Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. El sentido del sufrimiento
Publicado por Misioneros Redentoristas
El buen pastor:
La figura del buen pastor es eso, una figura, no una identificación total con todas las condiciones del pastor y sus animalitos, las ovejas. Esto porque en ocasiones se ha tomado la figura del buen pastor para justificar una Iglesia monárquica y absolutista que maneja a los llamados fieles laicos como a un rebaño de ovejas. Son tratados aparentemente con mucho amor pero, en fin, como a seres irracionales.
Podemos citar algunos errores históricos en los que hemos caído como Iglesia; esto lo hacemos no para juzgar y condenar sino para aprender y para buscar no caer más en ellos. El Papa Bonifacio II expresó en su Bula Unam Sanctam: “Declaramos, afirmamos, definimos y pronunciamos que someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad para la salvación de toda humana criatura”
En el contexto de la guerra contra los turcos, tiempo en que se buscó la unidad con la Iglesia de Oriente, se realizó el Concilio de Florencia, desde el año 1438 hasta el 1442. En este Concilio se hizo la siguiente afirmación: “Este Concilio Ecuménico cree firmemente, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos sino también judíos herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles… nadie puede salvarse, por más limosnas que haga y aún cuando derrame su sangre en nombre de Cristo, si no permanece en el seno de la Iglesia Católica”
La constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano I se afirma: “Así, pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene tan sólo un oficio de supervisión o dirección, y no la plena y suprema potestad de jurisdicción sobre toda la Iglesia, y esto no sólo en materia de fe y costumbres, sino también en lo concerniente a la disciplina y gobierno de la Iglesia dispersa por todo el mundo; o que tiene sólo las principales partes, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata tanto sobre todas y cada una de las Iglesias como sobre todos y cada uno de los pastores y fieles: sea anatema (Es decir: sea maldito).”
En este mismo sentido el Papa contrarreformista Pío X afirmó: “La Iglesia es, por la fuerza misma de su naturaleza, una sociedad desigual. Comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Y estas categorías hasta tal punto son distintas entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores.” No nos corresponde juzgar y condenar a algunos Papas o a los concilios, teniendo en cuenta que hablaron en otro tiempo con las categorías que se manejaban en esa época. Pero vale la pena reconocer humildemente nuestro pasado y buscar ser más fieles a Jesús.
Por fortuna el Concilio Vaticano II dio un giro de 180 grados y puso en primer lugar al pueblo de Dios: “Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, hizo de su nuevo pueblo un reino de sacerdotes para Dios, su Padre. Pues los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo…” El mismo Concilio pide a los obispos, presbíteros y diáconos que sean pastores de la grey.
No obstante el giro copernicano del Concilio Vaticano II, en la práctica muchas cosas se hacen con una mentalidad preconciliar, empezando desde las “altas esferas” de la Iglesia, hasta en las parroquias y pequeñas comunidades eclesiales. Desde la Iglesia abogamos por la defensa de los derechos humanos y por la instauración de la democracia en los pueblos. ¿No podemos aplicar a nuestra institución eso mismo que pedimos a los estados? ¿La organización monárquica, piramidal, estática y uniforme que se maneja en nuestra Iglesia es un dogma irrefutable o es algo que puede cambiar? ¿Es un total adefesio anticristiano pedir que nuestra Iglesia sea un poco más crítica, democrática, igualitaria, dinámica y plural? ¿Es una infidelidad a Jesucristo pedir que en nuestra Iglesia haya más espacio para la crítica constructiva y para la participación pro-activa del laicado? ¿Se puede hablar de voluntad divina lo que es un realidad un mero condicionante histórico propio de una sociedad rural, preindutrial, androcéntrica y patriarcal?
En medio de esta discusión que no podemos dejar a un lado, está el Evangelio de hoy que nos presenta la figura del Buen Pastor. El Cuarto Evangelista empieza con una denuncia a las autoridades civiles, militares y religiosas de su tiempo que vivían preocupadas nada más que por sus mezquinos intereses. Éstas estaban, como dice el texto, para robar, matar y hacer estragos; por eso la gente las rechazaba. Por otra parte, el Evangelio propone la persona de Jesús, su palabra, su servicio, su testimonio y su entrega generosa, como un paradigma a seguir para construir una verdadera comunidad de personas. Comunidad en la cual todos sean dignos, se sientan importantes, conocidos, recocidos, amados y con la responsabilidad de construir juntos una verdadera comunión y participación, sin fanatismos ni exclusivismos. Una comunidad que viva en la práctica que la promesa es para todos, tal como lo proponía Pedro a la multitud (2da lect.).
A la luz de Jesús, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, necesitamos una Iglesia que promueva un liderazgo abierto y desinteresado. Una Iglesia que cuide la sagrada fuente de agua viva que son Jesús y su Evangelio, y que a su vez se abra, con cuidado pero sin miedo, a un mundo que vive sediento de Dios, aunque a veces se ufane de negarlo. Todo grupo humano necesita líderes, la Iglesia también. Como dijo el teólogo Hans Küng: necesitamos la Iglesia-institución. Pero esa institución es más útil si está relativizada, si no es tenida como un absoluto total, monolítico e indiscutible.
Necesitamos en general padres de familia, líderes sociales, cívicos, religiosos, políticos, comunitarios, etc., que, como Jesús, sean “Buenos Pastores”, que no se emborrachen con el poder ni lo utilicen para sus bajos instintos de “grandeza”. Que con un gran espíritu de servicio y entrega por su pueblo, lideren procesos para generar vida en abundancia.
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