22Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno. 23Jesús paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
24Lo rodearon entonces los dirigentes y le dijeron:
-¿Hasta cuándo vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente.
25Les replicó Jesús:
-Os lo he dicho, pero no lo creéis. Las obras que yo realizo en nombre de mi Padre, ésas son las que me acre¬ditan, 26pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías. 27Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen, 28yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano. 29Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. 30Yo y el Padre somos uno.
22-23 Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno. Jesús caminaba en el templo por el pórtico de Salomón.
La fiesta celebraba la dedicación o consagración del templo. Caía en diciembre y duraba ocho días. Como la de las Chozas, era una fiesta muy popular. Concernía directamente al templo como lugar consagrado a Dios, pero incluía el simbolismo mesiánico de la otra fiesta. En ésta, el evangelista no menciona al pueblo; narra un enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes, a solas.
La precisión era invierno es sorprendente, pues se sabía que la fiesta se celebraba en diciembre y en ninguna otra fiesta se ha indicado la estación en que caía, suponiéndola conocida de los lectores. Esto induce a pensar que hay en el texto una alusión al Cantar 2,11-13, donde “pasado el invierno”, se describe la estación en que la vida florece. "Era invierno" podría indicar, por contraste, la muerte que reina en Jerusalén y en el templo.
El pórtico de Salomón corría por la fachada oriental del gran patio exterior. La mención de Salomón recuerda la fiesta de la Dedicación del primer templo (1Re 8,62-66; 1Cr 7,5-10), al mismo tiempo que las promesas y las amenazas (2Cr 7,11-22) que Dios hizo a la casa de David, su ungido (mesías) (Sal 18,51; 132,17; cf. 2Cr 7).
24-26 Lo rodearon entonces los dirigentes y le dijeron: «¿Hasta cuándo vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente». Les replicó Jesús: «Os lo he dicho, pero no lo creéis. Las obras que yo realizo en nombre de mi Padre, ésas son las que me acre¬ditan; pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías».
Los que desean matarlo, rodean a Jesús, lo cercan. La irritada pregunta que le hacen, si es el Mesías, está en para¬lelo con la hecha a Juan Bautista (1,l9ss). Lo acusan de que no los deja vivir: dar vida a los oprimidos, como hace Jesús, es quitársela a ellos. No los deja vivir porque ellos viven a costa del pueblo y Jesús lo emancipa de su dominio.
Quieren forzarlo a declararse Mesías (cf. 8,25). Pero, con los judíos (cf. 4,26), Jesús nunca toma en sus la¬bios ese título, pues como, para ellos, el Mesías debía ser el rey de Israel, declararse Mesías podía hacer creer que pretendía apode¬rarse del trono de Israel. Eso es lo que los dirigentes temen, dado el enfrentamiento de Jesús con las instituciones. La entronización de Jesús sería para ellos la ruina.
La respuesta de Jesús es neta. Aun sin pronunciar el título, se ha declarado Mesías muchas veces y con suficiente claridad (7,37; 8,12; 10,11). Pero Jesús no reclama honores ni derechos. Se limita a presentar sus credenciales, que no son jurídicas, sino objetivas: sus obras en favor del hombre; ante ellas, sus adversarios deben definir su actitud.
Es decir, para hablar de su mesianismo se requiere una condición previa: recono¬cer que la actividad liberadora de Jesús es la de Dios mismo, la del Pa¬dre. Jesús no legitima su calidad de Mesías apelando a la tradición; la acción de Dios se discierne en el presente, y el criterio es siempre el mismo: donde se actúa en favor del hombre, allí está Dios. Tira abajo toda legitimidad que no se apoye en las obras. Su mesianismo no es una cuestión académica, sino vital. Es Mesías el que de hcho libera de la opresión. Ellos pretenden obtener una declaración sin comprometerse a nada, y Jesús se niega.
Los diri¬gentes, que explotan al pueblo (10,1.8.10), no aceptan las obras de Jesús, que minan su poder. No responden a su llamada, que es la del Padre (6,45), porque no son de sus ovejas; para serlo tendrían que cambiar de conducta, y nada está más lejos de su intención.
27-30 Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen, yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano. Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».
Los que son de Jesús lo escuchan, es decir, le prestan adhe¬sión, no de palabra o de principio, sino de conducta y de vida (me siguen), comprometiéndose con él y como él a entregarse sin reservas a liberar y promocionar al hombre. Jesús comunica a los que lo siguen una vida que supera la muerte y les da la seguridad (no se perderán jamás), y esa fuerza de vida, que es el Espíritu, los une a él de tal modo que nadie podrá separarlos de su persona.
Para Jesús, lo más importante es el fruto de su obra, la nueva humanidad que él ha de constituir con los hombres que el Padre le ha entregado (6,37.44.65), completando en ellos la creación con el Espíritu. En el caso del ciego, ellos han intentado "arrancarlo" de la mano de Jesús, pero no lo han conseguido. La vida que había experimentado hizo a ese hombre capaz de resistir a las presiones de los dirigentes.
Estar en la mano de Jesús es lo mismo que estar en la del Padre, porque el Padre está presente y se manifiesta en Jesús y, a través de él, realiza su obra creadora, que lleva a cumplimiento su designio (5,17.30; 6,38-40).
Nunca había formulado antes Jesús tan claramente esta afirmación-clave del evangelio: Yo y el Padre somos uno. La identificación entre Jesús y el Padre excluye toda instancia superior. La oposición a Jesús es oposición a Dios.
La fiesta de la Dedicación recuerda la purificación y consagración del Templo liderada por Judas Macabeo después de su profanación a manos del ejército griego (1Mac 4, 36-59). Durante la fiesta, los judíos interrogan a Jesús no porque no sepan, sino porque no pueden aceptar el modelo de mesías que Jesús representa, radicalmente diferente al que ellos esperan: un mesías rey, guerrero, vengativo y autoritario. El problema entonces no es que no lo sepan, sino que no lo quieren creer. Con muchos cristianos suele pasar hoy lo mismo; saben quién es Jesús, pero no se atreven a vivir como él quiere que vivamos. ¿De qué le sirve al ser humano saber que existe la medicina contra una enfermedad, si no cree en ella y no se la aplica? Para reconocer al verdadero Mesías se necesita creer en las obras que hace Jesús en favor de la humanidad; creer en Jesús como el protector y el Dios de la vida, y creer que Jesús y el Padre son uno. Y para poder formar parte del rebaño guiado por Jesús, es necesario seguirlo no sólo de palabra, sino de obra y de corazón, con una vida cristiana caracterizada por la fe, el testimonio y el compromiso.
24Lo rodearon entonces los dirigentes y le dijeron:
-¿Hasta cuándo vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente.
25Les replicó Jesús:
-Os lo he dicho, pero no lo creéis. Las obras que yo realizo en nombre de mi Padre, ésas son las que me acre¬ditan, 26pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías. 27Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen, 28yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano. 29Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. 30Yo y el Padre somos uno.
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22-23 Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno. Jesús caminaba en el templo por el pórtico de Salomón.
La fiesta celebraba la dedicación o consagración del templo. Caía en diciembre y duraba ocho días. Como la de las Chozas, era una fiesta muy popular. Concernía directamente al templo como lugar consagrado a Dios, pero incluía el simbolismo mesiánico de la otra fiesta. En ésta, el evangelista no menciona al pueblo; narra un enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes, a solas.
La precisión era invierno es sorprendente, pues se sabía que la fiesta se celebraba en diciembre y en ninguna otra fiesta se ha indicado la estación en que caía, suponiéndola conocida de los lectores. Esto induce a pensar que hay en el texto una alusión al Cantar 2,11-13, donde “pasado el invierno”, se describe la estación en que la vida florece. "Era invierno" podría indicar, por contraste, la muerte que reina en Jerusalén y en el templo.
El pórtico de Salomón corría por la fachada oriental del gran patio exterior. La mención de Salomón recuerda la fiesta de la Dedicación del primer templo (1Re 8,62-66; 1Cr 7,5-10), al mismo tiempo que las promesas y las amenazas (2Cr 7,11-22) que Dios hizo a la casa de David, su ungido (mesías) (Sal 18,51; 132,17; cf. 2Cr 7).
24-26 Lo rodearon entonces los dirigentes y le dijeron: «¿Hasta cuándo vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente». Les replicó Jesús: «Os lo he dicho, pero no lo creéis. Las obras que yo realizo en nombre de mi Padre, ésas son las que me acre¬ditan; pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías».
Los que desean matarlo, rodean a Jesús, lo cercan. La irritada pregunta que le hacen, si es el Mesías, está en para¬lelo con la hecha a Juan Bautista (1,l9ss). Lo acusan de que no los deja vivir: dar vida a los oprimidos, como hace Jesús, es quitársela a ellos. No los deja vivir porque ellos viven a costa del pueblo y Jesús lo emancipa de su dominio.
Quieren forzarlo a declararse Mesías (cf. 8,25). Pero, con los judíos (cf. 4,26), Jesús nunca toma en sus la¬bios ese título, pues como, para ellos, el Mesías debía ser el rey de Israel, declararse Mesías podía hacer creer que pretendía apode¬rarse del trono de Israel. Eso es lo que los dirigentes temen, dado el enfrentamiento de Jesús con las instituciones. La entronización de Jesús sería para ellos la ruina.
La respuesta de Jesús es neta. Aun sin pronunciar el título, se ha declarado Mesías muchas veces y con suficiente claridad (7,37; 8,12; 10,11). Pero Jesús no reclama honores ni derechos. Se limita a presentar sus credenciales, que no son jurídicas, sino objetivas: sus obras en favor del hombre; ante ellas, sus adversarios deben definir su actitud.
Es decir, para hablar de su mesianismo se requiere una condición previa: recono¬cer que la actividad liberadora de Jesús es la de Dios mismo, la del Pa¬dre. Jesús no legitima su calidad de Mesías apelando a la tradición; la acción de Dios se discierne en el presente, y el criterio es siempre el mismo: donde se actúa en favor del hombre, allí está Dios. Tira abajo toda legitimidad que no se apoye en las obras. Su mesianismo no es una cuestión académica, sino vital. Es Mesías el que de hcho libera de la opresión. Ellos pretenden obtener una declaración sin comprometerse a nada, y Jesús se niega.
Los diri¬gentes, que explotan al pueblo (10,1.8.10), no aceptan las obras de Jesús, que minan su poder. No responden a su llamada, que es la del Padre (6,45), porque no son de sus ovejas; para serlo tendrían que cambiar de conducta, y nada está más lejos de su intención.
27-30 Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen, yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano. Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».
Los que son de Jesús lo escuchan, es decir, le prestan adhe¬sión, no de palabra o de principio, sino de conducta y de vida (me siguen), comprometiéndose con él y como él a entregarse sin reservas a liberar y promocionar al hombre. Jesús comunica a los que lo siguen una vida que supera la muerte y les da la seguridad (no se perderán jamás), y esa fuerza de vida, que es el Espíritu, los une a él de tal modo que nadie podrá separarlos de su persona.
Para Jesús, lo más importante es el fruto de su obra, la nueva humanidad que él ha de constituir con los hombres que el Padre le ha entregado (6,37.44.65), completando en ellos la creación con el Espíritu. En el caso del ciego, ellos han intentado "arrancarlo" de la mano de Jesús, pero no lo han conseguido. La vida que había experimentado hizo a ese hombre capaz de resistir a las presiones de los dirigentes.
Estar en la mano de Jesús es lo mismo que estar en la del Padre, porque el Padre está presente y se manifiesta en Jesús y, a través de él, realiza su obra creadora, que lleva a cumplimiento su designio (5,17.30; 6,38-40).
Nunca había formulado antes Jesús tan claramente esta afirmación-clave del evangelio: Yo y el Padre somos uno. La identificación entre Jesús y el Padre excluye toda instancia superior. La oposición a Jesús es oposición a Dios.
II
La fiesta de la Dedicación recuerda la purificación y consagración del Templo liderada por Judas Macabeo después de su profanación a manos del ejército griego (1Mac 4, 36-59). Durante la fiesta, los judíos interrogan a Jesús no porque no sepan, sino porque no pueden aceptar el modelo de mesías que Jesús representa, radicalmente diferente al que ellos esperan: un mesías rey, guerrero, vengativo y autoritario. El problema entonces no es que no lo sepan, sino que no lo quieren creer. Con muchos cristianos suele pasar hoy lo mismo; saben quién es Jesús, pero no se atreven a vivir como él quiere que vivamos. ¿De qué le sirve al ser humano saber que existe la medicina contra una enfermedad, si no cree en ella y no se la aplica? Para reconocer al verdadero Mesías se necesita creer en las obras que hace Jesús en favor de la humanidad; creer en Jesús como el protector y el Dios de la vida, y creer que Jesús y el Padre son uno. Y para poder formar parte del rebaño guiado por Jesús, es necesario seguirlo no sólo de palabra, sino de obra y de corazón, con una vida cristiana caracterizada por la fe, el testimonio y el compromiso.
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