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jueves, 24 de abril de 2008

Domingo VI de Pascua - Ciclo A: La alegría de creer

Por Fernando Torres, cmf
Publicado por Ciudad Redonda

La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos va llevando a través de los primeros días de la comunidad cristiana primitiva pero, sobre todo, nos muestra la tarea de los primeros evangelizadores y el efecto de la buena nueva en los que lo reciben.
En la lectura de hoy Felipe, uno de los diáconos recién nombrados, llega a Samaría y predica a Cristo. El efecto es contundente: “La ciudad se llenó de alegría”. Ese es el resultado que produce la predicación de la Buena Nueva en las personas que la acogen: sus corazones se llenan de alegría. Cristo se convierte en el sentido de su vida, la fe devuelve la esperanza a esas personas. La predicación libera a los que la acogen del mal, de la enfermedad, de la muerte.

Del agradecimiento al diálogo
Los creyentes, los que acogen el mensaje de Jesús, viven de una forma nueva. En la segunda lectura el apóstol Pedro exhorta a los creyentes a glorificar a Cristo Jesús. Es algo que sólo se puede hacer desde la alegría y el gozo, desde el agradecimiento que supone el saberse salvados, rescatados. Ese agradecimiento es la actitud vital del cristiano. Desde ella los creyentes son capaces de dar razón de su esperanza.
Pero la fe no se impone. No se trata de hacer apología sino de compartir en respeto y humildad, desde la escucha del otro y su experiencia –exactamente la forma como Jesús se relacionaba con aquellos con los que se encontraba–. A eso se refiere Pedro cuando afirma que hay que dar razón de la propia esperanza pero con “mansedumbre, respeto y en buena conciencia”.

Jesús, causa de nuestra alegría
El Evangelio nos lleva, como siempre, a lo que es el origen, centro y causa de la vida del creyente. Si la predicación de la Palabra es liberadora y provoca la alegría, si los creyentes deben glorificar a Cristo y dar razón de su esperanza con mansedumbre y respeto, es porque Jesús se ha convertido en el centro de referencia básico y único para los que creen en él. Seguirle es amarle.
El amor se convierte en la actitud fundamental de la vida del creyente. Fuera del amor nada tiene sentido. No hay más mandamiento que el amor. Al final, el que ama sabe y el que no ama, no sabe nada. Ese es el gran mandamiento, el que engloba y da sentido a todos los demás: el amor. No hay otro mandamiento del que Jesús exija su cumplimiento a sus seguidores: amar. Y el que ama, cumple sus mandamientos y le ama a él. Amar no es un sentimiento más o menos vago de empatía con los demás. Es una forma de estar cerca de los otros muy concreta y práctica, procurando efectivamente su bien.

Un amor vivido en el día a día
Podríamos aplicar al amor las palabra que Juan Pablo II aplica a la solidaridad en su encíclica “Sollicitud Rei Sociales”: “La solidaridad (el amor) no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y de cada uno” (n. 38). Se trata de amar a los que nos rodean pero, como hizo Jesús, amar en especial a los más pequeños, a los más abandonados, a los que más sufren, a los marginados. Amar es incluir y no excluir. Amar es dar la vida por los demás. Amar es hacer lo que hizo Jesús por nosotros.
Comprender el mensaje de Jesús es vivir la vida con un color nuevo. Entonces se siente la alegría del que está liberado del mal y de la muerte, se glorifica a Dios, se puede dar razón de nuestra esperanza con respeto y en diálogo.

El Espíritu nos da fuerzas
Vivir así no siempre es fácil. Amar de la manera como nos invita Jesús a hacerlo supone coraje y mucho valor. Por eso Jesús promete a sus discípulos el envío del Espíritu de la verdad, de su Espíritu. Será su forma de seguir cerca de los suyos, de ayudarnos a aceptar de corazón sus mandamientos, el mandamiento del amor, y llevarlos a la práctica. Los apóstoles, en la primera lectura, imponían las manos y los creyentes recibían el Espíritu Santo y, entonces, su alegría era completa.


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