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jueves, 24 de abril de 2008

Domingo VI de Pascua - Ciclo A: El amor es acción

por Jesús Burgaleta
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 108-110
Publicado por El Libro de Arena

El «amor» es la palabra más repetida entre nosotros. Por eso está sujeto a muchas deformaciones. Tantas, que a veces no sabemos qué estamos diciendo con «amor» y hemos tenido, por deterioro, que desterrar de nuestro lenguaje la palabra «caridad».
Entre nosotros, porque tenemos muy mala iniciación y experiencia del amor, se reduce a un mero sentimiento. Un sentimiento vago y abstracto de fraternidad universal, que no nos compromete a nada y que, en algunas y escasas ocasiones, nos suele crear una cierta mala conciencia, que en seguida aplacamos. El «amor» se convierte así en una especie de preocupación inoperante por el otro que se manifiesta en el dolor por los pueblos aplastados, en la incomodidad que sentimos ante el hambre en el mundo, en el horror ante las masacres que nos da la televisión, en una inquietud coloquial por la paz, en unas peticiones rituales por los problemas del mundo.
Reducimos el amor, en las relaciones de la misma comunidad cristiana, a un mero afecto «espiritual». Pero vivimos la contradicción de que aquí todo el mundo se siente unido a todo el mundo, pero no tiene nada que ver con nadie y todos permanecemos indiferentes ante el que está sentado junto a mi en esta misma sala de reunión.
Este «amor» interior, intimista, que se cuece sólo en mi corazón, que es como un horno que arde pero no da calor, es muy sospechoso. Puede ser, como de hecho ocurre, una evasión de la realidad.
¿Cómo es posible que digamos que amamos, si no hacemos las obras del amor?
El amor no es un mero sentimiento. Amar es vivir orientado hacia los demás. El amor no es una «actitud más» de la vida, aunque la consideremos la más importante; no es un «sentimiento más» de la vida, aunque lo tengamos por el más profundo. No está por un lado la vida y por el otro el amor, como algo que pudiera acceder a nuestro vida. EL AMOR ES LA VIDA Y LA VIDA VERDADERA CONSISTE EN EL AMOR.
Y la vida es acción.
Amar es hacer la vida del amor. «Si me amáis guardaréis mis mandamientos».
«Los mandamientos de Jesús», por contraposición a los mandamientos antiguos, es uno solo: la vida entregada. La acción de la entrega es el vivir de Jesús; por eso puede permanecer entre sus discípulos aún después de la muerte: porque esta vida de amor –el vivir es la entrega– es más vida cuánto más se entrega. «Porque yo sigo vivo».
El amor de Jesús no es un mero sentimiento, es el desarrollo de su vida el servicio de los demás, en la realidad concreta en la que viven. De tal manera que este vivir –la acción de amor de Jesús– provoca la adhesión de unos y la ira, el rechazo y la persecución, de los poderosos, de los que pertenecen al mundo que no ama.
Esta es la vida que agrada a Dios y que salva. El que vive amor, está en Dios y está en los demás. El amor es la Vida de Dios que nos impulsa a dar vida a los otros.
El amor del discípulo es el mismo que el de Jesús: es la vida puesta al servicio de los demás en medio de la realidad en la que viven, Ama de verdad el que tiene el mismo principio vital de Jesús: entregarse hasta ser capaz de olvidarse de sí por el bien de los semejantes. Esto es cumplir «los mandamientos de Jesús»: vivir los mismos valores de Jesús, recorrer en la vida el mismo camino que él.
Para examinar la verdad de nuestro amor, nada mejor que mirar lo que ocurre en esta celebración de la Eucaristía. ¿Es una acción de vida entregada? ¿Es una celebración del compartir mutuo? ¿Es la expresión de nuestra vida al servicio de los demás? ¿Estamos los unos en los otros? ¿Nuestro vivir es el amor al otro?
O por el contrario,
ni tan siquiera nos conocemos,
ni nos interesamos por el otro,
ni nos ayudamos,
ni nos damos vida,
ni nos queremos nada.
Si fuera así, ni «Cristo está en nosotros», ni «el Padre nos ama», ni se nos revela, ni «guardamos sus mandamientos» y, por lo tanto, tampoco «le amamos».
Revisemos nuestra vida, en silencio.

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