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martes, 8 de abril de 2008

El laico católico en una Iglesia clerical

José Arocena
Doctor en Sociología.
Vicerrector Académico de la Universidad Católica.
Publicado en la Revista Misión

La Iglesia Católica ha desarrollado en las últimas décadas un discurso dirigido a los laicos, por el que se busca estimular un mayor protagonismo de los cristianos que no forman parte del clero. Este discurso -con altibajos- ha pretendido constituir un cambio frente a las críticas que definen a la Iglesia Católica como una estructura clerical.

Así en distintas instancias catequéticas u otras, se ha insistido en que la diferencia entre clérigo y laico se sitúa en la especificidad de la función de cada uno.

El laico en el discurso oficial de la Iglesia

En la última conferencia del CELAM en Aparecida (Brasil), hubo una referencia a las comunidades eclesiales de base que tuvo un cierto relieve en el documento emanado de la conferencia misma: "Queremos decididamente reafirmar y dar nuevo impulso a la vida y misión profética y santificadora de las CEBs, en el seguimiento misionero de Jesús. Ellas han sido una de las grandes manifestaciones del Espíritu en la Iglesia de América Latina
y El Caribe después del Vaticano II. Tienen la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad, y la orientación de sus pastores como guía que asegura la comunión eclesial. Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres. Son fuente y semilla de variados servicios y ministerios a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia."

Como dice José Comblin, estas afirmaciones fueron relativizadas en el documento oficial que promulgó el Vaticano: "El documento final habla explícitamente de las comunidades eclesiales de base (176-179).' Esta es la parte que sufrió más correcciones en Roma, pues el texto de los obispos era mucho más incisivo. Aun así el texto enuncia todos los frutos positivos de las comunidades eclesiales de base, reconociendo que ellas fueron la señal de la opción por los pobres".

Más allá de estas diferencias entre los textos, se confirma el discurso sobre la importancia de las comunidades eclesiales de base, que le dan al laico la posibilidad de tener un rol más activo en la vida de la Iglesia. Sin embargo la constatación que hacemos todos los días es que esta u otras formas de participación laical, han tenido un bajo nivel de realización concreta en la vida interna de la Iglesia y en la representación de la Iglesia ante los distintos contextos en los que le toca actuar. El discurso ha quedado en discurso, sin traducciones concretas suficientemente potentes como para cambiar la imagen clerical de la Iglesia Católica. De hecho, se sigue percibiendo el carácter activo del clérigo y pasivo del laico.

La imagen clerical de la Iglesia

Comenzar por esta constatación es necesario para tratar las dificultades que encuentra el laico cristiano para asumir un rol de liderazgo eclesial. En realidad se ha ido creando una imagen social de la Iglesia Católica fuertemente impregnada de clericalismo. Por un lado, los mismos laicos cristianos colaboran con la consolidación de esta imagen, considerando al clérigo como el depositario de todos los saberes. Pero por otro lado, toda la sociedad asume como un hecho irrefutable que la Iglesia Católica es una organización de sacerdotes y obispos.

Es interesante observar que cuando un periodista quiere informarse de una posición determinada de la Iglesia se dirige sin ningún tipo de duda a un obispo o eventualmente a un sacerdote. A nadie se le ocurre que esa información pueda ser evacuada por un laico católico. Es muy raro que un laico aparezca en la prensa expresando una posición de la Iglesia Católica. Los que saben lo que piensa la Iglesia, los que están formados para responder, los que están en una posición institucional que les da credibilidad, son los obispos o los sacerdotes. Esta imagen social de la Iglesia Católica está tan profundamente arraigada en la sociedad, que aunque sinceramente se la quisiera modificar, el cambio se estrellaría contra una representación mental ampliamente generada, sostenida y desarrollada por la propia Iglesia Católica y confortada por el Derecho Canónico. Se trata de una imagen social que responde a lo que la Iglesia Católica ha sido a lo largo de los siglos: una organización de clérigos.
El lenguaje de la Iglesia está lleno de términos y de expresiones que abonan todos los días esta imagen clerical. Los laicos asisten pasivamente a misa, el sacerdote la "dice" o en el mejor de los casos, la "celebra". Los laicos "escuchan" lo que el sacerdote "dice" en la homilía. Los laicos "reciben" el pan sagrado en la eucaristía, los sacerdotes lo "consagran" y lo "dan". El sacerdote "casa" a una pareja, que pasivamente asiste a su casamiento, aunque los ministros del sacramento son los cónyuges. Los laicos "son bautizados", solo el sacerdote "bautiza", aunque en rigor cualquier cristiano puede bautizar.

Pero incluso si salimos del ámbito de las celebraciones sacramentales, la posición de la Iglesia en relación a temas como la sexualidad, el divorcio, el concubinato, el aborto, el sacerdocio de las mujeres y otros, se expresa públicamente a través de lo que diga un determinado obispo o sacerdote. El laico católico prefiere no responder en público frente a temas como los señalados. Es claro que existe un temor a ser observado por discrepar con la "doctrina oficial".

Sobre algunos temas en los que los laicos están mejor formados que los clérigos, debería ser exactamente al revés; el laico que conoce una disciplina y al mismo tiempo es profundamente cristiano, debería dar públicamente la o las posiciones que son compatibles con su fe, aunque discrepe con tal o cual miembro de la jerarquía católica. Sin embargo, un abogado católico o un médico católico responderá ante una pregunta que refiera a su especialidad según su saber profesional; pero si alguien le preguntara sobre la adecuación de su respuesta a la doctrina católica en la materia, seguramente se remitirá a la opinión de algún jerarca de la Iglesia. Esto es lo que no debería suceder. Si esto es la realidad, se debe principalmente a lo que se ha dicho: una imagen clerical de la Iglesia fuertemente sostenida a lo largo de siglos.

Una minoría ilustrada

Ese sector de la Iglesia que la gobierna y tiene el monopolio de la verdad es además una pequeña minoría. Sin embargo los demás cristianos católicos, que somos la inmensa mayoría, somos cristianos "de a pie", sin voz ni voto. En nuestra sociedad contemporánea, en la sociedad que intenta defender los derechos humanos y las libertades, en la sociedad que busca los procesos participacionistas como un bien mayor, en esa sociedad, los laicos católicos somos un sector marginado de los sistemas de decisión de su Iglesia. Hay un número muy reducido de laicos que ha logrado una cierta participación, pero siempre subordinada a lo que en última instancia decida el párroco, el obispo o el papa. La estructura de la Iglesia es fuertemente jerárquica y lo que es peor, los miembros de esa jerarquía son cooptados, jamás elegidos por las comunidades. Esta organización monárquica de derecho divino, condena a la mayor parte de los católicos a roles pasivos, carente s de toda capacidad de conducción y de liderazgo.

La estructura genera esta ausencia de responsabilización de los laicos en los asuntos de la Iglesia, pero además favorece las desviaciones autoritarias en el ejercicio del poder, tendiendo al ejercicio de una autoridad sin controles. Por supuesto que hay clérigos que logran vencer esta tendencia y son capaces de establecer relaciones horizontales y de diálogo con los laicos. Hay muchos clérigos -diáconos, presbíteros y obispos- que son concientes de esta situación y tratan de actuar contra esa tendencia dominante. Se logran algunos efectos positivos a nivel de grupos relativamente reducidos, pero como la estructura formal sigue incambiada, los efectos señalados siguen siendo ampliamente mayoritarios.

Tradicionalmente el discurso de la Iglesia oficial ha insistido en la necesidad de la obediencia a la jerarquía sin discusión. El laico obedece lo que el "magisterio" define como verdadero. No aceptar las posiciones de la Iglesia jerárquica significa apartarse de la fe. Este monopolio de la verdad tiene dos fundamentos. El primero supone que los obispos son los continuadores de los discípulos de Cristo. Se afirma que en ellos y principalmente en el primero de ellos, el papa, existe una asistencia del Espíritu Santo, que le permite no equivocarse. En rigor, solo debería
aplicarse esta infalibilidad del papa o del colegio de obispos en muy pocos temas relacionados con la estructura dogmática de la Iglesia Católica. Sin embargo, de hecho, se aplica una disciplina férrea en materia de posiciones doctrinales o pastorales que abarca un número mucho mayor de temas. La reciente Conferencia Episcopal de Aparecida en Brasil es un buen ejemplo. De esa Conferencia salió un documento que reflejaba un conjunto de posiciones sobre aspectos de orientación pastoral para las iglesias latinoamericanas. Sin embargo el documento no tuvo carácter oficial, hasta que la jerarquía central de la Iglesia, el papa y sus asesores, corrigió expresiones, cercenó varios párrafos y eliminó otros. Si bien en América Latina, muchos católicos (clérigos y laicos) son concientes de esta intervención centralista, la Iglesia jerárquica no acepta que se exprese ninguna forma de oposición en sus rangos.

El otro fundamento de esa "sabiduría" reside en el conocimiento. Se suele argumentar que para ser capaz de elaborar definiciones doctrinales o pastorales es necesario tener una sólida formación teológica. Obviamente los laicos no tienen esa formación, aunque conocen los fundamentos de su fe. Este es el otro componente que desde siempre ha alimentado todas las formas del poder sacerdotal: el conocimiento. Lo curioso es que para tener fe no es necesario haber estudiado teología, pero para definir cómo son los contenidos de la fe se necesitaría un profundo conocimiento teológico. Es interesante un comentario de José Comblin al documento de Aparecida, refiriéndose a la formación de los clérigos: "¿Qué se entiende por formación de misioneros? La actual formación en los seminarios y en las facultades de teología es justamente lo contrario. El sistema actual da una formación académica o con pretensiones académicas. En Brasil, muchos dieron mucho valor al reconocimiento de los estudios del seminario por el Ministerio de Educación. Ahora bien, con certeza el Ministerio de Educación no tiene proyectos misioneros. Los certificados oficiales parecen ser garantías justamente para aquellos que no sienten una vocación misionera muy fuerte. N o tengo nada en contra de esos certificados académicos, pero no tienen nada que ver con la misión. Los sacerdotes fueron preparados para ser pequeños profesores de teología ... La formación misionera incluye primero una fuerte y radical espiritualidad concentrada en la Biblia en general, pero sobre todo en los Evangelios, esto es, en la vida terrena de Jesús. En segundo lugar, la formación consiste en multiplicar los encuentros con personas, familias y grupos...".

El anuncio de la fe no necesita de conocimientos teológicos, solo es necesaria la fidelidad al Evangelio y desarrollar la misión en el encuentro con los otros. El testimonio vital de Cristo nos muestra que no eligió a los ilustrados de la época sino a personas comunes, no eligió a los sacerdotes sino a los creyentes del pueblo. El cristianismo de los primeros siglos no fue ni intelectual ni clerical; el movimiento que fundó Jesús de Nazaret fue un movimiento de laicos que no pertenecían a los sectores ilustrados de la época. La estructura jerárquico clerical aparece cuando se produce la institucionalización de ese movimiento, varios siglos después.

¿Es posible el liderazgo laical?

Esta es la pregunta que debemos hacernos. En realidad estamos frente a una problemática de difícil solución. Teniendo en cuenta lo que hemos anotado en estas líneas, parecería que el liderazgo laical es imposible en la Iglesia Católica. Se suele decir que "todos somos Iglesia". Es verdad, todos somos Iglesia, pero unos son considerados más Iglesia que otros.

Para responder a la pregunta que nos planteamos, es necesario definir qué se entiende por liderazgo. En general se suele llamar "liderazgo" al posicionamiento de una persona que interpreta el sentir de un grupo y eso le permite orientar el camino. Hay liderazgos formales e informales. En el caso del líder formal, se da una coincidencia entre una posición de dirección formalmente designada y un claro ascendiente que le permite ser reconocido por los demás como el orientador y el conductor. El líder informal, en cambio, no está designado por la organización en un puesto de dirección, pero de hecho ejerce sobre los demás una clara influencia, en particular en los procesos de toma de decisión.

Los líderes formales en la Iglesia Católica son los jerarcas cooptados siempre entre los miembros del clero. A los laicos les queda solamente la posibilidad de desarrollar liderazgos informales. Por esta razón, son muy pocos los casos de laicos que han logrado tener una influencia importante en los sistemas de decisión de la Iglesia Católica. Incluso en los casos en que asoma alguna forma de liderazgo informal, el tipo de funcionamiento de la Iglesia Católica, extremadamente formalizado, deja muy poco espacio a la informalidad.

El liderazgo laical es posible si se ejerce en grupos de laicos, fuera de las estructuras jerárquicas. A este nivel, aparecen líderes que por distintas razones tienen algún grado de influencia sobre los demás. Sin duda, las comunidades eclesiales de base son un terreno fértil para el surgimiento de líderes laicos, trabajando junto al clérigo. Pero si hubiera una clara convicción de la importancia de modificar las estructuras parroquiales, y generar comunidades de Iglesia más pequeñas, entonces este liderazgo laical se volvería un pilar fundamental para el desarrollo de la misión. Hoy este liderazgo laical territorial tiene un escaso desarrollo y por lo tanto no tiene casi incidencia en las orientaciones de la Iglesia. Sucede entonces que el liderazgo del laico se vuelve una correa de transmisión de las grandes orientaciones definidas por la jerarquía eclesiástica, en vez de expresar el sentir del pueblo de Dios en su enorme diversidad y riqueza.

El discurso y la realidad

Comenzamos estos apuntes recordando el discurso de la Iglesia Católica de las últimas décadas en relación al rol del laico. Ha sido la expresión de un conjunto de sinceras y buenas intenciones, intentando darle al laicado un papel más activo en la Iglesia. Pero no han cambiado los aspectos estructurales que reducen a la pasividad al laico católico. En consecuencia, tampoco ha cambiado la imagen social fundamentalmente clerical de la Iglesia Católica. En realidad, al constatarse la ausencia de cambios significativos, lo que aparece es una especie de doble discurso, que por un lado se refiere a la necesidad de cambiar y por otro mantiene todo según las regulaciones tradicionales.

En el artículo "Para los que vuelven", de Andrés Assandri y Daniel Kerber, publicado en Misión nº170, hay un párrafo que expresa bien esta disyuntiva permanente entre el Evangelio y el Derecho Canónico: "no es extraño que quienes intentan y buscan caminos nuevos de acogida, no logren conciliar el difícil equilibrio entre el Derecho Canónico y el Evangelio. Y a quienes observan desde fuera la Iglesia, quizá le sea más patente ver la alternativa de quien quiere seguir la inspiración evangélica, que de aquellos que regulan su conducta por fidelidad al Derecho". En el tema que nos ocupa en este artículo, esa disyuntiva se expresa entre la búsqueda sincera de una mayor horizontalidad en la Iglesia y la reproducción de la verticalidad histórica.

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