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sábado, 24 de mayo de 2008

Domingo 25. 05. 08. Corpus Christi: dar y compartir el cuerpo (eso es Dios).

Publicado por El Blog de X.Pikaza

Juan 6, 51-58. Fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Nos hemos acostumbrado al gesto de Jesús que dice “esto es mi cuerpo”, dándonos su pan, el pan, para que lo compartamos, de manera apenas nos causa extrañeza, porque lo entendemos en pura forma teológica, como palabra que el Hijo de Dios ha pronunciado, desde arriba, desde fuera de la trama de la vida. Pues bien, si nos detenemos en la palabra y el gesto, descubrimos que esa palabra (éste mi Cuerpo) y ese gesto (partir y compartir el pan) constituyen la esencia afectiva y social (de amor y justicia) del cristianismo, la verdad del evangelio. Ciertamente, respetamos el misterio y, en un nivel, podemos decir: Es así porque Dios lo ha querido. Pero en otra perspectiva, totalmente valiosa, podemos y debemos afirmar: Es así porque así se ha condensado todo el evangelio, porque así se expresa y anuda la esencia de la vida.. En este gesto y palabra se anuda todo el evangelio, de manera que podemos tejer aquí su trama entera (El tema está tomado de mi libro: Fiesta del pan, fiesta del vino Mesa común y eucaristía, Verbo Divino, Estella 2005).

Texto. Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo." Disputaban los judíos entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Entonces Jesús les dijo: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre."

No voy a comentar el texto en forma exegética, ni compararlo a los textos de la fundación de la eucaristía en la Última Cena, según los sinopticos. Sólo quiero evocar el sentido del "cuerpo" ¿Quién y cómo puede decir: esto es mi cuerpo? ¿De qué forma se puede dar y compartir el cuerpo?.

El signo de Jesús

– El signo de Jesús es pan compartido. No el alimento de las purificaciones y los ázimos rituales (que comen separados los buenos judíos), sino el pan de cada día, al que alude el Padrenuestro: la comida que se ofrece a los pobres, se comparte con los pecadores y se expande en forma universal. Este es su signo: todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho se condensa y expresa en forma de alimento que sustenta y vincula a los humanos. Sin justicia social y comunicación económica no existe de verdad eucaristía.

– El pan suscita y crea Cuerpo... Jesús no anuncia una verdad abstracta, separada de la vida, una pura ley social, principio religioso... Al contrario, Jesús, mesías de Dios, es cuerpo, esto es, vida expandida, sentida, compartida. El evangelio nos sitúa de esta forma en el nivel de la corporalidad cercana, que la mujer del vaso de alabastro expresaba en forma de perfume y que Jesús ofrece como pan (comida). Sin comunión personal (de cuerpo y sangre) no existe eucaristía.

– El pan hecho Cuerpo expresa la vida mesiánica, que se da y acoge, se goza y comparte, en comida de justicia y fiesta. La expresión paulina y lucana interpreta y restringe de algún modo esa experiencia al calificar el cuerpo en términos de donación sacrificial. Así pasamos del pan que era regalo (dado) al que es ofrenda (entregado por vosotros), conforme a la tradición litúrgica posterior.

Cuerpo de Jesús, regalo gratuito y gozoso, de madre y amigo/a.

Al principio de nuestra historia hallamos una eucaristía de madre (y padre), que consiste en dar el cuerpo, a fin de que otro viva, en proceso de generación; al final encontraremos una eucaristía enamorada, de novio y novia, que consiste en dar y compartir la vida (el cuerpo), sin que nada empieza ni acabe, en noviazgo eterno (cf. Ap 12 y Ap 21-22). Pues bien, en el camino que conduce de una a otra, hallamos la eucaristía pascual de Jesús, que crea cuerpo por la entrega dolorosa y redentora de su vida, al servicio del reino, es decir, del noviazgo final donde no habrá nacimiento ni muerte.

El cuerpo es identidad y comunión, individualidad y comunicación, la vida entera alimentada por el pan. La antropología de Jesús no es dualista, en el sentido posterior, que separaba cuerpo (que se debe al rey) y alma (que es de Dios), según el drama hispano del siglo XVII. En esa línea de dualismo se sitúan algunos pasaje del evangelio como aquel que dice “no temáis a los que pueden matar el cuerpo, sino a quien puede mandar cuerpo y alma a la gehena” (cf. Mt 10, 28). Pero aquí, en esta fiesta del pan de Jesús, cuerpo no es aquello que se opone al alma, exterioridad de la persona, sino persona y vida entera.

Cuerpo es el mismo ser humano en cuanto comunicación y crecimiento, exigencia de comida y posibilidad de muerte: fragilidad y grandeza de alguien que puede enfrentarse a los demás, en violencia homicida, para defender su identidad individual o social, pero que puede regalar también su vida a los demás, creando así un cuerpo más alto (comunión) con ellos.

Cómo se da el cuerpo, cómo se comparte

Al decir tomad y comed, Jesús viene a mostrarse en forma de alimento: no vive para aprovecharse de los otros y comerlos (haciendo que le sirvan), sino, al contrario, para ofrecer su vida (cuerpo) en forma de comida, a fin de que otros se alimenten y crezcan con su vida. Todo esto lo expresa y ofrece en contexto alimenticio: no exige obediencia, no impone su verdad, no se eleva por encima de los otros, sino que en gesto de solidaridad suprema se atreve a ofrecerles su propio cuerpo, invitándoles a compartir el pan. Este ofrecimiento de Jesús sólo tiene sentido para aquellos que interpretan el cuerpo mesiánico, como fuente de humanidad dialogal, gratuita, mesiánica:

1. En el principio sigue estando la madre (y padre) que puede ofrecerse a sus hijos, diciéndoles este es mi cuerpo y regalándoles generación, calor y leche de vida, cariño y espacio de crecimiento dialogado. De esa forma, como madre de una nueva humanidad que se va gestando en torno al pan compartido, viene a presentarse ahora Jesús ante nosotros.

2. Jesús ha sido ya a lo largo de su vida un cuerpo ofrecido, regalado, en el sentido más hondo de ese término, como han destacado Pablo y Lucas (en el texto de la Cena). No lo ha hecho de forma victimista, sino por generosidad. No es mercancía que se compra o vende de manera legal, en actitud de obligación o miedo, sino cuerpo gratuitamente regalado, de manera que podemos asentarnos en su gracia y compartirlo.

3. La mujer y/o el hombre enamorado pueden decir a su pareja “toma y come, este es mi cuerpo”, de manera que ambos forman una corporalidad, como Jesús ha recordado en Mc 10, 8-9. En esa línea de amor esponsal (de carne y sangre) se sitúa el gesto de Jesús, como venimos evocando: él aparece así como principio de una humanidad que se expande y unifica a manera de cuerpo, en el pan y el vino, regalo de vida, frente a un mundo que emplea medios de dominio y mata (le mata). Sólo al final, vencida la violencia o mentira del “dragón” (cf. Ap 12), expulsados para siempre los terrores de bestias y prostitutos, triunfará el amor por siempre, como amor enamorado (Ap 21-22).

4. La tradición paulina ha destacado el valor del cuerpo mesiánico de Cristo. Hay una corporalidad legal de puros y buenos esenios o proto-fariseos, que se funda en la comida limpia, separada de los pecadores; una corporalidad fundada en el poder impositivo... Pues bien, Jesús despliega y nos ofrece, en la meta y cumplimiento de su vida, un nuevo y más hondo signo de corporalidad, fundada en la existencia compartida, en signos de pan y vino, en comunicación gozosa, experiencia corporal de gratuidad, más allá de toda compra/venta o imposición de los más fuertes.

La verdad eucarística.

Ese cuerpo del Cristo, celebrado en la eucaristía, encarnado por la iglesia, nos conduce del don de la madre primera que va pasando (cuerpo ofrecido a los demás en proceso de generación y muerte), al don eterno del novio y de la novia del final del Apocalipsis, esto es, a la vida eterna, entendida y gozada como visión mutua, entrega ya definitiva de la vida, cuerpo regalado y compartido, sin más nacimiento ni muerte, pues todo está nacido para siempre. Por eso, la verdad total del pan eucarístico se cumplirá (será ratificada) sólo por la pascua.

Lógicamente, las palabras de la institución, dichas de esta u otra forma en el momento de la Cena (esto es mi cuerpo, ésta es mi sangrre), sólo alcanzan su verdad cuando Jesús ofrece su vida entera y el Dios Padre la acepta en amor, en la resurrección, como veremos en el capítulo siguiente. Así el mismo Dios que en el principio obraba como Padre/Madre, pro-motor de vida, vendrá a mostrarse al fin como fuente y sentido del amor por siempre enamorado (cf. Ap 22, 1). Al final ya no habrá padre ni madre en sentido ma/paternalista, sino un Dios que es todo en todos, amor ya realizado, cuerpo que vincula en eucaristía de gozo perdurable (sin muerte) a todos los humanos (cf. 1 Cor 15, 28).

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