1.- La Madre Teresa Calcuta y sus seguidores y seguidoras, los mejores misioneros, los que están dando verdadera credibilidad a la Iglesia, no van con la manga de riego en ristre bautizando a todo aquel que cae en sus manos. Ya lo sabéis: la Madre Teresa se sentaba junto al enfermo y moribundo, y le acompañaba y le daba cariño. Así lo hacía ella y así lo siguen haciendo los continuadores de su obra. Los bautizan en amor, los cristianizan en compañía y cariño. Y es que ser cristiano esencialmente es ser amado y acompañado por Dios… “No os dejaré solos, mi Padre le amará y yo lo amaré”
2.- Dios es amor y cuanto hace lo hace por amor y por ese amor existe el universo y existimos nosotros en él. ¿Es esto muy egoísta? ¿Es egoísta el niño porque recibe la vida y el cariño de su madre? Es que no puede ser de otra manera.
Un amor sin motivo en nosotros… No nos quiere Dios porque seamos buenos, nos quiere porque Él es bueno. Y las personas buenas destilan bondad y amor, como los pinos resina, sin poder dejar de hacerlo. Esto es lo mismo que decir que el amor de Dios a nosotros en totalmente gratuito.
Y es una especie de amor el saber aceptar el amor, no ser puercoespín cuando nos toca el amor de Dios, no ser como esos niños ariscos que cuando les dan un beso apartan la cara.
3.- El Señor sabe muy bien que no hay peor sufrimiento para el hombre que sentirse solo y por eso se nos ha dado como compañero perpetuo. “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos, vendremos a él y haremos en él nuestra morada, morada de ese Espíritu Santo de que nos habla el evangelio de hoy. Donde quiera que vayamos nunca estaremos solos, en nuestras horas de soledad, en la soledad de nuestros cansancios, de nuestras lágrimas, de nuestras penas, nunca esteremos solos.
Y aquí en los sagrarios de nuestras iglesias, está ese mismo Señor Jesús que acompañó por los caminos de Galilea a los discípulos y que hoy se hace compañero de cada uno de nosotros y nos espera como esperó a la samaritana sentado en el brocal del pozo, como esperó a la adúltera y la perdonó sin juzgarla, como salió al encuentro de la viuda de Naín rota por la muerte de su hijo. Buscó al paralítico de la piscina de Siloé, pasó junto al ciego Bartimeo.
3.- Ser amado y acompañado, y amar y acompañar porque ya nos dice San Juan que el que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso. Tagore lo pone de otra manera: “Mira, sí, la luz de las estrellas, pero no te olvides de atizar el fuego de tu estufa porque las estrellas no darán calor a nadie y tu hogar sí.
Mirar a Dios y amarlo en las alturas, sí, pero dando calor humano a los que nos rodean. Y eso es lo que el Evangelio de hoy nos dice: “cumplir mis mandamientos”, que Él ha reducido a uno sólo: “Este es mi mandamiento que os améis unos a otros.
No nos quedemos en el platónico amor a las estrellas, bajemos a echar leña a las estufas con que nuestros hermanos tienen que calentarse.
2.- Dios es amor y cuanto hace lo hace por amor y por ese amor existe el universo y existimos nosotros en él. ¿Es esto muy egoísta? ¿Es egoísta el niño porque recibe la vida y el cariño de su madre? Es que no puede ser de otra manera.
Un amor sin motivo en nosotros… No nos quiere Dios porque seamos buenos, nos quiere porque Él es bueno. Y las personas buenas destilan bondad y amor, como los pinos resina, sin poder dejar de hacerlo. Esto es lo mismo que decir que el amor de Dios a nosotros en totalmente gratuito.
Y es una especie de amor el saber aceptar el amor, no ser puercoespín cuando nos toca el amor de Dios, no ser como esos niños ariscos que cuando les dan un beso apartan la cara.
3.- El Señor sabe muy bien que no hay peor sufrimiento para el hombre que sentirse solo y por eso se nos ha dado como compañero perpetuo. “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos, vendremos a él y haremos en él nuestra morada, morada de ese Espíritu Santo de que nos habla el evangelio de hoy. Donde quiera que vayamos nunca estaremos solos, en nuestras horas de soledad, en la soledad de nuestros cansancios, de nuestras lágrimas, de nuestras penas, nunca esteremos solos.
Ven dulce huésped del alma
descanso de nuestro esfuerzo
tregua en el duro trabajo
brisa en las horas de fuego
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos
descanso de nuestro esfuerzo
tregua en el duro trabajo
brisa en las horas de fuego
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos
Y aquí en los sagrarios de nuestras iglesias, está ese mismo Señor Jesús que acompañó por los caminos de Galilea a los discípulos y que hoy se hace compañero de cada uno de nosotros y nos espera como esperó a la samaritana sentado en el brocal del pozo, como esperó a la adúltera y la perdonó sin juzgarla, como salió al encuentro de la viuda de Naín rota por la muerte de su hijo. Buscó al paralítico de la piscina de Siloé, pasó junto al ciego Bartimeo.
3.- Ser amado y acompañado, y amar y acompañar porque ya nos dice San Juan que el que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso. Tagore lo pone de otra manera: “Mira, sí, la luz de las estrellas, pero no te olvides de atizar el fuego de tu estufa porque las estrellas no darán calor a nadie y tu hogar sí.
Mirar a Dios y amarlo en las alturas, sí, pero dando calor humano a los que nos rodean. Y eso es lo que el Evangelio de hoy nos dice: “cumplir mis mandamientos”, que Él ha reducido a uno sólo: “Este es mi mandamiento que os améis unos a otros.
No nos quedemos en el platónico amor a las estrellas, bajemos a echar leña a las estufas con que nuestros hermanos tienen que calentarse.
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