por Jesús Burgaleta
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 111-113
Publicado por Libro de Arena
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 111-113
Publicado por Libro de Arena
Jesús de Nazaret, presencia inimaginable de Dios en el mundo, se ha marchado. Ha realizado su vida, ha cumplido su misión, se ha colmado como persona. Su vivir en medio de la historia, como ser humano mortal, es un recuerdo; ha quedado en el pasado.
Pero, lo que verdaderamente era Cristo, su acontecimiento, su Espíritu –DIOS PRESENTE EN EL MUNDO, AMANDO AL HOMBRE Y EMPEÑADO EN QUE SE SALVE– continúa presente entre nosotros.
Dios sigue con su designio de realizar la misma obra que hizo con Jesús. Jesús y nosotros somos el numerador variable de un quebrado, cuyo común denominador es siempre el mismo: Dios-presente-y-entregado-al-mundo-para-salvarnos.
Dios sigue empeñado en su proyecto: QUE LA CARNE TENGA VIDA. Pero, no una vida cualquiera, sino esa vida cuya raíz y origen está en el mismo Dios.
El Dios, que tantos tenemos por alejado y misterioso, es el Dios presente en la carne. El Dios trascendente está presente en la vida de Jesús de Nazaret. Y desaparecido Jesús, Dios no retira su proyecto. Sigue decidido a estar presente en toda carne, a lograr que cada vida humana viva vida divina, a cristalizar en cada ser humano un «proyecto de Dios». Con Jesús Dios destapó el tarro de las esencias; pero no se ha escapado el aroma: ha sido recogido en el frasco de cada uno de nosotros.
El mismo Dios y la misma acción de Dios presente en Jesús, continúa hoy en los creyentes y en los hombres que viven con su estilo de vida. «Mientras yo voy a ti», a pesar de que Jesús se vaya, nosotros continuamos en el mundo. En nosotros continúa presente la «gloria de Dios»; en nosotros Jesús «es glorificado».
Esta presencia de Dios en nosotros actuando a favor del mundo, se realiza:
* Mediante el conocimiento del Padre. No es un simple conocimiento intelectual; hay muchos que creen conocer a Dios, porque tienen un concepto de él, que no les sirve para nada. Estamos llamados a vivir un conocimiento de amor, de relación, de diálogo y comunión. La relación que corresponde a un hijo, engendrado por Dios. En esta relación y comunión, con Dios, que nos lleva a vivir radicalmente como Dios vive y actúa, consiste la Vida que permanece: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti».
* Dios está presente, actuando, en los que guardan su Palabra. «Ellos han guardado tu Palabra«. La Palabra, que es el Proyecto de Dios anterior a todo, –«han conocido que yo salí de ti»–, tiene reservado a todo hombre un destino impresionante: vivir en comunión con Dios, tener vida de su misma Vida.
Los que vivimos la Palabra, la guardamos, la realizamos viviendo el principio de la Vida de Dios que es el amor, somos presencia de Dios en el mundo. Somos vida nacida del mismo Dios entregado y, en consecuencia, somos vida a favor de los demás. En nuestra entrega. En nuestro bien-hacer, Dios beneficia. En nuestra ayuda a los demás, Dios salva. En nuestra presencia activa al otro, Dios se hace presente y ama.
Comprendo que todos tengamos la tendencia a no querer enterarnos de esto. Supone para nosotros la suprema responsabilidad y la suprema dignidad.
Si Dios no aparece en torno nuestro por ningún lado, no nos quejemos. La presencia de Dios, aun siendo gratuita, depende de nosotros. Dios necesita, porque así lo quiere, de la carne, para manifestarse a la carne; de los hombres, para hacerse presente a nosotros. ¡Nos necesita para salvar!
El mismo Dios de Jesús continúa hoy presente en medio de nosotros. Pero, faltan hombres y mujeres que dejen traslucir esta presencia.
¿Habrá entre nosotros alguien que esté dispuesto a colaborar con Dios?
Pero, lo que verdaderamente era Cristo, su acontecimiento, su Espíritu –DIOS PRESENTE EN EL MUNDO, AMANDO AL HOMBRE Y EMPEÑADO EN QUE SE SALVE– continúa presente entre nosotros.
Dios sigue con su designio de realizar la misma obra que hizo con Jesús. Jesús y nosotros somos el numerador variable de un quebrado, cuyo común denominador es siempre el mismo: Dios-presente-y-entregado-al-mundo-para-salvarnos.
Dios sigue empeñado en su proyecto: QUE LA CARNE TENGA VIDA. Pero, no una vida cualquiera, sino esa vida cuya raíz y origen está en el mismo Dios.
El Dios, que tantos tenemos por alejado y misterioso, es el Dios presente en la carne. El Dios trascendente está presente en la vida de Jesús de Nazaret. Y desaparecido Jesús, Dios no retira su proyecto. Sigue decidido a estar presente en toda carne, a lograr que cada vida humana viva vida divina, a cristalizar en cada ser humano un «proyecto de Dios». Con Jesús Dios destapó el tarro de las esencias; pero no se ha escapado el aroma: ha sido recogido en el frasco de cada uno de nosotros.
El mismo Dios y la misma acción de Dios presente en Jesús, continúa hoy en los creyentes y en los hombres que viven con su estilo de vida. «Mientras yo voy a ti», a pesar de que Jesús se vaya, nosotros continuamos en el mundo. En nosotros continúa presente la «gloria de Dios»; en nosotros Jesús «es glorificado».
Esta presencia de Dios en nosotros actuando a favor del mundo, se realiza:
* Mediante el conocimiento del Padre. No es un simple conocimiento intelectual; hay muchos que creen conocer a Dios, porque tienen un concepto de él, que no les sirve para nada. Estamos llamados a vivir un conocimiento de amor, de relación, de diálogo y comunión. La relación que corresponde a un hijo, engendrado por Dios. En esta relación y comunión, con Dios, que nos lleva a vivir radicalmente como Dios vive y actúa, consiste la Vida que permanece: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti».
* Dios está presente, actuando, en los que guardan su Palabra. «Ellos han guardado tu Palabra«. La Palabra, que es el Proyecto de Dios anterior a todo, –«han conocido que yo salí de ti»–, tiene reservado a todo hombre un destino impresionante: vivir en comunión con Dios, tener vida de su misma Vida.
Los que vivimos la Palabra, la guardamos, la realizamos viviendo el principio de la Vida de Dios que es el amor, somos presencia de Dios en el mundo. Somos vida nacida del mismo Dios entregado y, en consecuencia, somos vida a favor de los demás. En nuestra entrega. En nuestro bien-hacer, Dios beneficia. En nuestra ayuda a los demás, Dios salva. En nuestra presencia activa al otro, Dios se hace presente y ama.
Comprendo que todos tengamos la tendencia a no querer enterarnos de esto. Supone para nosotros la suprema responsabilidad y la suprema dignidad.
Si Dios no aparece en torno nuestro por ningún lado, no nos quejemos. La presencia de Dios, aun siendo gratuita, depende de nosotros. Dios necesita, porque así lo quiere, de la carne, para manifestarse a la carne; de los hombres, para hacerse presente a nosotros. ¡Nos necesita para salvar!
El mismo Dios de Jesús continúa hoy presente en medio de nosotros. Pero, faltan hombres y mujeres que dejen traslucir esta presencia.
¿Habrá entre nosotros alguien que esté dispuesto a colaborar con Dios?
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