Publicado por Caritas Panama
Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a.1 Corintios 10, 16-17.
Juan 6, 51-59.
La primera lectura, tomada del Deuteronomio, nos dice que los que pertenecían al pueblo de Dios comían del pan del cielo, el Maná. La tercera lectura, sacada del Evangelio según San Juan, nos añade que sólo quien come el verdadero pan del Reino pertenece al pueblo de Dios y, sólo él, tiene vida eterna. Sólo quien coma de la Eucaristía pertenece al pueblo de Dios y, al hacerse carne de la carne y sangre de la sangre del cuerpo de Cristo, que está resucitado, entra a formar parte de los que están destinados a entrar en el Reino, en el grupo de los resucitados.
La segunda lectura, de la Primera Carta de San Pablo a los cristianos de Corinto, nos dice que no podemos hacer carne de nuestra carne el cuerpo de Cristo, sin hacernos un solo cuerpo los unos con los otros al mismo tiempo ; no podemos ser una sola cosa con Cristo sin que eso nos haga una sola cosa con el prójimo. Desenvolvamos las ideas tanto de la Liturgia como de la Eucaristía como tal.
San Pablo, pues, nos preguntaría con qué cuerpo de Cristo comulgamos si se nos queda atravesado en la garganta uno de los miembros de Cristo, uno de nuestros prójimos ?
El Evangelio según San Juan nos presenta a Cristo como un nuevo Moisés y que supera al mismo Moisés, porque Jesús, según Juan, es un Moisés que se hace maná para alimentar a su propio pueblo. Jesús, dice San Juan, no solamente es pastor o buen pastor, además es un pastor que se hace cordero pascual para salvar la vida de su pueblo.
Jesucristo está realmente presente en el sacramento de la Eucaristía. La presencia es real, pero no física. Jesucristo no está allí “chiquitito”, ni “bajado del cielo”, ni “encerrado en el sagrario”, ni con ojos y oídos como los que tenía. Jesucristo está allí, El, realmente, pero eso es una afirmación de nuestra fe, no de nuestro cerebro o de nuestras ciencias.
¿Creemos siquiera en esa presencia real ? ¿Cómo saldríamos de una reunión en la que Jesús, el que aparece en los evangelios, estuviera con nosotros ? Saldríamos llenos de luz, llenos de alegría, llenos de amor, llenos de esperanza, llenos de fuerza, ¿salimos así de cada Eucaristía ? Porque nosotros, los católicos, decimos que en cada Eucaristía Cristo está realmente presente.
Jesucristo está sacramentalmente presente. Su presencia es real, pero sacramental, es decir “bajo las especies de pan y de vino”. Su presencia es sacramental, pero real. Sólo la fe nos hace creer en que eso que comemos y bebemos, que parece pan y parece vino es, para nosotros, por la fe, realmente el cuerpo y la sangre del Señor Jesucristo.
Cristo está allí no para que lo veamos o admiremos, ni siquiera para que lo aclamemos, sino para que lo comamos. “El que coma y el que beba”, dice Jesús, bien claramente, en el Evangelio de este domingo. La Misa no es un concierto, no es para ir a oírla ; no es un espectáculo, para verla. La Eucaristía es un banquete, y a los banquetes se va a comer, aunque no sólo se vaya a comer.
Tomás de Aquino vivió, precisamente, en un siglo en el que los “milagros” eucarísticos se multiplicaron frente a las herejías que negaban la presencia real. Interrogado una vez acerca de qué pensaba él sobre esos “milagros”, Tomás respondió que esa sangre que aparecía en las hostias profanadas por herejes podía ser cualquier cosa menos la sangre de Cristo. Recordemos la palabra de Jesús mismo : “bienaventurados los que sin ver creyeren”. Recordemos, también, lo que San Pablo nos dice : “Cristo resucitado no muere más” ; agreguemos nosotros que tampoco sangra más. Eso sí, “Estamos completando en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo”. Cuando se apalea, tortura, o profana, a la persona de un prójimo, se está profanando al cuerpo de Cristo ; porque nosotros somos los miembros de su cuerpo. Así lo pensaba bien claramente San Agustín cuando decía : cuando el sacerdote dice “esto es mi cuerpo” o “esto es mi sangre” sobre el pan y sobre el vino que están encima del altar, ¿el cuerpo de quién es el que está sobre el altar ? El cuerpo de ustedes, porque ustedes son el cuerpo de Cristo.
La segunda lectura, de la Primera Carta de San Pablo a los cristianos de Corinto, nos dice que no podemos hacer carne de nuestra carne el cuerpo de Cristo, sin hacernos un solo cuerpo los unos con los otros al mismo tiempo ; no podemos ser una sola cosa con Cristo sin que eso nos haga una sola cosa con el prójimo. Desenvolvamos las ideas tanto de la Liturgia como de la Eucaristía como tal.
San Pablo, pues, nos preguntaría con qué cuerpo de Cristo comulgamos si se nos queda atravesado en la garganta uno de los miembros de Cristo, uno de nuestros prójimos ?
El Evangelio según San Juan nos presenta a Cristo como un nuevo Moisés y que supera al mismo Moisés, porque Jesús, según Juan, es un Moisés que se hace maná para alimentar a su propio pueblo. Jesús, dice San Juan, no solamente es pastor o buen pastor, además es un pastor que se hace cordero pascual para salvar la vida de su pueblo.
Jesucristo está realmente presente en el sacramento de la Eucaristía. La presencia es real, pero no física. Jesucristo no está allí “chiquitito”, ni “bajado del cielo”, ni “encerrado en el sagrario”, ni con ojos y oídos como los que tenía. Jesucristo está allí, El, realmente, pero eso es una afirmación de nuestra fe, no de nuestro cerebro o de nuestras ciencias.
¿Creemos siquiera en esa presencia real ? ¿Cómo saldríamos de una reunión en la que Jesús, el que aparece en los evangelios, estuviera con nosotros ? Saldríamos llenos de luz, llenos de alegría, llenos de amor, llenos de esperanza, llenos de fuerza, ¿salimos así de cada Eucaristía ? Porque nosotros, los católicos, decimos que en cada Eucaristía Cristo está realmente presente.
Jesucristo está sacramentalmente presente. Su presencia es real, pero sacramental, es decir “bajo las especies de pan y de vino”. Su presencia es sacramental, pero real. Sólo la fe nos hace creer en que eso que comemos y bebemos, que parece pan y parece vino es, para nosotros, por la fe, realmente el cuerpo y la sangre del Señor Jesucristo.
Cristo está allí no para que lo veamos o admiremos, ni siquiera para que lo aclamemos, sino para que lo comamos. “El que coma y el que beba”, dice Jesús, bien claramente, en el Evangelio de este domingo. La Misa no es un concierto, no es para ir a oírla ; no es un espectáculo, para verla. La Eucaristía es un banquete, y a los banquetes se va a comer, aunque no sólo se vaya a comer.
Tomás de Aquino vivió, precisamente, en un siglo en el que los “milagros” eucarísticos se multiplicaron frente a las herejías que negaban la presencia real. Interrogado una vez acerca de qué pensaba él sobre esos “milagros”, Tomás respondió que esa sangre que aparecía en las hostias profanadas por herejes podía ser cualquier cosa menos la sangre de Cristo. Recordemos la palabra de Jesús mismo : “bienaventurados los que sin ver creyeren”. Recordemos, también, lo que San Pablo nos dice : “Cristo resucitado no muere más” ; agreguemos nosotros que tampoco sangra más. Eso sí, “Estamos completando en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo”. Cuando se apalea, tortura, o profana, a la persona de un prójimo, se está profanando al cuerpo de Cristo ; porque nosotros somos los miembros de su cuerpo. Así lo pensaba bien claramente San Agustín cuando decía : cuando el sacerdote dice “esto es mi cuerpo” o “esto es mi sangre” sobre el pan y sobre el vino que están encima del altar, ¿el cuerpo de quién es el que está sobre el altar ? El cuerpo de ustedes, porque ustedes son el cuerpo de Cristo.
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