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sábado, 26 de abril de 2008

Domingo VI de Pascua - Ciclo A: Paráclito, el Defensor de Dios

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo 6º de Pascua. Juan 14,15-21. He venido presentando la pascua cristiana desde las experiencias fundantes de la vida: pan, libro, amor… El evangelio de hoy presenta la pascua como promesa y Esperanza del Espíritu Santo: “Yo rogaré al Padre y os enviará otro Defensor”, es decir, el “paráclito de Dios”. La Pascua viene a presentarse así como experiencia de Presencia, Dios en nosotros. Ésta es la gran promesa que sostiene el camino de la historia tantas veces osucura y angustiosa de los hombres.

Texto:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor (=Paráclito), que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él (Juan 14,15-21).

Evangelio de Juan: Catequesis del Espíritu

El evangelio de Juan puede entenderse como una catequesis del Espíritu, como dice el mismo Jesús a Nicodemo, maestro de Israel: «En verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 2, 5). El evangelio es experiencia de nacimiento: nos hace ver que somos hijos de Dios, con Jesús, en el Espíritu. La religión anterior ha pasado, los montes sagrados y templos, los cultos antiguos. Llega en Jesús la novedad de una adoración gratuita, abierta a todos:

«Créeme, mujer: viene la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Pero llega la hora y es ésta en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; estos son los adoradores que Dios busca: Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben adorarle en Espíritu y Verdad» (Jn 4, 21-24).

Los hombres estaban divididos por sacralidades. Ahora han de unirse en el Espíritu y Verdad universal. Eso lo sabían los judíos helenistas (Filón y Sabiduría), pero no habían podido concretarlo. Muchos cristianos posteriores han seguido encerrados en una cultura o ciudad (nación) particular. En contra de eso, Jesús quiere que todos se vinculen por el Espíritu, que brota como río de su seno:

«Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él; pues todavía no había Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado» (Jn 7, 39).

Jesús resucitado es manantial del Espíritu, que mana hacia todos los humanos (como las aguas del paraíso: Gen 2, 10-14; Ap 22, 1-2).

Jesús pascual, la promesa del Espíritu:

En ese fondo se sitúan los textos del Espíritu-Paráclito, como abogado, defensor de los fieles en la prueba (cf. Mc 13, 11 par), intérprete y autoridad de Jesús en la iglesia.

(1) Rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, que esté con vosotros para siempre (Jn 14, 16). Ésta es la palabra clave del evangelio de hoy. Jesús mismo había sido el Paráclito, defensor de sus discípulos. Pero ahora que se va y les deja en plano físico, pide al Padre otro, que sea presencia interior y compañía (no os dejaré huérfanos: 14, 18). Los hombres que están cerrados en el “mundo” viven en un plano de carne, de lucha mutua, mentira. La misma vida se les cierra y aparece como círculo de muerte. Por el contrario, aquellos que viven iluminados por Jesús (desde la presencia de Dios) reciben la promesa del el Espíritu. Están acompañados. Esta experiencia del Dios-Compañía es la clave de pascua cristiana.

(2) El Paráclito... os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os dije, como Maestro interior divino (Jn 14, 26). La iglesia ha corrido a veces el riesgo de entender la verdad como algo impuesto por fuera, resuelto y enseñado desde arriba. Pero Jesús promete a los suyos un magisterio interior: los cristianos sólo conocen la autoridad del Espíritu-Paráclito, que interpreta y actualiza a Cristo. Corremos el riesgo del engaño, de la manipulación de diverso tipo. Pues bien, si confiamos en el Cristo (en el Dios que vive dentro de nosotros) tendemos la garantía de la verdad. Ésta es la verdad interna, aquella que alumbra nuestra vida, desde el interior de Dios, que es nuestra luz.

(3) Cuando venga el Paráclito... dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio (15, 26-27). Jesús no ha prometido según Juan un magisterio externo para dogmas y enseñanzas. Tampoco ha dejado una estructura de poder. Su verdad se expresa en la enseñanza interior del Espíritu, que actúa a través al testimonio de los fieles. Cuando están en riesgo las instituciones, queda y crece ese testimonio. La verdad se expresa así como “testimonio” de vida interior. Tenemos a nuestro lado el Gran Testigo de Dios, que es Jesús. Podemos ser y somos testigos de Dios unos para los otros.

(4) Conviene que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré (16, 7). Una presencia material de Jesús estorbaría, pues él quedaría fuera de la vida de sus fieles. Muchos parecen añorarle así, actuando a través de milagros, apariciones, seguridades exteriores. Pues bien, es necesario que Jesús se vaya, que cumpla su tarea, para que sus fieles asuman la verdad en el Espíritu, que es presencia y experiencia interior de Jesús. Por encima de todas las restantes instancias eclesiales, Jesús apela a la Confianza del Espíritu, Paráclito (Abogado y Consolador) de los fieles.

Es Consolador, pues lo buscamos allí donde nuestras tradiciones patriarcales, de seguridad externa, van envejeciendo.
Es Abogado, porque necesitamos defensa en este mundo convulso, en crisis de violencia y muerte.
Es el don pascual de Jesús, que se aparece y habla, dándoles poder de perdonar (=vincular en amor) a todos los humanos: «Dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22).

Este es el momento clave de la nueva creación, reverso y cumplimiento de Gen 2, 7: el Espíritu de Dios se identifica con el Aliento que Jesús da a los hombres, en el momento cumbre de la pascua, cuando alienta y ofrece su Espíritu a sus discípulos, para que así vivan en gesto de gracia y perdón a todo el mundo.
(cf. H. HEITMANN y H. MÜHLEN (ed.), Experiencia y teología del Espíritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; F. PORSCH, El Espíritu Santo, defensor de los creyentes, en el Evangelio de Juan, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; E. SCHWEIZER, El Espíritu Santo, Sígueme, Salamanca 1992).

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