”, es una montaña muy fértil, de unos 20 kilómetros de extensión, situada entre el mar Mediterráneo y la llanura de Yizreel. Allí realizó algunos de sus signos más espectaculares el profeta Elías (1 Reyes 18, 16-40). En la actualidad se le llama al Carmelo Yebel-mar-Elyas el “monte de San Elías”, y multitud de peregrinos acuden a venerar al primer gran profeta de Israel en una cueva excavada en la base del monte. Allí rezan y se reúnen en romerías festivas, con cantos y comidas simbólicas.

7. Elías (su nombre significa “Yavé es Dios”) vivió unos 900 años antes de Jesús. Fue el gran profeta del reino del norte de Israel, cuando la nación se dividió en dos monarquías. La popularidad de Elías fue inmensa y el pueblo tejió alrededor de su figura todo tipo de leyendas. Se decía que no había muerto, sino que subió al cielo en un carro de fuego y que volvería de nuevo para abrirle camino al Mesías. Estas ideas estaban vivas en tiempos de Jesús. En el relato lleno de símbolos de la transfiguración de Jesús, Elías no podía dejar de aparecer junto a él, para garantizarle su espíritu profético y sobre todo, como testigo de que Jesús era el Mesías esperado.

8. El Sinaí es la montaña de Moisés. También se le llama en la Biblia monte Horeb. Es la montaña más sagrada para Israel. Allí se apareció Dios a Moisés en una zarza ardiendo, allí le reveló su nombre “Yahveh”, le entregó los mandamientos e hizo alianza con el pueblo cuando marchaba por el desierto. El Sinaí está situado en territorio que hoy pertenece a Egipto, en la península del Sinaí, en pleno desierto, en una zona habitada únicamente por beduinos.

9. Moisés vivió mil 800 años antes de Jesús. Es para Israel padre y liberador del pueblo, el que lo formó y lo guió hasta la Tierra Prometida , el hombre excepcional que habló con Dios cara a cara. Y, sobre todo, el Legislador, el que dio a Israel la Ley Santa. Ninguna figura bíblica tenía tanto peso ni tanta autoridad como Moisés. Por eso, debía aparecer junto a Jesús en el simbólico relato de la transfiguración, como expresión de que se iniciaba una nueva alianza y como garantía de que Jesús heredaba las mejores tradiciones de su pueblo.

10. Para la mentalidad israelita, la montaña, por su mayor proximidad al cielo, era el lugar donde Dios se manifestaba. Otros pueblos vecinos -los asirios, los babilonios, los fenicios- pensaron de la misma manera. El monte era el lugar santo por excelencia. Más adelante, surgió otra idea complementaria: Dios elige algunos montes como especial morada suya. Y así, innumerables veces se habla en el Antiguo Testamento del monte Sión, en Jerusalén, como lugar elegido por Dios para vivir, como sitio del banquete de los tiempos mesiánicos. Además, una antigua tradición de Israel llamó a Dios con el nombre El-Sadday, que significa “Dios de las montañas” (Génesis 17, 1-2).

11. Con varios elementos simbólicos -monte sagrado, Moisés ( la Ley ), Elías (los profetas), la nube (que también aparece en el Éxodo), la luz resplandeciente-, los evangelistas armaron el cuadro teológico de la transfiguración para comunicar a sus lectores que en Jesús se cumplía todo lo anunciado por los antiguos escritos del pueblo de Israel. Presentaron así lo que se llama una “teofanía” (aparición de Dios), al estilo de muchas de las teofanías del Antiguo Testamento: Éxodo 24, 9-11 (Dios se aparece a Moisés y a los ancianos); 1 Reyes 19, 9-14 (Dios se aparece a Elías en el viento); Ezequiel 1, 1-28 (Dios se aparece al profeta Ezequiel en un carro). En estas teofanías una serie de elementos simbólicos culminan en el momento en que se escucha la voz de Dios. En el relato de la transfiguración de Jesús, las palabras de Dios son las del Salmo 2: “Tú eres mi Hijo amado”.


¡LEVANTAOS, NO TEMÁIS!

José María Maruri, SJ


1.- A derecha e izquierda de nuestras autovías de nuevo cuño se ven los estratos ondulantes de una tierra que han tenido que cortar para hacer la autopista y piensa uno en las convulsiones de la tierra para ondular esos estratos. Os imagináis las convulsiones de parto que han producido la Sierra de Guadarrama, o los Pirineos o los Andes. Y de esas convulsiones nacieron preciosos montes y valles.

Todo en principio es doloroso. Todo tiene su tiempo de gestación. Hay siempre un preludio de muerte para llegar a al vida. La semilla se pudre para formar la dorada espiga. El gusano muere para dar vida a la mariposa. Y un niño nace después de nueve meses de molestias para su madre.

Un nuevo negocio, un nuevo puesto de trabajo, una nueva vida de casados o de religiosos… todo exige trabajo y esfuerzo para llegar a la plenitud de la vida.

2.- Jesús, unos días antes de la escena que narra el evangelio de hoy, ha comunicado a sus discípulos que también ese principio de muerte y vida se cumplirá en él y en todos los que quieran seguirle tomando su cruz cada día (señal de muerte) para llegar a la plenitud de la vida

Los discípulos no le entienden, no le quieren entender… como nosotros. Y Jesús tiene la necesidad de convocar testigos fidedignos, Moisés y Elías, y sobre todo Dios, que corroboren su afirmación. El monte, la nube, el resplandor, la voz… todos son símbolos del Dios veraz que viene a corroborar la veracidad de la afirmación de Jesús, que por la muerte se llega a la vida.

3.- “Escuchadle” dice la voz y es que cuando no entendemos a Dios –y es las más de las veces– le abrumamos con nuestra palabrería. Como Pedro. “que bien se está aquí, que hagamos tres tiendas una será para Jesús y otra para Elías y otra para Moisés”. Todo menos escuchar a Dios. Pero por eso Dios insiste: “Escuchadle, creedle, que por la muerte se va a la vida, que la muerte no es fin, sino paso para la verdadera vida”.

4.- Hay en el evangelio de hoy un “Levantaos, no temáis…” que recuerda a otro “Levantaos, vamos…” que dice Jesús a los mismos tres discípulos en el Huerto de los Olivos, en gloria o en dolor: “Levantaos, vamos”, con decisión.

También Abraham le dijo el Señor: “Levántate, sal de tu tierra, no te instales, y no le deja establecer su tienda de campaña junto a la de su padre en algún oasis del desierto, para gozar de hijos y nietos.

5.- Sal, muévete. Levantaos, vamos. Y contra este “Levantaos” está nuestro “hagamos tres tiendas”. Levantaos porque la vida es movimiento, porque no se llega al término del camino sin andar el camino, aunque el camino sea el camino del Calvario que se desemboca en resurrección.

Levantaos, no temáis. No temáis al misterio de la muerte y del dolor que no son fin sino paso.

**no temáis a un Dios que puede parecer poco amigo, más que Padre, pero que aun a través de la muerte nos conduce a la vida.

**no temáis a un Dios paradójico que llama Predilecto a su Hijo Jesús, al que conduce al camino del Calvario, aunque el camino no acabe allí.

**no temáis a un Dios que es un sí total al hombre y a la vida; y que está cien por cien con quien sufre

**un Dios que camina hombro con hombro con nosotros y que en los momentos difíciles nos lleva en brazos para que las espinas del camino no se claven en nuestros sino en los suyos… Levantaos, no temáis.



LA PELÍCULA DE LA TRANSFIGURACIÓN

Ángel Gómez Escorial


1.- Hemos escuchado el relato de Mateo sobre la Transfiguración del Señor. Es, ya lo hemos dicho en la monición, como un buen guión cinematográfico. Está todo perfectamente trazado e, incluso, con la descripción de colores, de luces, de texturas… Analiza magistralmente el comportamiento psicológico de algunos de los personajes. Por ejemplo, el de Pedro que, pletórico por la escena vista, decide perpetuarla para siempre y busca hacer unas cabañas para Jesús, Moisés y Elías; para que allí se queden. El final, incluso, cuando ya no “hay nada”, tiene también lenguaje de cine. Es la vuelta al principio que tanto usan las películas. Por eso, no es nada extraño que la escena de la Transfiguración del Señor haya sido uno de los temas más repetidos por pintores y escultores de todos los tiempos. La plasticidad del relato de Mateo es innegable.

2.- Pero, aquí y ahora, no tenemos más remedio que hacernos una pregunta importante: ¿qué significa la Transfiguración para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es creíble? ¿No será una leyenda de los evangelistas intentado reunir en una misma escena, y con Jesús, a los dos personajes más importantes del judaísmo? Moisés en el padre de la Ley, de la forma de rezar, de vivir y de ser de los judíos. Elías, arrebatado en un carro de fuego al cielo, se le esperaba. Llegaría un poco antes del Mesías o, simplemente, volvería para indicar que se acercaban mejores tiempos para el Pueblo de Dios.

Las luces, la fluorescencia e incandescencia de las figuras, la nube y la voz que llega de lo alto. Todo tiene algo de mágico. Probablemente, no suene mal a los afiliados a lo prodigioso, a lo esotérico. Pero, repito, ¿y a nosotros ahora, en nuestro tiempo, como creyentes, como nos suena, qué nos parece? En una época en la que, incluso, el cine fantástico basado en la magia o en los transformismos mas truculentos hace furor entre mucha gente, ¿donde se coloca la Transfiguración?

3.- Lo que nos narra San Mateo es cosa de Dios. Es suave, sencillo, agradable, bello. La aparición de la divina “nube de la tiniebla, que cubre la escena con su sombra sorprende, pero no arremete con ruidos insufribles. Las magias esas que vemos ahora, recicladas y traídas de otras épocas y de otras culturas, son durísimas, violentas, trágicas, grotescas. Y, por tanto, inhumanas e increíbles. No están hechas a la medida del hombre. Lo que se contiene en la Transfiguración, si. Es algo que entendemos, aceptamos, nos subyuga. Y hemos de reflexionar sobre nuestra propia existencia, sobre nuestra vida –personal e intransferible– de cristianos y en ella, sin miedo, sin el temor a lo que vayan a decir los demás, podremos reconocer algún hecho extraordinario que nos ha ocurrido; que, alguna vez, la mano de Dios se ha acercado a nosotros de una forma singular, no habitual, no esperada. E, igualmente que en la escena del Monte Tabor, de manera suave y placentera como la brisa de un viento susurrante y fresco. Claro que todos tenemos miedo a caer en el milagrerismo porque, obviamente, hay muchos mentirosos o perturbados. Y mentirosos “profesionales”. Pero eso no quiere decir que cerca de nuestras vidas, muy cerca, aparquen unos cuantos hechos notables y extraordinarios, que no acertamos a comprender del todo y que se resisten a cualquier análisis objetivo.

La fe es necesaria, muy necesaria. Pero eso no significa que todo lo que creemos se mantenga por el uso exclusivo de la fe, la cual, además, es un don de Dios. Pero, insisto, hay algo más. Dios, que nos abandona en la lucha, que además no permite que la prueba –que la tentación– nos supere, también nos ayuda de mil maneras. Aunque no ocurre siempre. Y ello es un misterio que narró muy bien Ignacio de Loyola con sus estados de “consolación” y “desolación”. Y, en fin, es verdad que, a veces, un mismo paisaje, bello en sí mismo, y conocido por nosotros, toma en un momento dado especiales brillos y singular belleza y nuestra alma se queda feliz y con una paz muy especial.

3.- La mayoría de los comentaristas no entran en ese aspecto que llamaríamos puramente físico de la Transfiguración para referirse –y, también, es muy lógico– a esos otros aspectos más pegados a la historia evangélica del momento. En efecto, Jesús ha anunciado que es su subida a Jerusalén, será detenido, torturado y ejecutado. Y necesita darles fuerza para soportar los futuros malos momentos en forma de una auténtica persecución política y religiosa. Está también la elección de los Apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, los mismos que estarán presentes en los muy dramáticos momentos del Huerto de los Olivos. La otra consecuencia es que la maravillosa escena de la Transfiguración quedó olvidada entre los tres discípulos y solo sería tomada en cuenta y reconocida después de la Resurrección.

A nosotros, de todos modos, nos va marcando el camino cronológico hacia Jerusalén, hacia la Muerte y Resurrección del Señor, que eso, es también, la Cuaresma: la contemplación de unos hechos de la vida de Jesús que nos ayudan a comprender mejor su sacrificio, su entrega por todos para el perdón de los pecados.

4.- Interesará, especialmente, para nosotros que no pase desapercibida la Transfiguración, que sea signo eficaz e indeleble es nuestras reflexiones de Cuaresma. Queda, todavía camino cuaresmal. Este segundo domingo es todavía algo menos de la mitad del recorrido. Pero lo importante es no dejar pasar este tiempo de conversión y de convencimiento. La Escritura nos ayuda. La oración muy especialmente. Y también la limosna. Hay muchos hermanos que necesitan de nuestra ayuda. Y la necesitan en muchos sentidos. En el económico, por supuesto. Pero también en el del afecto y la cordialidad. Y queda ejercitar la austeridad. No debemos olvidarlo, porque el mucho comer y beber cierra nuestros oídos del alma a las recomendaciones personales del Seño

r, Nuestro Dios.


¡HAY QUE SALIR!

Javier Leoz


1.- No hay peor cosa que la soledad. Y, las grandes empresas, los magnánimos ideales, se llevan mejor y a buen fin, con buena compañía. Lo mismo ocurre con la cruz: cuando su largo madero se reparte en cientos de hombros… resulta menos pesado y más solidario.

Algo así debió de pensar Jesús cuando, después de la prueba del desierto, toma a un puñado de amigos para salir del ruido, del llano, de la vida ordinaria y elevarlos, no solamente a una montaña, sino también a la contemplación del misterio que hoy celebramos: la Transfiguración.

Aquellos apóstoles, estoy seguro, no entendían “ni papas”. De repente todo se transforma de tal manera que, por querer, hasta pretendían quedarse indefinidamente en lo más alto de la cumbre. Y es que, cuando uno sale de sus obligaciones, del ajetreo de cada día para encontrarse con Dios, llega a pensar que, es en ese lugar, donde mejor se está y donde merecería la pena vivir para siempre. Luego, por supuesto, los pies en la tierra, y la conciencia de que nuestra fe no sólo es espiritualidad, nos harán caminar y optar también por la senda del compromiso. Jesús, no nos quiere volando ni perdidos entre nubes, sino embarrados y entretejidos con las cuestiones que preocupan al hombre de hoy.

2.- El Monte Tabor es el escenario de una experiencia que marcaría el rumbo de las vidas de Pedro, Santiago y Juan. Aquel “qué bien se está aquí” que el espontáneo Pedro exclamó con fuerza, emoción y con paz, es idéntico al que nosotros, con una eucaristía bien celebrada y atendida, una oración pausada o contemplativa o con cualquier otro acto de piedad podemos expresar.

En el fondo, nos cuesta sacudirnos esa gran telaraña que nos cubre de palabras, ruidos, millones de imágenes o falsas promesas. El alma contemplativa, que tanto bien nos puede hacer para poner las cosas en su sitio y a Dios en el centro de todo, nunca ha estado tan amenazada –por lo menos en Europa- como en el presente. ¡Cuesta desprenderse de una sociedad que todo lo mediatiza, todo lo controla y todo lo pretende! Hay que distanciarse, no huir, de ese maremagno de situaciones que nos producen frialdad, engreimiento o falta de reflexión. Y también, por qué no señalarlo, de esa sociedad absoluta que, a duras penas, nos deja un poco de espacio para pensar y actuar por nosotros mismos.

3.-Tabor, en este segundo domingo de la Santa Cuaresma, es el compromiso de acompañar a un Jesús que se ofrece como camino, recorrido con cruz, para que el hombre no olvide ni su dignidad ni su ser hijo de Dios. No nos podemos quedar cómodamente sentados en la felicidad de nuestros sueños; en una fe personal y privada. ¡Qué más quisieran algunos! Uno, cuando escucha la Palabra, con la misma confianza y credulidad que lo hicieron Abraham, Pablo, Pedro, Santiago o Juan, a la fuerza ha de ponerse inmediatamente en movimiento. Nuestra presencia en esta Eucaristía nos debe de llevar a soltar un “qué bien se está aquí” pero también nos ha de llevar a un convencimiento: el mundo nos espera fuera; en el mundo es donde hemos de dar muestras de lo que aquí, en este “monte tabor que es la Eucaristía”, hemos vivido, visualizado, escuchado y compartido. ¿Seremos capaces? ¿O nos conformaremos con este puntual “tabor” que es la misa dominical?

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